30 “Yo no puedo hacer nada por mi propia cuenta. Juzgo según el Padre me ordena, y mi juicio es justo, porque no trato de hacer mi voluntad sino la voluntad del Padre, que me ha enviado.
31 Si yo diera testimonio en favor mío, mi testimonio no valdría como prueba;
32 pero hay otro que da testimonio en mi favor, y me consta que su testimonio sí vale como prueba.
33 Vosotros enviasteis a preguntarle a Juan, y lo que él respondió es cierto.
34 Pero yo no dependo del testimonio de ningún hombre; solo digo esto para que vosotros podáis ser salvos.
35 Juan era como una lámpara que ardía y alumbraba, y vosotros quisisteis gozar de su luz un poco de tiempo.
36 Pero tengo a mi favor un testimonio de más valor que el de Juan. Lo que yo hago, que es lo que el Padre me encargó que hiciera, prueba que de veras el Padre me ha enviado.
37 Y también el Padre, que me ha enviado, da testimonio a mi favor, a pesar de que nunca habéis oído su voz ni lo habéis visto
38 ni su mensaje ha penetrado en vosotros, porque no creéis en aquel que el Padre envió.
39 Estudiáis las Escrituras con toda atención porque esperáis encontrar en ellas la vida eterna; y precisamente las Escrituras dan testimonio de mí.
40 Sin embargo, no queréis venir a mí para tener esa vida.
41 “Yo no acepto honores que vengan de los hombres.
42 Además os conozco y sé que no amáis a Dios.
43 Yo he venido en nombre de mi Padre y no me aceptáis; en cambio aceptaríais a cualquier otro que viniera en nombre propio.
44 ¿Cómo podéis creer, si recibís honores unos de otros y no buscáis los honores que vienen del Dios único?
45 No creáis que yo os voy a acusar delante de mi Padre. El que os acusa es Moisés mismo, en quien habéis puesto vuestra esperanza.
46 Porque si vosotros creyerais a Moisés, también me creeríais a mí, porque Moisés escribió acerca de mí.
47 Pero si no creéis lo que él escribió, ¿cómo vais a creer lo que yo os digo?”
1 Después de esto, Jesús se fue a la otra orilla del lago de Galilea (también llamado de Tiberias).
2 Mucha gente le seguía porque habían visto las señales milagrosas que hacía sanando a los enfermos.
3 Jesús subió a un monte y se sentó con sus discípulos.
4 Ya estaba cerca la Pascua, la fiesta de los judíos.
5 Al levantar la vista y ver la mucha gente que le seguía, Jesús dijo a Felipe: –¿Dónde vamos a comprar comida para toda esta gente?
6 Pero lo dijo por ver qué contestaría Felipe, porque Jesús mismo sabía bien lo que había de hacer.
7 Felipe le respondió: –Ni siquiera doscientos denarios de pan bastarían para que cada uno recibiese un poco.
8 Entonces otro de sus discípulos, Andrés, el hermano de Simón Pedro, le dijo:
9 –Aquí hay un niño que tiene cinco panes de cebada y dos peces, pero ¿qué es esto para tanta gente?
10 Jesús respondió: –Haced que todos se sienten. Había mucha hierba en aquel lugar, y se sentaron. Eran unos cinco mil hombres.
11 Jesús tomó en sus manos los panes, y después de dar gracias a Dios los repartió entre los que estaban sentados. Hizo lo mismo con los peces, dándoles todo lo que querían.
12 Cuando estuvieron satisfechos, Jesús dijo a sus discípulos: –Recoged los trozos sobrantes, para que no se desperdicie nada.
13 Ellos los recogieron, y llenaron doce canastas con los trozos que habían sobrado de los cinco panes de cebada.
14 La gente, al ver esta señal milagrosa hecha por Jesús, decía: –Verdaderamente este es el profeta que había de venir al mundo.
15 Pero como Jesús se dio cuenta de que querían llevárselo a la fuerza para hacerle rey, se retiró otra vez a lo alto del monte, para estar solo.
16 Al llegar la noche, los discípulos de Jesús bajaron al lago,
17 subieron a una barca y comenzaron a cruzarlo en dirección a Cafarnaún. Era completamente de noche, y Jesús todavía no había regresado.
18 En esto se levantó un fuerte viento que alborotó el lago.
19 Ellos, cuando ya habían recorrido unos cinco o seis kilómetros, vieron a Jesús que se acercaba a la barca andando sobre el agua y se llenaron de miedo.
20 Él les dijo: –¡Soy yo, no tengáis miedo!
21 Entonces quisieron recibirle en la barca, y en un momento llegaron a la orilla adonde iban.
22 Al día siguiente, la gente que permanecía en la otra orilla del lago advirtió que los discípulos se habían ido en la única barca que allí había, y que Jesús no iba con ellos.
23 Mientras tanto, otras barcas llegaron de la ciudad de Tiberias a un lugar cerca de donde habían comido el pan después de que el Señor diera gracias.
24 Así que, al no ver allí a Jesús ni a sus discípulos, la gente subió a las barcas y se dirigió en busca suya a Cafarnaún.
25 Al llegar a la otra orilla del lago, encontraron a Jesús y le preguntaron: –Maestro, ¿cuándo has venido aquí?
26 Jesús les dijo: –Os aseguro que vosotros no me buscáis porque hayáis visto las señales milagrosas, sino porque habéis comido hasta hartaros.
27 No trabajéis por la comida que se acaba, sino por la comida que permanece y os da vida eterna. Esta es la comida que os dará el Hijo del hombre, porque Dios, el Padre, ha puesto su sello en él.
28 Le preguntaron: –¿Qué debemos hacer para que nuestras obras sean las obras de Dios?
29 Jesús les contestó: –La obra de Dios es que creáis en aquel que él ha enviado.
30 –¿Y qué señal puedes darnos –le preguntaron– para que, al verla, te creamos? ¿Cuáles son tus obras?
31 Nuestros antepasados comieron el maná en el desierto, como dice la Escritura: ‘Dios les dio a comer pan del cielo.’
32 Jesús les contestó: –Os aseguro que no fue Moisés quien os dio el pan del cielo. ¡Mi Padre es quien os da el verdadero pan del cielo!
33 Porque el pan que Dios da es aquel que ha bajado del cielo y da vida al mundo.
34 Ellos le pidieron: –Señor, danos siempre ese pan.
35 Y Jesús les dijo: –Yo soy el pan que da vida. El que viene a mí, nunca más tendrá hambre, y el que en mí cree, nunca más tendrá sed.
36 Pero, como ya os dije, vosotros no creéis aunque me habéis visto.
37 Todos los que el Padre me da vienen a mí, y a los que vienen a mí no los echaré fuera.
38 Porque no he venido del cielo para hacer mi propia voluntad, sino para hacer la voluntad de mi Padre, que me ha enviado.
39 Y la voluntad del que me ha enviado es que yo no pierda a ninguno de los que me ha dado, sino que los resucite el día último.
40 Porque la voluntad de mi Padre es que todo aquel que ve al Hijo de Dios y cree en él, tenga vida eterna, y yo le resucitaré en el día último.
41 Por eso los judíos comenzaron a murmurar de Jesús, porque había dicho: “Yo soy el pan que ha bajado del cielo.”
42 Y decían: –Este es Jesús, el hijo de José. Nosotros conocemos a su padre y a su madre: ¿cómo dice ahora que ha bajado del cielo?
43 Jesús les dijo: –Dejad de murmurar.
44 Nadie puede venir a mí si no lo trae el Padre, que me ha enviado; y yo lo resucitaré el día último.
45 En los libros de los profetas se dice: ‘Dios instruirá a todos.’ Así que todos los que escuchan al Padre y aprenden de él vienen a mí.
46 “No es que alguien haya visto al Padre. El único que ha visto al Padre es el que ha venido de Dios.
47 Os aseguro que quien cree tiene vida eterna.
48 Yo soy el pan que da vida.
49 Vuestros antepasados comieron el maná en el desierto, y sin embargo murieron;
50 pero yo hablo del pan que baja del cielo para que quien coma de él no muera.
51 Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo; el que coma de este pan vivirá para siempre. El pan que yo daré es mi propio cuerpo. Lo daré por la vida del mundo.”
52 Los judíos se pusieron a discutir unos con otros: –¿Cómo puede este darnos a comer su propio cuerpo?
53 Jesús les dijo: –Os aseguro que si no coméis el cuerpo del Hijo del hombre y no bebéis su sangre, no tendréis vida.
54 El que come mi cuerpo y bebe mi sangre tiene vida eterna; y yo le resucitaré el día último.
55 Porque mi cuerpo es verdadera comida, y mi sangre verdadera bebida.
56 El que come mi cuerpo y bebe mi sangre vive unido a mí, y yo vivo unido a él.
57 El Padre, que me ha enviado, tiene vida, y yo vivo por él. De la misma manera, el que me coma vivirá por mí.
58 Hablo del pan que ha bajado del cielo. Este pan no es como el maná que comieron vuestros antepasados, que murieron a pesar de haberlo comido. El que coma de este pan, vivirá para siempre.
59 Jesús enseñó estas cosas en la reunión de la sinagoga en Cafarnaún.
60 Al oir todo esto, muchos de los que seguían a Jesús dijeron: –Su enseñanza es muy difícil de aceptar. ¿Quién puede hacerle caso?
61 Jesús, dándose cuenta de lo que estaban murmurando, les preguntó: –¿Esto os ofende?
62 ¿Qué pasaría si vierais al Hijo del hombre subir a donde antes estaba?
63 El espíritu es el que da vida; el cuerpo de nada aprovecha. Las cosas que yo os he dicho son espíritu y vida.
64 Pero todavía hay algunos de vosotros que no creen. Es que Jesús sabía desde el principio quiénes eran los que no creían, y quién el que le iba a traicionar.
65 Y añadió: –Por eso os he dicho que nadie puede venir a mí, si el Padre no lo trae.
66 Desde entonces dejaron a Jesús muchos de los que le habían seguido, y ya no andaban con él.
67 Jesús preguntó a los doce discípulos: –¿También vosotros queréis iros?
68 Simón Pedro le contestó: –Señor, ¿a quién iremos? Tus palabras son palabras de vida eterna.
69 Nosotros sí hemos creído, y sabemos que tú eres el Santo de Dios.
70 Jesús les contestó: –¿No os he escogido yo a los doce? Sin embargo, uno de vosotros es un diablo.
71 Al decir esto, Jesús se refería a Judas, hijo de Simón Iscariote; porque Judas iba a traicionarle a pesar de ser uno de los doce discípulos.
1 Algún tiempo después andaba Jesús por la región de Galilea, pues no quería seguir en Judea porque los judíos lo buscaban para matarlo.
2 Pero como se acercaba la fiesta de las Enramadas, una de las fiestas de los judíos,
3 sus hermanos le dijeron: –No te quedes aquí. Vete a Judea, para que también los seguidores que allí tienes vean lo que haces.
4 Pues cuando uno quiere ser conocido no hace las cosas en secreto. Y ya que haces estas cosas, hazlas delante de todo el mundo.
5 Y es que ni siquiera sus hermanos creían en él.
6 Jesús les dijo: –Todavía no ha venido mi hora, aunque para vosotros cualquier hora es buena.
7 Los que son del mundo no pueden odiaros a vosotros; en cambio a mí me odian, porque pongo en evidencia la maldad de sus acciones.
8 Id vosotros a la fiesta. Yo no voy, porque mi hora todavía no ha llegado.
9 Después de decirles esto, se quedó en Galilea.
10 Sin embargo, cuando ya se habían ido sus hermanos, también Jesús fue a la fiesta, aunque no lo hizo públicamente sino casi en secreto.
11 Los judíos le buscaban durante la fiesta, y decían: –¿Dónde estará ese hombre?
12 Entre la gente se hacían muchos comentarios acerca de él. Decían unos: “Es un hombre de bien”, y otros decían: “No es bueno: engaña a la gente.”
13 Sin embargo, nadie hablaba de él públicamente por miedo a los judíos.
14 Hacia la mitad de la fiesta entró Jesús en el templo y comenzó a enseñar.
15 Los judíos, admirados, decían: –¿Cómo sabe este tantas cosas sin haber estudiado?
16 Jesús les contestó: –Mi enseñanza no es mía, sino de aquel que me envió.
17 El que esté dispuesto a hacer la voluntad de Dios podrá reconocer si mi enseñanza viene de Dios o si hablo por mi propia cuenta.
18 El que habla por su propia cuenta lo hace para que la gente le honre; pero quien procura el honor del que le envió, ese dice la verdad y en él no hay nada reprochable.
19 “¿No es cierto que Moisés os dio la ley? Sin embargo, ninguno de vosotros la obedece. ¿Por qué queréis matarme?”
20 La gente le contestó: –¡Estás endemoniado! ¿Quién quiere matarte?
21 Jesús les dijo: –Todos os extrañáis por un sola cosa que hice en sábado.
22 Sin embargo, Moisés os mandó practicar el rito de la circuncisión (aunque no procede de Moisés, sino de vuestros antepasados ), y vosotros circuncidáis a un niño aunque sea en sábado.
23 Ahora bien, si por no faltar a la ley de Moisés circuncidáis a un niño aunque sea en sábado, ¿por qué os enojáis conmigo por haber devuelto la salud en sábado al cuerpo entero de un hombre?
24 ¡No juzguéis por las apariencias! Cuando juzguéis, hacedlo con rectitud.
25 Algunos de los que vivían en Jerusalén empezaron entonces a preguntar: –¿No es a este a quien andan buscando para matarle?
26 Pues ahí está, hablando en público, y nadie le dice nada. ¿Será que verdaderamente las autoridades creen que este hombre es el Mesías?
27 Pero nosotros sabemos de dónde viene; en cambio, cuando venga el Mesías, nadie sabrá de dónde viene.
28 Al oir esto, Jesús, que estaba enseñando en el templo, dijo con voz fuerte: –¡Así que vosotros me conocéis y sabéis de dónde vengo! Pues yo no he venido por mi propia cuenta, sino enviado por aquel que es digno de confianza y a quien vosotros no conocéis.
29 Yo le conozco, porque vengo de él y él me ha enviado.
30 Entonces quisieron apresarle, pero nadie le echó mano porque todavía no había llegado su hora.
31 Muchos creyeron en él, y decían: –Cuando venga el Mesías, ¿hará acaso más señales milagrosas que este hombre?
32 Los fariseos oyeron lo que la gente decía acerca de Jesús, y ellos y los jefes de los sacerdotes mandaron a unos guardias del templo a apresarle.
33 Entonces dijo Jesús: –Voy a estar aún con vosotros un poco de tiempo, y después regresaré al que me ha enviado.
34 Me buscaréis, pero no me encontraréis, porque no podréis ir a donde yo voy a estar.
35 Entonces los judíos comenzaron a preguntarse unos a otros: –¿A dónde se va a ir este, que no podamos encontrarlo? ¿Se irá acaso con los judíos que viven dispersos en países extranjeros o se irá a enseñar a los paganos?
36 ¿Qué quiere decir eso de: ‘Me buscaréis, pero no me encontraréis, porque no podréis ir a donde yo voy a estar’?
37 El último día de la fiesta, que era el más importante, Jesús, puesto en pie, dijo con voz fuerte: –¡El que tenga sed, venga a mí; el que cree en mi, que beba!
38 Como dice la Escritura, de su interior brotarán ríos de agua viva.
39 Con esto quería decir Jesús que quienes creyesen en él recibirían el Espíritu. Y es que el Espíritu todavía no había venido, porque Jesús aún no había sido glorificado.
40 Entre la gente se encontraban algunos que al oir estas palabras dijeron: –Seguro que este hombre es el profeta.
41 Otros decían: –Este es el Mesías. Pero otros decían: –No, porque el Mesías no puede venir de Galilea.
42 La Escritura dice que el Mesías ha de ser descendiente del rey David y que procederá de Belén, del mismo pueblo de David.
43 Así que la gente se dividió por causa de Jesús.
44 Algunos querían apresarle, pero nadie llegó a ponerle las manos encima.
45 Los guardias del templo volvieron a donde estaban los fariseos y los jefes de los sacerdotes, que les preguntaron: –¿Por qué no lo habéis traído?
46 Contestaron los guardias: –¡Nadie ha hablado nunca como él!
47 Los fariseos les dijeron entonces: –¿También vosotros os habéis dejado engañar?
48 ¿Acaso ha creído en él alguno de nuestros jefes o de los fariseos?
49 Pero esta gente que no conoce la ley está maldita.
50 Nicodemo, el fariseo que en una ocasión había ido a ver a Jesús, les dijo:
51 –Según nuestra ley, no podemos condenar a un hombre sin antes haberle oído para saber lo que ha hecho.
52 Le contestaron: –¿También tú eres galileo? Estudia las Escrituras y verás que ningún profeta ha venido de Galilea.
53 ]Cada uno se fue a su casa.
1 Pero Jesús se dirigió al monte de los Olivos,
2 y al día siguiente, al amanecer, volvió al templo. La gente se le acercó, y él, sentándose, comenzó a enseñarles.
3 Los maestros de la ley y los fariseos llevaron entonces a una mujer que había sido sorprendida en adulterio. La pusieron en medio de todos los presentes
4 y dijeron a Jesús: –Maestro, esta mujer ha sido sorprendida en el acto mismo del adulterio.
5 En nuestra ley, Moisés ordena matar a pedradas a esta clase de mujeres. Y tú, ¿qué dices?
6 Preguntaron esto para ponerle a prueba y tener algo de qué acusarle, pero Jesús se inclinó y se puso a escribir en la tierra con el dedo.
7 Luego, como seguían preguntándole, se enderezó y les respondió: –El que de vosotros esté sin pecado, que le arroje la primera piedra.
8 Volvió a inclinarse y siguió escribiendo en la tierra.
9 Al oir esto, uno tras otro fueron saliendo, empezando por los más viejos. Cuando Jesús se encontró solo con la mujer, que se había quedado allí,
10 se enderezó y le preguntó: –Mujer, ¿dónde están? ¿Ninguno te ha condenado?
11 Contestó ella: –Ninguno, Señor. Jesús le dijo: –Tampoco yo te condeno. Vete y no vuelvas a pecar.]
12 Jesús se dirigió otra vez a la gente, diciendo: –Yo soy la luz del mundo. El que me siga tendrá la luz que le da vida y nunca andará en oscuridad.
13 Los fariseos le dijeron: –Tú estás dando testimonio a favor tuyo; ese testimonio no tiene valor.
14 Jesús les contestó: –Mi testimonio sí tiene valor, aunque lo dé yo mismo a mi favor, pues yo sé de dónde procedo y a dónde voy. En cambio, vosotros no lo sabéis.
15 Vosotros juzgáis según los criterios humanos. Yo no juzgo a nadie;
16 y si juzgo, mi juicio es conforme a la verdad, porque no juzgo yo solo, sino que el Padre, que me envió, juzga conmigo.
17 En vuestra ley está escrito que cuando dos testigos dicen lo mismo, su testimonio es válido.
18 Pues bien, yo mismo soy un testigo a mi favor, y el Padre, que me envió, es el otro testigo.
19 Le preguntaron: –¿Dónde está tu Padre? Jesús les contestó: –Vosotros no me conocéis, ni tampoco a mi Padre; si me conocierais, conoceríais también a mi Padre.
20 Jesús dijo estas cosas mientras enseñaba en el templo, en el lugar donde estaban las arcas de las ofrendas. Pero nadie le apresó, porque todavía no había llegado su hora.
21 Jesús les volvió a decir: –Yo me voy, y vosotros me buscaréis, pero moriréis en vuestro pecado. A donde yo voy vosotros no podéis ir.
22 Los judíos decían: –¿Acaso estará pensando en matarse y por eso dice que no podemos ir a donde él va?
23 Jesús añadió: –Vosotros sois de aquí abajo, pero yo soy de arriba. Vosotros sois de este mundo, pero yo no soy de este mundo.
24 Por eso os he dicho que moriréis en vuestros pecados: porque si no creéis que yo soy, moriréis en vuestros pecados.
25 Entonces le preguntaron: –¿Quién eres tú? Jesús les respondió: –En primer lugar, ¿por qué he de hablar con vosotros?
26 Tengo mucho que decir y juzgar de vosotros; pero el que me ha enviado dice la verdad, y lo que yo digo al mundo es lo mismo que le he oído decir a él.
27 Pero ellos no entendieron que les hablaba del Padre.
28 Por eso les dijo: –Cuando levantéis en alto al Hijo del hombre, reconoceréis que yo soy y que no hago nada por mi propia cuenta. Solamente digo lo que el Padre me ha enseñado.
29 El que me ha enviado está conmigo: no me ha dejado solo, porque yo siempre hago lo que le agrada.
30 Al decir Jesús estas cosas, muchos creyeron en él.
31 Jesús dijo a los judíos que habían creído en él: –Si os mantenéis fieles a mi palabra, seréis verdaderamente mis discípulos;
32 conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres.
33 Ellos le contestaron: –Nosotros somos descendientes de Abraham y nunca fuimos esclavos de nadie. ¿Cómo dices tú que seremos libres?
34 Jesús les dijo: –Os aseguro que todos los que pecan son esclavos del pecado.
35 Un esclavo no pertenece para siempre a la familia, pero un hijo sí pertenece a ella para siempre.
36 Así que, si el Hijo os hace libres, seréis verdaderamente libres.
37 Ya sé que sois descendientes de Abraham, pero queréis matarme porque no aceptáis mi palabra.
38 Yo hablo de lo que el Padre me ha mostrado, y vosotros hacéis lo que vuestro padre os ha dicho.
39 Dijeron ellos: –¡Nuestro padre es Abraham! Pero Jesús les respondió: –Si de veras fuerais hijos de Abraham, haríais lo que él hizo.
40 Pero a mí, que os digo la verdad que Dios me ha enseñado, queréis matarme. ¡Y eso nunca lo hizo Abraham!
41 Vosotros hacéis lo mismo que vuestro padre. Dijeron: –¡Nosotros no somos unos bastardos! ¡Nuestro único padre es Dios!
42 Jesús les contestó: –Si Dios fuese de veras vuestro padre, me amaríais, porque yo, que estoy aquí, vengo de Dios. No he venido por mi propia cuenta, sino que Dios me ha enviado.
43 ¿Por qué no podéis entender mi mensaje? Porque no queréis escuchar mi palabra.
44 Vuestro padre es el diablo: vosotros le pertenecéis, y tratáis de hacer lo que él quiere. Desde el principio, el diablo ha sido un asesino; jamás se ha basado en la verdad, porque la verdad no está en él. Cuando miente, habla como lo que es: mentiroso y padre de la mentira.
45 En cambio a mí, que digo la verdad, no me creéis.
46 ¿Quién de vosotros puede demostrar que he cometido pecado? Y si digo la verdad, ¿por qué no me creéis?
47 El que es de Dios escucha las palabras de Dios, pero vosotros no queréis escuchar porque no sois de Dios.
48 Los judíos dijeron a Jesús: –Tenemos razón cuando afirmamos que eres un samaritano y que tienes un demonio.
49 Jesús les contestó: –No tengo ningún demonio. Lo que hago es honrar a mi Padre. Vosotros, en cambio, me deshonráis.
50 Yo no quiero que me honréis, pero hay uno que quiere que se me honre, y él juzga.
51 Os aseguro que quien hace caso a mi palabra no morirá.
52 Los judíos le dijeron: –Ahora estamos seguros de que tienes un demonio. Abraham y todos los profetas murieron, y tú dices: ‘Quien hace caso a mi palabra no morirá.’
53 ¿Acaso eres tú más que nuestro padre Abraham? Él murió, y murieron también los profetas. ¿Quién te has creído que eres?
54 Jesús contestó: –Si yo me honrase a mí mismo, mi honra no valdría nada. Pero el que me honra es mi Padre, el mismo que decís que es vuestro Dios.
55 Pero vosotros no le conocéis. Yo sí le conozco, y si dijera que no le conozco sería tan mentiroso como vosotros. Pero, ciertamente, le conozco y hago caso a su palabra.
56 Abraham, vuestro antepasado, se alegró porque iba a ver mi día: y lo vio, y se llenó de gozo.
57 Los judíos preguntaron a Jesús: –Si todavía no tienes cincuenta años, ¿cómo dices que has visto a Abraham?
58 Jesús les contestó: –Os aseguro que yo existo desde antes que existiera Abraham.
59 Entonces ellos cogieron piedras para arrojárselas, pero Jesús se escondió y salió del templo.
1 Yendo de camino vio Jesús a un hombre que había nacido ciego.
2 Los discípulos le preguntaron: –Maestro, ¿por qué nació ciego este hombre? ¿Por el pecado de sus padres o por su propio pecado?
3 Jesús les contestó: –Ni por su propio pecado ni por el de sus padres, sino para que en él se demuestre el poder de Dios.
4 Mientras es de día tenemos que hacer el trabajo que nos ha encargado el que me envió; luego viene la noche, cuando nadie puede trabajar.
5 Mientras estoy en este mundo, soy la luz del mundo.
6 Dicho esto, Jesús escupió en el suelo, hizo con la saliva un poco de lodo y untó con él los ojos del ciego.
7 Luego le dijo: –Ve a lavarte al estanque de Siloé (que significa: “Enviado”). El ciego fue y se lavó, y al regresar ya veía.
8 Los vecinos y los que otras veces le habían visto pedir limosna se preguntaban: –¿No es este el que se sentaba a pedir limosna?
9 Unos decían: –Sí, es él. Y otros: –No, no es él, aunque se le parece. Pero él decía: –Sí, soy yo.
10 Le preguntaron: –¿Y cómo es que ahora puedes ver?
11 –Él contestó: –Ese hombre que se llama Jesús hizo lodo, me untó los ojos y me dijo: ‘Ve al estanque de Siloé y lávate.' Yo fui, me lavé y comencé a ver.
12 Unos le preguntaron: –¿Dónde está ese hombre? Él respondió: –No lo sé.
13 El día en que Jesús hizo lodo y dio la vista al ciego, era sábado. Por eso llevaron ante los fariseos al que había sido ciego,
14
15 y ellos le preguntaron cómo era que podía ver. Les contestó: –Me puso lodo sobre los ojos, me lavé y ahora veo.
16 Algunos fariseos dijeron: –El que hizo eso no puede ser de Dios, porque no respeta el sábado. Pero otros decían: –¿Cómo puede alguien, siendo pecador, hacer esas señales milagrosas? De manera que estaban divididos.
17 Volvieron a preguntar al que había sido ciego: –Puesto que te ha dado la vista, ¿qué dices tú de ese hombre? –Yo digo que es un profeta –contestó.
18 Pero los judíos no quisieron creer que se trataba del mismo ciego, que ahora podía ver, hasta que llamaron a sus padres
19 y les preguntaron: –¿Es este vuestro hijo? ¿Decís vosotros que nació ciego? ¿Cómo es que ahora ve?
20 Sus padres contestaron: –Sabemos que este es nuestro hijo y que nació ciego,
21 pero no sabemos cómo es que ahora ve, ni tampoco sabemos quién le dio la vista. Preguntádselo a él, que ya es mayor de edad y puede responder por sí mismo.
22 Sus padres dijeron esto por miedo, porque los judíos se habían puesto de acuerdo para expulsar de la sinagoga a cualquiera que reconociese a Jesús como el Mesías.
23 Por eso dijeron sus padres: “Ya es mayor de edad; preguntádselo a él.”
24 Los judíos volvieron a llamar al que había sido ciego y le dijeron: –Reconoce la verdad delante de Dios: nosotros sabemos que ese hombre es pecador.
25 Él les contestó: –Yo no sé si es pecador o no. Lo único que sé es que yo era ciego y ahora veo.
26 Volvieron a preguntarle: –¿Qué te hizo? ¿Qué hizo para darte la vista?
27 Les contestó: –Ya os lo he dicho, pero no me hacéis caso. ¿Para qué queréis que lo repita? ¿Es que también vosotros queréis seguirle?
28 Entonces le insultaron y le dijeron: –¡Tú sigues a ese hombre, pero nosotros seguimos a Moisés!
29 Nosotros sabemos que Dios habló a Moisés, pero ese ni siquiera sabemos de dónde ha salido.
30 El hombre les contestó: –¡Qué cosa tan rara, que vosotros no sabéis de dónde ha salido y a mí me ha dado la vista!
31 Bien sabemos que Dios no escucha a los pecadores, sino solamente a quienes le adoran y hacen su voluntad.
32 Nunca se ha oído decir de nadie que diera la vista a un ciego de nacimiento:
33 si este hombre no viniera de Dios, no podría hacer nada.
34 Le dijeron entonces: –Tú, que naciste lleno de pecado, ¿quieres darnos lecciones a nosotros? Y lo expulsaron de la sinagoga.
35 Jesús se enteró de que habían expulsado de la sinagoga a aquel ciego. Cuando se encontró con él le preguntó: –¿Tú crees en el Hijo del hombre?
36 Él le dijo: –Señor, dime quién es, para que crea en él.
37 Le contestó Jesús: –Ya le has visto. Soy yo, con quien estás hablando.
38 El hombre le respondió: –Creo, Señor –y se puso de rodillas delante de él.
39 Dijo Jesús: –Yo he venido a este mundo para hacer juicio, para que los ciegos vean y los que ven se vuelvan ciegos.
40 Al oir esto, algunos fariseos que estaban reunidos con él le preguntaron: –¿Acaso nosotros también somos ciegos?
41 Jesús les contestó: –Si fuerais ciegos, no tendríais la culpa de vuestros pecados; pero como decís que veis, sois culpables.
1 Jesús añadió: “Os aseguro que el que no entra por la puerta en el redil de las ovejas, sino que se mete por otro lado, es ladrón y salteador.
2 El que entra por la puerta, ese es el pastor que cuida las ovejas.
3 El guarda le abre la puerta, y el pastor llama a cada oveja por su nombre y las ovejas reconocen su voz. Él las saca del redil,
4 y cuando ya han salido todas, va delante de ellas, y las ovejas le siguen porque reconocen su voz.
5 En cambio no siguen a un extraño, sino que huyen de él porque no conocen la voz de los extraños.”
6 Jesús les puso esta comparación, pero ellos no entendieron lo que les quería decir.
7 Volvió Jesús a decirles: “Os aseguro que yo soy la puerta por donde entran las ovejas.
8 Todos los que vinieron antes de mí fueron ladrones y salteadores, pero las ovejas no les hicieron caso.
9 Yo soy la puerta: el que por mí entra será salvo; entrará y saldrá, y encontrará pastos.
10 “El ladrón viene solamente para robar, matar y destruir; pero yo he venido para que tengan vida y la tengan en abundancia.
11 Yo soy el buen pastor. El buen pastor da su vida por las ovejas;
12 pero el que trabaja solamente por el salario, cuando ve venir al lobo deja las ovejas y huye, porque no es el pastor ni son suyas las ovejas. Entonces el lobo ataca a las ovejas y las dispersa en todas direcciones.
13 Ese hombre huye porque lo único que le importa es el salario, no las ovejas.
14 “Yo soy el buen pastor. Como mi Padre me conoce y yo conozco a mi Padre, así conozco a mis ovejas y ellas me conocen a mí. Yo doy mi vida por las ovejas.
15
16 También tengo otras ovejas que no son de este redil, y también a ellas debo traer. Ellas me obedecerán, y habrá un solo rebaño y un solo pastor.
17 “El Padre me ama porque yo doy mi vida para volverla a recibir.
18 Nadie me quita la vida, sino que la doy por mi propia voluntad. Tengo el derecho de darla y de volverla a recibir. Esto es lo que me ordenó mi Padre.”
19 Cuando los judíos oyeron estas palabras volvieron a dividirse.
20 Muchos de ellos decían: –¿Por qué le hacéis caso, si tiene un demonio y está loco?
21 Pero otros decían: –Nadie que tenga un demonio puede hablar así. ¿Acaso un demonio puede dar la vista a los ciegos?
22 Era invierno, y en Jerusalén celebraban la fiesta en que se conmemoraba la dedicación del templo.
23 Jesús estaba en el templo, paseando por el pórtico de Salomón.
24 Los judíos le rodearon y le preguntaron: –¿Hasta cuándo nos vas a tener en dudas? Si tú eres el Mesías, dínoslo de una vez.
25 Jesús les contestó: –Ya os lo he dicho y no me habéis creído. Las cosas que yo hago con la autoridad de mi Padre, lo demuestran claramente;
26 pero vosotros no creéis porque no sois de mis ovejas.
27 Mis ovejas reconocen mi voz, y yo las conozco y ellas me siguen.
28 Yo les doy vida eterna y jamás perecerán ni nadie me las quitará.
29 Lo que el Padre me ha dado es más grande que todo, y nadie se lo puede quitar.
30 El Padre y yo somos uno solo.
31 Los judíos volvieron a coger piedras para tirárselas,
32 pero Jesús les dijo: –Por el poder de mi Padre he hecho muchas cosas buenas delante de vosotros: ¿por cuál de ellas me vais a apedrear?
33 Los judíos le contestaron: –No vamos a apedrearte por ninguna cosa buena que hayas hecho, sino porque tus palabras son una ofensa contra Dios. Tú, que no eres más que un hombre, te haces Dios a ti mismo.
34 Jesús les respondió: –En vuestra ley está escrito: ‘Yo dije que sois dioses.’
35 Sabemos que no se puede negar lo que dice la Escritura, y Dios llamó dioses a aquellas personas a quienes dirigió su mensaje.
36 Y si Dios me apartó a mí y me envió al mundo, ¿cómo podéis decir que le he ofendido por haber dicho que soy Hijo de Dios?
37 Si no hago las obras que hace mi Padre, no me creáis.
38 Pero si las hago, creed en ellas aunque no creáis en mí, para que de una vez por todas sepáis que el Padre está en mí y yo en el Padre.
39 De nuevo quisieron apresarle, pero Jesús se escapó de sus manos.
40 Regresó Jesús al lado oriental del Jordán, y se quedó allí, en el lugar donde Juan había estado antes bautizando.
41 Muchos fueron a verle y decían: –Ciertamente, aunque Juan no hizo ninguna señal milagrosa, todo lo que decía de este hombre era verdad.
42 Muchos creyeron en Jesús en aquel lugar.
1 Un hombre llamado Lázaro había caído enfermo. Era natural de Betania, el pueblo de María y de su hermana Marta.
2 Esta María, hermana de Lázaro, fue la que derramó perfume sobre los pies del Señor y los secó con sus cabellos.
3 Así que las dos hermanas enviaron a decir a Jesús: –Señor, tu amigo está enfermo.
4 Jesús dijo al oirlo: –Esta enfermedad no va a terminar en muerte, sino que ha de servir para mostrar la gloria de Dios y también la gloria del Hijo de Dios.
5 Jesús quería mucho a Marta, a su hermana y a Lázaro;
6 sin embargo, cuando le dijeron que Lázaro estaba enfermo, se quedó dos días más en el lugar donde se encontraba.
7 Después dijo a sus discípulos: –Vamos otra vez a Judea.
8 Los discípulos le contestaron: –Maestro, hace poco los judíos de esa región trataron de matarte a pedradas, ¿y otra vez quieres ir allá?
9 Jesús les dijo: –¿No es cierto que el día tiene doce horas? Pues bien, si uno anda de día no tropieza, porque ve la luz de este mundo;
10 pero si uno anda de noche tropieza, porque le falta la luz.
11 Después añadió: –Nuestro amigo Lázaro se ha dormido, pero voy a despertarle.
12 Los discípulos le dijeron: –Señor, si se ha dormido es señal de que va a sanar.
13 Pero lo que Jesús decía era que Lázaro había muerto, mientras que los discípulos pensaban que se había referido al sueño natural.
14 Entonces Jesús les habló claramente: –Lázaro ha muerto.
15 Y me alegro de no haber estado allí, porque así es mejor para vosotros, para que creáis. Pero vayamos a verle.
16 Tomás, al que llamaban el Gemelo, dijo a los otros discípulos: –Vayamos también nosotros, para morir con él.
17 Jesús, al llegar, se encontró con que ya hacía cuatro días que habían sepultado a Lázaro.
18 Betania estaba cerca de Jerusalén, a unos tres kilómetros,
19 y muchos judíos habían ido a visitar a Marta y María, para consolarlas por la muerte de su hermano.
20 Cuando Marta supo que Jesús estaba llegando, salió a recibirle; pero María se quedó en la casa.
21 Marta dijo a Jesús: –Señor, si hubieras estado aquí, mi hermano no habría muerto.
22 Pero aun ahora yo sé que Dios te dará cuanto le pidas.
23 Jesús le contestó: –Tu hermano volverá a vivir.
24 Marta le dijo: –Sí, ya sé que volverá a vivir cuando los muertos resuciten, en el día último.
25 Jesús le dijo entonces: –Yo soy la resurrección y la vida. El que cree en mí, aunque muera, vivirá;
26 y ninguno que esté vivo y crea en mí morirá jamás. ¿Crees esto?
27 Ella le dijo: –Sí, Señor, yo creo que tú eres el Mesías, el Hijo de Dios, el que tenía que venir al mundo.
28 Después de esto, Marta fue a llamar a su hermana María y le dijo en secreto: –El Maestro está aquí y te llama.
29 En cuanto María lo oyó, se levantó y fue a ver a Jesús;
30 pero Jesús no había entrado aún en el pueblo, sino que permanecía en el lugar donde Marta había ido a encontrarle.
31 Al ver que María se levantaba y salía de prisa, los judíos que habían ido a consolarla a la casa, la siguieron pensando que iba al sepulcro a llorar.
32 Cuando María llegó a donde estaba Jesús, se puso de rodillas a sus pies, diciendo: –Señor, si hubieras estado aquí, mi hermano no habría muerto.
33 Jesús, al ver llorar a María y a los judíos que habían llegado con ella, se sintió profundamente triste y conmovido,
34 y les preguntó: –¿Dónde lo habéis sepultado? Le dijeron: –Señor, ven a verlo.
35 Y Jesús lloró.
36 Los judíos dijeron entonces: –¡Mirad cuánto le quería!
37 Pero algunos decían: –Este, que dio la vista al ciego, ¿no podría haber hecho algo para que Lázaro no muriese?
38 Jesús, otra vez muy conmovido, se acercó al sepulcro. Era una cueva que tenía la entrada tapada con una piedra.
39 Jesús dijo: –Quitad la piedra. Marta, la hermana del muerto, le dijo: –Señor, seguramente huele mal, porque hace cuatro días que murió.
40 Jesús le contestó: –¿No te he dicho que si crees verás la gloria de Dios?
41 Quitaron la piedra, y Jesús, mirando al cielo, dijo: –Padre, te doy gracias porque me has escuchado.
42 Yo sé que siempre me escuchas, pero digo esto por el bien de los que están aquí, para que crean que tú me has enviado.
43 Habiendo hablado así, gritó con voz fuerte: –¡Lázaro, sal de ahí!
44 Y el muerto salió, atadas las manos y los pies con vendas y envuelta la cara en un lienzo. Jesús les dijo: –Desatadlo y dejadle ir.
45 Al ver lo que Jesús había hecho, creyeron en él muchos de los judíos que habían ido a acompañar a María.
46 Pero algunos fueron a contar a los fariseos lo hecho por Jesús.
47 Entonces los fariseos y los jefes de los sacerdotes, reunidos con la Junta Suprema, dijeron: –¿Qué haremos? Este hombre está haciendo muchas señales milagrosas.
48 Si le dejamos seguir así, todos van a creer en él, y las autoridades romanas vendrán y destruirán nuestro templo y nuestra nación.
49 Pero uno de ellos llamado Caifás, sumo sacerdote aquel año, les dijo: –Vosotros no sabéis nada.
50 No os dais cuenta de que es mejor para vosotros que muera un solo hombre por el pueblo y no que toda la nación sea destruida.
51 Pero Caifás no habló así por su propia cuenta, sino que, como era sumo sacerdote aquel año, dijo proféticamente que Jesús había de morir por la nación judía,
52 y no solo por esta nación, sino también para reunir a todos los hijos de Dios que se hallaban dispersos.
53 Desde aquel día, las autoridades judías tomaron la decisión de matar a Jesús.
54 Por eso, Jesús ya no andaba públicamente entre los judíos, sino que se marchó de la región de Judea a un lugar cercano al desierto, a un pueblo llamado Efraín. Allí se quedó con sus discípulos.
55 Faltaba poco para la fiesta de la Pascua de los judíos, y mucha gente de los pueblos se dirigía a Jerusalén, a celebrar antes de la Pascua los ritos de purificación.
56 Andaban buscando a Jesús, y se preguntaban unos a otros en el templo: –¿Qué os parece? ¿Vendrá a la fiesta, o no?
57 Los fariseos y los jefes de los sacerdotes habían dado orden de que, si alguien sabía dónde estaba Jesús, lo dijera, para poder apresarle.
1 Seis días antes de la Pascua fue Jesús a Betania, donde vivía Lázaro, a quien había resucitado.
2 Allí hicieron una cena en honor de Jesús. Marta servía, y Lázaro era uno de los que estaban a la mesa comiendo con él.
3 María, tomando unos trescientos gramos de perfume de nardo puro, muy caro, perfumó los pies de Jesús y luego los secó con sus cabellos. Toda la casa se llenó del aroma del perfume.
4 Entonces Judas Iscariote, uno de los discípulos, aquel que iba a traicionar a Jesús, dijo:
5 –¿Por qué no se ha vendido este perfume por trescientos denarios, para ayudar a los pobres?
6 Pero Judas no dijo esto porque le importasen los pobres, sino porque era ladrón y, como tenía a su cargo la bolsa del dinero, robaba del que allí ponían.
7 Jesús le dijo: –Déjala, porque ella estaba guardando el perfume para el día de mi entierro.
8 A los pobres siempre los tendréis entre vosotros, pero a mí no siempre me tendréis.
9 Muchos judíos, al enterarse de que Jesús estaba en Betania, fueron allá, no solo por Jesús sino también por ver a Lázaro, a quien Jesús había resucitado.
10 Entonces los jefes de los sacerdotes decidieron matar también a Lázaro,
11 porque por causa suya muchos judíos se separaban de ellos y creían en Jesús.
12 Al día siguiente, la gran multitud que había acudido a Jerusalén para la fiesta de la Pascua se enteró de que Jesús llegaba a la ciudad.
13 Entonces cortaron hojas de palmera y salieron a recibirle, gritando: –¡Hosana! ¡Bendito el que viene en el nombre del Señor! ¡Bendito el Rey de Israel!
14 Jesús encontró un asno y montó en él, como se dice en la Escritura:
15 “No tengas miedo, ciudad de Sión; mira, tu Rey viene montado en un borriquillo.”
16 Al principio, sus discípulos no comprendieron estas cosas; pero después, cuando Jesús fue glorificado, recordaron que todo lo que le había sucedido era lo que estaba escrito acerca de él.
17 Los que se hallaban con Jesús cuando llamó a Lázaro del sepulcro y lo resucitó, hablaban de lo que habían visto.
18 Por eso salió la gente al encuentro de Jesús, porque se habían enterado de la señal milagrosa hecha por él.
19 Pero los fariseos se decían unos a otros: –Ya veis que así no conseguiremos nada. ¡Mirad, todo el mundo le sigue!
20 Entre la gente que había ido a Jerusalén a adorar a Dios en la fiesta, había algunos griegos.
21 Estos se acercaron a Felipe, que era de Betsaida, un pueblo de Galilea, y le rogaron: –Señor, queremos ver a Jesús.
22 Felipe fue y se lo dijo a Andrés, y los dos fueron a contárselo a Jesús.
23 Jesús les dijo: –Ha llegado la hora en que el Hijo del hombre va a ser glorificado.
24 Os aseguro que si un grano de trigo no cae en la tierra y muere, seguirá siendo un solo grano; pero si muere, dará fruto abundante.
25 El que ama su vida, la perderá; pero el que desprecia su vida en este mundo, la conservará para la vida eterna.
26 Si alguno quiere servirme, que me siga; y donde yo esté, allí estará también mi servidor. Si alguno me sirve, mi Padre le honrará.
27 “Siento en este momento una angustia terrible, pero ¿qué voy a decir? ¿Diré: ‘Padre, líbrame de esta angustia’? ¡Pero si precisamente para esto he venido!
28 ¡Padre, glorifica tu nombre!” Entonces vino una voz del cielo, que decía: “¡Ya lo he glorificado, y lo glorificaré otra vez!”
29 Al oir esto, la gente que estaba allí decía que había sido un trueno, aunque algunos afirmaban: –Un ángel le ha hablado.
30 Jesús les dijo: –No ha sido por mí por quien se ha oído esta voz, sino por vosotros.
31 Ahora va a ser juzgado el mundo. ¡Ahora va a ser expulsado el que manda en este mundo!
32 Pero cuando yo sea levantado de la tierra, atraeré a todos a mí.
33 Con esto daba a entender de qué forma había de morir.
34 La gente le contestó: –Por la ley sabemos que el Mesías vivirá para siempre: ¿cómo, pues, dices tú que el Hijo del hombre ha de ser levantado? ¿Quién es ese Hijo del hombre?
35 Jesús les dijo: –Todavía estará la luz entre vosotros por un poco de tiempo. Andad, pues, mientras tenéis esta luz, para que no os sorprenda la oscuridad, porque el que anda en oscuridad no sabe por dónde va.
36 Creed en la luz mientras todavía la tenéis, para que pertenezcáis a la luz. Cuando hubo dicho estas cosas, Jesús se fue y se ocultó de ellos.
37 A pesar de que Jesús había hecho tan grandes señales milagrosas delante de ellos, no creían en él,
38 pues tenía que cumplirse lo que escribió el profeta Isaías: “Señor, ¿quién ha creído nuestro mensaje? ¿A quién ha revelado el Señor su poder?”
39 Así que no podían creer, como también escribió Isaías:
40 “Dios les ha cerrado los ojos y ha entorpecido su mente para que no puedan ver ni entender; para que no se vuelvan a mí y yo los sane.”
41 Isaías dijo esto porque había visto la gloria de Jesús y hablaba de él.
42 Creyeron, sin embargo, en Jesús muchos de los judíos, incluso algunos de los más importantes. Pero no lo manifestaban públicamente por miedo a los fariseos, para no ser expulsados de las sinagogas.
43 Y es que preferían la honra que procede de los hombres a la honra que procede de Dios.
44 Jesús dijo con voz fuerte: “El que cree en mí no cree solamente en mí, sino también en mi Padre, que me ha enviado.
45 Y el que me ve a mí, ve también al que me ha enviado.
46 Yo, que soy la luz, he venido al mundo para que los que creen en mí no permanezcan en la oscuridad.
47 Pero a aquel que oye mis palabras y no las obedece, no soy yo quien le condena, porque yo no he venido para condenar al mundo sino para salvarlo.
48 El que me desprecia y no hace caso de mis palabras, ya tiene quien le condene: las palabras que he dicho le condenarán el día último.
49 Porque yo no hablo por mi propia cuenta; el Padre, que me ha enviado, me ha ordenado lo que debo decir y enseñar.
50 Y sé que el mandato de mi Padre es para vida eterna. Así pues, lo que digo, lo digo como el Padre me ha ordenado.”
1 Era la víspera de la fiesta de la Pascua. Jesús sabía que le había llegado la hora de dejar este mundo para ir a reunirse con el Padre. Él siempre había amado a los suyos que estaban en el mundo, y así los amó hasta el fin.
2 El diablo ya había metido en el corazón de Judas, hijo de Simón Iscariote, la idea de traicionar a Jesús. Durante la cena, Jesús, sabiendo que había venido de Dios, que volvía a Dios y que el Padre le había dado toda autoridad, se levantó de la mesa, se quitó la ropa exterior y se puso una toalla a la cintura.
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5 Luego vertió agua en una palangana y comenzó a lavar los pies de los discípulos y a secárselos con la toalla que llevaba a la cintura.
6 Cuando iba a lavar los pies a Simón Pedro, este le dijo: –Señor, ¿vas tú a lavarme los pies?
7 Jesús le contestó: –Ahora no entiendes lo que estoy haciendo, pero más tarde lo entenderás.
8 Pedro dijo: –¡Jamás permitiré que me laves los pies! Respondió Jesús: –Si no te los lavo no podrás ser de los míos.
9 Simón Pedro le dijo: –¡Entonces, Señor, no solo los pies, sino también las manos y la cabeza!
10 Pero Jesús le respondió: –El que está recién bañado no necesita lavarse más que los pies, porque todo él está limpio. Y vosotros estáis limpios, aunque no todos.
11 Dijo: “No estáis limpios todos”, porque sabía quién le iba a traicionar.
12 Después de lavarles los pies, Jesús volvió a ponerse la ropa exterior, se sentó de nuevo a la mesa y les dijo: –¿Entendéis lo que os he hecho?
13 Vosotros me llamáis Maestro y Señor, y tenéis razón porque lo soy.
14 Pues si yo, el Maestro y Señor, os he lavado los pies, también vosotros debéis lavaros los pies unos a otros.
15 Os he dado un ejemplo para que vosotros hagáis lo mismo que yo os he hecho.
16 Os aseguro que ningún sirviente es más que su señor y ningún enviado es más que el que lo envía.
17 Dichosos vosotros, si entendéis estas cosas y las ponéis en práctica.
18 “No me estoy refiriendo a todos vosotros: yo sé a quiénes he escogido. Pero tiene que cumplirse lo que dice la Escritura: ‘El que come conmigo se ha vuelto contra mí.’
19 Os digo esto de antemano, para que, cuando suceda, creáis que yo soy.
20 Os aseguro que quien recibe al que yo envío me recibe a mí, y quien me recibe a mí recibe al que me ha enviado.”
21 Habiendo dicho estas cosas, Jesús, profundamente conmovido, añadió con toda claridad: –Os aseguro que uno de vosotros me va a traicionar.
22 Los discípulos comenzaron a mirarse unos a otros, sin saber a quién se refería.
23 Uno de sus discípulos, al que Jesús quería mucho, estaba cenando junto a él,
24 y Simón Pedro le hizo señas para que le preguntara a quién se refería.
25 Él, acercándose más a Jesús, le preguntó: –Señor, ¿quién es?
26 –Voy a mojar un trozo de pan –le contestó Jesús–, y a quien se lo dé, ese es. En seguida mojó un trozo de pan y se lo dio a Judas, hijo de Simón Iscariote.
27 Tan pronto como Judas tomó el pan, Satanás entró en su corazón. Jesús le dijo: –Lo que vas a hacer, hazlo pronto.
28 Pero ninguno de los que estaban cenando a la mesa entendió por qué se lo había dicho.
29 Como Judas era el encargado de la bolsa del dinero, algunos pensaron que Jesús le decía que comprara algo para la fiesta o que diera algo a los pobres.
30 Judas tomó aquel trozo de pan y salió en seguida. Ya era de noche.
31 Después de haber salido Judas, Jesús dijo: –Ahora se manifiesta la gloria del Hijo del hombre, y la gloria de Dios se manifiesta en él.
32 Y si él manifiesta la gloria de Dios, también Dios manifestará la gloria del Hijo del hombre. Y lo hará pronto.
33 Hijitos míos, ya no estaré mucho tiempo con vosotros. Me buscaréis, pero lo mismo que dije a los judíos os digo ahora a vosotros: No podréis ir a donde yo voy.
34 Os doy este mandamiento nuevo: Que os améis los unos a los otros. Así como yo os amo, debéis también amaros los unos a los otros.
35 Si os amáis los unos a los otros, todo el mundo conocerá que sois mis discípulos.
36 Simón Pedro preguntó a Jesús: –Señor, ¿a dónde vas? –A donde yo voy –le contestó Jesús– no puedes seguirme ahora, pero me seguirás después.
37 Pedro le dijo: –Señor, ¿por qué no puedo seguirte ahora? ¡Estoy dispuesto a dar mi vida por ti!
38 Jesús le respondió: –¿De veras estás dispuesto a dar tu vida por mí? Pues te aseguro que antes que cante el gallo me negarás tres veces.
1 “No os angustiéis: creed en Dios y creed también en mí.
2 En la casa de mi Padre hay muchos lugares donde vivir; si no fuera así, no os habría dicho que voy a prepararos un lugar.
3 Y después de ir y prepararos un lugar, vendré otra vez para llevaros conmigo, para que vosotros también estéis donde yo voy a estar.
4 Ya sabéis el camino que lleva a donde yo voy.”
5 Tomás dijo a Jesús: –Señor, no sabemos a dónde vas: ¿cómo vamos a saber el camino?
6 Jesús le contestó: –Yo soy el camino, la verdad y la vida. Solamente por mí se puede llegar al Padre.
7 Si me conocéis, también conoceréis a mi Padre; y desde ahora ya le conocéis y le estáis viendo.
8 Felipe le dijo entonces: –Señor, déjanos ver al Padre y con eso nos basta.
9 Jesús le contestó: –Felipe, ¿tanto tiempo hace que estoy con vosotros y todavía no me conoces? El que me ve a mí ve al Padre: ¿por qué me pides que os deje ver al Padre?
10 ¿No crees que yo estoy en el Padre y el Padre en mí? Las cosas que yo os digo no las digo por mi propia cuenta. El Padre, que vive en mí, es el que hace su propia obra.
11 Creedme que yo estoy en el Padre y el Padre en mí; si no, creed al menos por las propias obras.
12 Os aseguro que el que cree en mí hará también las obras que yo hago; y hará otras todavía más grandes, porque yo voy al Padre.
13 Y todo lo que pidáis en mi nombre yo lo haré, para que por el Hijo se manifieste la gloria del Padre.
14 Yo haré cualquier cosa que me pidáis en mi nombre.
15 “Si me amáis, obedeceréis mis mandamientos.
16 Y yo pediré al Padre que os envíe otro defensor, el Espíritu de la verdad, para que esté siempre con vosotros. Los que son del mundo no lo pueden recibir, porque no lo ven ni lo conocen; pero vosotros lo conocéis, porque él está con vosotros y permanecerá siempre en vosotros.
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18 “No voy a dejaros abandonados: volveré para estar con vosotros.
19 Dentro de poco, los que son del mundo ya no me verán; pero vosotros me veréis, y viviréis porque yo vivo.
20 En aquel día os daréis cuenta de que yo estoy en mi Padre, y que vosotros estáis en mí y yo en vosotros.
21 El que recibe mis mandamientos y los obedece, demuestra que me ama. Y mi Padre amará al que me ama, y yo también le amaré y me mostraré a él.”
22 Judas (no el Iscariote) le preguntó: –Señor, ¿por qué vas a mostrarte a nosotros y no a la gente del mundo?
23 Jesús le contestó: –El que me ama hace caso a mi palabra; y mi Padre le amará, y mi Padre y yo vendremos a vivir con él.
24 El que no me ama no hace caso a mis palabras. Las palabras que estáis escuchando no son mías, sino del Padre, que me ha enviado.
25 “Os he dicho todo esto mientras permanezco con vosotros;
26 pero el Espíritu Santo, el defensor que el Padre enviará en mi nombre, os enseñará todas las cosas y os recordará todo lo que os he dicho.
27 “Os dejo la paz. Mi paz os doy, pero no como la dan los que son del mundo. No os angustiéis ni tengáis miedo.
28 Ya me oísteis decir que me voy, y que vendré para estar otra vez con vosotros. Si de veras me amaseis os habríais alegrado al saber que voy al Padre, porque él es más que yo.
29 Os digo esto de antemano, para que, cuando suceda, creáis.
30 “Ya no hablaré mucho con vosotros, porque viene el que manda en este mundo. Él no tiene ningún poder sobre mí,
31 pero así ha de ser, para que el mundo sepa que yo amo al Padre y que hago lo que él me ha encargado. “Levantaos, vámonos de aquí.
1 “Yo soy la vid verdadera y mi Padre es el viñador.
2 Si uno de mis sarmientos no da fruto, lo corta; pero si da fruto, lo poda y lo limpia para que dé más.
3 Vosotros ya estáis limpios por las palabras que os he hablado.
4 Seguid unidos a mí como yo sigo unido a vosotros. Un sarmiento no puede dar fruto por sí mismo si no está unido a la vid. De igual manera, vosotros no podéis dar fruto si no permanecéis unidos a mí.
5 “Yo soy la vid y vosotros sois los sarmientos. El que permanece unido a mí y yo unido a él, da mucho fruto; pues sin mí nada podéis hacer.
6 El que no permanece unido a mí será echado fuera, y se secará como los sarmientos que se recogen y se queman en el fuego.
7 “Si permanecéis unidos a mí, y si sois fieles a mis enseñanzas, pedid lo que queráis y se os dará.
8 Mi Padre recibe honor cuando vosotros dais mucho fruto y llegáis así a ser verdaderos discípulos míos.
9 Yo os amo como el Padre me ama a mí; permaneced, pues, en el amor que os tengo.
10 Si obedecéis mis mandamientos, permaneceréis en mi amor, como yo obedezco los mandamientos de mi Padre y permanezco en su amor.
11 “Os hablo así para que os alegréis conmigo y vuestra alegría sea completa.
12 Mi mandamiento es este: Que os améis unos a otros como yo os he amado.
13 No hay amor más grande que el que a uno le lleva a dar la vida por sus amigos.
14 Vosotros sois mis amigos, si hacéis lo que os mando.
15 Ya no os llamo siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su amo; os llamo amigos, porque os he dado a conocer todo lo que mi Padre me ha dicho.
16 Vosotros no me escogisteis a mí, sino que yo os he escogido a vosotros y os he encargado que vayáis y deis mucho fruto, y que ese fruto permanezca. Así el Padre os dará todo lo que le pidáis en mi nombre.
17 Esto es, pues, lo que os mando: Que os améis unos a otros.
18 “Si el mundo os odia, sabed que a mí me odió primero.
19 Si fuerais del mundo, la gente del mundo os amaría como ama a los suyos. Pero yo os escogí de entre los que son del mundo, y por eso el mundo os odia, porque ya no sois del mundo.
20 Acordaos de lo que os dije: ‘Ningún sirviente es más que su amo.’ Si a mí me han perseguido, también a vosotros os perseguirán; y si han hecho caso a mi palabra, también harán caso a la vuestra.
21 Todo esto van a haceros por mi causa, porque no conocen al que me envió.
22 “Ellos no tendrían culpa alguna si yo no hubiera venido a hablarles. Pero ahora no tienen disculpa por su pecado,
23 pues los que me odian a mí odian también a mi Padre.
24 No tendrían culpa alguna si yo no hubiera hecho entre ellos cosas que ningún otro ha hecho; pero ya han visto estas cosas y, sin embargo, me odian a mí y odian también a mi Padre.
25 Pero esto sucede porque tienen que cumplirse las palabras que están escritas en su ley: ‘Me odiaron sin motivo.’
26 “Pero cuando venga el defensor, el Espíritu de la verdad, que yo enviaré de parte del Padre, él será mi testigo.
27 Y también vosotros seréis mis testigos, porque habéis estado conmigo desde el principio.
1 “Os digo estas cosas para que no perdáis vuestra fe en mí.
2 Os expulsarán de las sinagogas, e incluso llegará el momento en que cualquiera que os mate creerá que le está prestando un servicio a Dios.
3 Eso lo harán porque no nos han conocido ni al Padre ni a mí.
4 Os digo esto para que, cuando llegue el momento, os acordéis de que ya os lo había dicho. “No os dije esto al principio porque yo estaba con vosotros.
5 Pero ahora me voy para estar con el que me envió, y ninguno de vosotros me pregunta a dónde voy;
6 al contrario, os habéis puesto muy tristes porque os he dicho estas cosas.
7 Pero os digo la verdad: es mejor para vosotros que me vaya. Porque si no me voy, el defensor no vendrá a vosotros; pero si me voy, os lo enviaré.
8 Cuando él venga, mostrará claramente a la gente del mundo dónde está la culpa, dónde la inocencia y dónde el juicio.
9 La culpa la mostrará en ellos, porque no creen en mí;
10 la inocencia, en mí, porque voy al Padre y ya no me veréis;
11 y el juicio, en el que manda en este mundo, porque ya ha sido condenado.
12 “Tengo mucho más que deciros, pero en este momento sería demasiado para vosotros.
13 Cuando venga el Espíritu de la verdad, os guiará a toda la verdad, porque no hablará por su propia cuenta, sino que dirá todo lo que oye y os hará saber las cosas que van a suceder.
14 Él me honrará, porque recibirá de lo que es mío y os lo dará a conocer.
15 Todo lo que tiene el Padre, también es mío; por eso os he dicho que el Espíritu recibirá de lo que es mío y os lo dará a conocer.
16 “Dentro de poco ya no me veréis, pero un poco más tarde volveréis a verme.”
17 Algunos de los discípulos de Jesús se preguntaban unos a otros: –¿Qué quiere decir con eso? Nos dice que dentro de poco no le veremos, y que un poco más tarde le volveremos a ver, y que es porque va al Padre.
18 ¿Qué significa ‘dentro de poco’? No entendemos de qué está hablando.
19 Jesús, dándose cuenta de que querían hacerle preguntas, les dijo: –Os he dicho que dentro de poco no me veréis, y que un poco más tarde me volveréis a ver: ¿es eso lo que os estáis preguntando?
20 Os aseguro que vosotros lloraréis y estaréis tristes, mientras que la gente del mundo se alegrará. Sin embargo, aunque estéis tristes, vuestra tristeza se convertirá en alegría.
21 Cuando una mujer va a dar a luz, se angustia, porque le ha llegado la hora; pero cuando ya ha nacido la criatura, la madre se olvida del dolor a causa de la alegría de que un niño haya venido al mundo.
22 Así también, vosotros os angustiáis ahora, pero yo volveré a veros y entonces vuestro corazón se llenará de alegría, de una alegría que nadie os podrá quitar.
23 “Aquel día ya no me preguntaréis nada. Os aseguro que el Padre os dará todo lo que le pidáis en mi nombre.
24 Hasta ahora no habéis pedido nada en mi nombre: pedid y recibiréis, para que vuestra alegría sea completa.
25 “Os he dicho estas cosas por medio de comparaciones, pero viene la hora en que ya no usaré comparaciones, sino que os hablaré claramente acerca del Padre.
26 Aquel día le pediréis en mi nombre, y no os digo que yo rogaré por vosotros al Padre,
27 porque el Padre mismo os ama. Os ama porque vosotros me amáis a mí y habéis creído que he venido de Dios.
28 Salí del Padre para venir a este mundo, y ahora dejo el mundo para volver al Padre.”
29 Entonces dijeron sus discípulos: –Ahora estás hablando con claridad, sin usar comparaciones.
30 Ahora vemos que sabes todas las cosas y que no es necesario que nadie te haga preguntas. Por esto creemos que has venido de Dios.
31 Jesús les contestó: –¿Así que ahora creéis?
32 Pues llega la hora, y ya es ahora mismo, cuando os dispersaréis cada uno por su lado, y me dejaréis solo. Aunque no estoy solo, puesto que el Padre está conmigo.
33 Os digo todo esto para que encontréis paz en vuestra unión conmigo. En el mundo habréis de sufrir, pero tened valor, yo he vencido al mundo.
1 Habiendo dicho estas cosas, Jesús miró al cielo y dijo: “Padre, la hora ha llegado. Glorifica a tu Hijo, para que también tu Hijo te glorifique a ti.
2 Pues tú has dado a tu Hijo autoridad sobre todos los hombres, para que dé vida eterna a los que le confiaste.
3 Y la vida eterna consiste en que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y a Jesucristo, a quien tú enviaste.
4 “Yo te he glorificado aquí en el mundo, pues he terminado lo que me encargaste que hiciera.
5 Ahora pues, Padre, dame en tu presencia la misma gloria que yo tenía contigo desde antes que existiera el mundo.
6 “A los que del mundo escogiste para confiármelos, les he hecho saber quién eres. Eran tuyos, y tú me los confiaste y han hecho caso a tu palabra.
7 Ahora saben que todo lo que me confiaste viene de ti,
8 pues les he dado el mensaje que me diste y lo han aceptado. Han comprendido que en verdad he venido de ti, y han creído que tú me enviaste.
9 “Te ruego por ellos. No ruego por los que son del mundo, sino por los que me confiaste, porque son tuyos.
10 Todo lo mío es tuyo y lo tuyo es mío; y mi gloria se hace visible en ellos.
11 “Yo no voy a seguir en el mundo, pero ellos sí van a seguir en el mundo, mientras que yo voy para estar contigo. Padre santo, cuídalos con el poder de tu nombre, el nombre que me has dado, para que estén completamente unidos, como tú y yo.
12 Cuando estaba con ellos en este mundo, los cuidaba y los protegía con el poder de tu nombre, el nombre que me has dado. Y ninguno de ellos se perdió, sino aquel que ya estaba perdido, para que se cumpliera lo que dice la Escritura.
13 “Ahora voy a ti; pero digo estas cosas mientras estoy en el mundo, para que ellos se llenen de la misma perfecta alegría que yo tengo.
14 Yo les he comunicado tu palabra; pero el mundo los odia porque no son del mundo, como tampoco yo soy del mundo.
15 No te pido que los saques del mundo, sino que los protejas del mal.
16 Así como yo no soy del mundo, tampoco ellos son del mundo.
17 Conságralos a ti por medio de la verdad: tu palabra es la verdad.
18 Como me enviaste a mí al mundo, así yo los envío.
19 Y por causa de ellos me consagro a mí mismo, para que también ellos sean consagrados por medio de la verdad.
20 “No te ruego solamente por estos, sino también por los que han de creer en mí al oir el mensaje de ellos.
21 Te pido que todos ellos estén unidos; que como tú, Padre, estás en mí y yo en ti, también ellos estén en nosotros, para que el mundo crea que tú me enviaste.
22 Les he dado la misma gloria que tú me diste, para que sean una sola cosa como tú y yo somos una sola cosa:
23 yo en ellos y tú en mí, para que lleguen a ser perfectamente uno y así el mundo sepa que tú me enviaste y que los amas como me amas a mí.
24 Padre, tú me los confiaste, y quiero que estén conmigo donde yo voy a estar, para que vean mi gloria, la gloria que me has dado; porque me has amado desde antes de la creación del mundo.
25 Padre justo, los que son del mundo no te conocen; pero yo te conozco, y estos también saben que tú me enviaste.
26 Les he dado a conocer quién eres, y seguiré haciéndolo, para que el amor que me tienes esté en ellos, y yo mismo esté en ellos.”
1 Después de decir estas cosas, Jesús pasó con sus discípulos al otro lado del arroyo de Cedrón, donde había un huerto en el que entró Jesús con ellos.
2 También Judas, el que le traicionaba, conocía el lugar, porque muchas veces se había reunido allí Jesús con sus discípulos.
3 Así que Judas se presentó con una tropa de soldados y con algunos guardias del templo enviados por los jefes de los sacerdotes y por los fariseos. Iban armados y llevaban lámparas y antorchas.
4 Pero como Jesús ya sabía todo lo que había de pasarle, salió a su encuentro y les preguntó: –¿A quién buscáis?
5 –A Jesús de Nazaret –le contestaron. Dijo Jesús: –Yo soy. Judas, el que le traicionaba, estaba también allí con ellos.
6 Cuando Jesús les dijo: “Yo soy”, se echaron atrás y cayeron al suelo.
7 Jesús volvió a preguntarles: –¿A quién buscáis? Repitieron: –A Jesús de Nazaret.
8 Jesús les dijo: –Ya os he dicho que soy yo. Si me buscáis a mí, dejad que los demás se vayan.
9 Esto sucedió para que se cumpliese lo que Jesús mismo había dicho: “Padre, de los que me confiaste, ninguno se perdió.”
10 Entonces Simón Pedro, que llevaba una espada, la sacó y le cortó la oreja derecha a uno llamado Malco, criado del sumo sacerdote.
11 Jesús dijo a Pedro: –Vuelve la espada a su lugar. Si el Padre me da a beber esta copa amarga, ¿acaso no habré de beberla?
12 Los soldados de la tropa, con su comandante y los guardias judíos del templo, arrestaron a Jesús y lo ataron.
13 Le llevaron primero a casa de Anás, porque este era suegro de Caifás, el sumo sacerdote de aquel año.
14 Este Caifás era el mismo que había dicho a los judíos: “Es mejor que un solo hombre muera por el pueblo.”
15 Simón Pedro y otro discípulo seguían a Jesús. El otro discípulo era conocido del sumo sacerdote, de modo que entró con Jesús en la casa;
16 pero Pedro se quedó fuera, a la puerta. Por eso, el discípulo conocido del sumo sacerdote salió y habló con la portera, e hizo entrar a Pedro.
17 La portera preguntó a Pedro: –¿No eres tú uno de los discípulos de ese hombre? Pedro contestó: –No, no lo soy.
18 Como hacía frío, los criados y los guardias del templo habían encendido fuego y estaban allí, calentándose. Pedro también estaba entre ellos, calentándose junto al fuego.
19 El sumo sacerdote comenzó a preguntar a Jesús acerca de sus discípulos y de lo que enseñaba.
20 Jesús le respondió: –Yo he hablado públicamente delante de todo el mundo. Siempre he enseñado en las sinagogas y en el templo, donde se reúnen todos los judíos; así que no he dicho nada en secreto.
21 ¿Por qué me preguntas a mí? Pregunta a quienes me han escuchado y que ellos digan de qué les hablaba. Ellos saben lo que he dicho.
22 Cuando Jesús dijo esto, uno de los guardias del templo le dio una bofetada, diciéndole: –¿Así contestas al sumo sacerdote?
23 Jesús le respondió: –Si he dicho algo malo, muéstrame qué ha sido; y si lo que he dicho está bien, ¿por qué me pegas?
24 Entonces Anás envió a Jesús, atado, al sumo sacerdote Caifás.
25 Entre tanto, Simón Pedro seguía allí, calentándose junto al fuego. Le preguntaron: –¿No eres tú uno de los discípulos de ese hombre? Pedro lo negó, diciendo: –No, no lo soy.
26 Luego le preguntó uno de los criados del sumo sacerdote, pariente del hombre a quien Pedro le había cortado la oreja: –¿No te vi con él en el huerto?
27 Pedro lo negó otra vez, y en aquel mismo instante cantó el gallo.
28 Llevaron a Jesús de la casa de Caifás al palacio del gobernador romano. Como ya comenzaba a amanecer, los judíos no entraron en el palacio, pues habrían quedado ritualmente impuros y no habrían podido comer la cena de Pascua.
29 Por eso salió Pilato a hablar con ellos y les preguntó: –¿De qué acusáis a este hombre?
30 –Si no fuera un criminal –le contestaron–, no te lo habríamos entregado.
31 Pilato les dijo: –Lleváoslo y juzgadle conforme a vuestra propia ley. Los judíos contestaron: –Los judíos no tenemos autoridad para ejecutar a nadie.
32 Así se cumplió lo que Jesús había dicho sobre la manera en que tendría que morir.
33 Pilato volvió a entrar en el palacio, llamó a Jesús y le preguntó: –¿Eres tú el Rey de los judíos?
34 Jesús le dijo: –¿Eso lo preguntas tú de tu propia cuenta o porque otros te lo han dicho de mí?
35 Le contestó Pilato: –¿Acaso yo soy judío? Los de tu nación y los jefes de los sacerdotes te han entregado a mí. ¿Qué has hecho?
36 Jesús le contestó: –Mi reino no es de este mundo. Si lo fuese, mis servidores habrían luchado para que yo no fuera entregado a los judíos. Pero mi reino no es de aquí.
37 Le preguntó entonces Pilato: –¿Así que tú eres rey? Jesús le contestó: –Tú lo has dicho: soy rey. Yo nací y vine al mundo para decir lo que es la verdad. Y todos los que pertenecen a la verdad, me escuchan.
38 –¿Y qué es la verdad? –le preguntó Pilato. Después de esta pregunta, Pilato salió otra vez a hablar con los judíos. Les dijo: –Yo no encuentro ningún delito en este hombre.
39 Y ya que tenéis la costumbre de que os ponga en libertad a un preso durante la fiesta de la Pascua, ¿queréis que os ponga en libertad al Rey de los judíos?
40 Todos volvieron a gritar: –¡A ese no! ¡A Barrabás! Y Barrabás era un ladrón.
1 Pilato, entonces, ordenó que azotaran a Jesús.
2 Además, los soldados tejieron una corona de espinas y la pusieron en la cabeza de Jesús, y le vistieron con una capa de color rojo oscuro.
3 Luego se acercaban a él, diciendo: –¡Viva el Rey de los judíos! Y le golpeaban en la cara.
4 Pilato volvió a salir y les dijo: –Mirad, os lo he sacado para que sepáis que yo no encuentro en él ningún delito.
5 Salió, pues, Jesús, con la corona de espinas en la cabeza y vestido con aquella capa de color rojo oscuro. Pilato dijo: –¡Ahí tenéis a este hombre!
6 Cuando le vieron los jefes de los sacerdotes y los guardias del templo, comenzaron a gritar: –¡Crucifícalo! ¡Crucifícalo! Pilato les dijo: –Pues lleváoslo y crucificadle vosotros, porque yo no encuentro ningún delito en él.
7 Los judíos le contestaron: –Nosotros tenemos una ley, y según nuestra ley debe morir porque se ha hecho pasar por Hijo de Dios.
8 Al oir esto, Pilato tuvo más miedo todavía.
9 Entró de nuevo en el palacio y preguntó a Jesús: –¿De dónde eres tú? Pero Jesús no le contestó nada.
10 Pilato insistió: –¿Es que no me vas a contestar? ¿No sabes que tengo autoridad, tanto para ponerte en libertad como para crucificarte?
11 Jesús le contestó: –Ninguna autoridad tendrías sobre mí, si Dios no te la hubiera dado. Por eso, el que me ha entregado a ti es más culpable de pecado que tú.
12 Desde aquel momento, Pilato buscó la manera de poner en libertad a Jesús; pero los judíos le gritaban: –¡Si le pones en libertad, no eres amigo del césar! ¡Todo el que se hace rey es enemigo del césar!
13 Al oir esto, Pilato ordenó que sacaran a Jesús, y luego se sentó en el tribunal, en el lugar que llamaban en hebreo Gabatá (es decir, El Empedrado).
14 Era la víspera de la Pascua, hacia el mediodía. Pilato dijo a los judíos: –¡Aquí tenéis a vuestro Rey!
15 Pero ellos gritaban: –¡Muera! ¡Muera! ¡Crucifícalo! Pilato les preguntó: –¿Acaso he de crucificar a vuestro Rey? Y los jefes de los sacerdotes le contestaron: –¡No tenemos más rey que el césar!
16 Entonces Pilato les entregó a Jesús para que lo crucificaran, y ellos se lo llevaron.
17 Jesús, llevando su cruz, salió para ir al llamado “Lugar de la Calavera” (que en hebreo es Gólgota).
18 Allí lo crucificaron, y con él a otros dos, uno a cada lado.
19 Pilato mandó poner sobre la cruz un letrero que decía: “Jesús de Nazaret, Rey de los judíos.”
20 Muchos judíos leyeron aquel letrero, porque el lugar donde crucificaron a Jesús se hallaba cerca de la ciudad, y el letrero estaba escrito en hebreo, latín y griego.
21 Por eso, los jefes de los sacerdotes judíos dijeron a Pilato: –No escribas: ‘El Rey de los judíos’, sino: ‘El que dice ser Rey de los judíos.’
22 Pero Pilato les contestó: –Lo que he escrito, escrito queda.
23 Después de crucificar a Jesús, los soldados tomaron sus ropas y se las repartieron en cuatro partes, una para cada uno. Tomaron también su túnica, pero como no tenía costura, sino que estaba tejida de arriba abajo de una sola pieza,
24 se dijeron entre ellos: –No la partamos. Echémosla a suertes, a ver a quién le toca. Así se cumplió la Escritura que dice: “Se repartieron entre sí mi ropa y echaron a suertes mi túnica.” Esto fue lo que hicieron los soldados.
25 Junto a la cruz de Jesús estaban su madre y la hermana de su madre, María, esposa de Cleofás, y María Magdalena.
26 Cuando Jesús vio a su madre y junto a ella al discípulo a quien él quería mucho, dijo a su madre: –Mujer, ahí tienes a tu hijo.
27 Luego dijo al discípulo: –Ahí tienes a tu madre. Desde entonces, aquel discípulo la recibió en su casa.
28 Después de esto, como Jesús sabía que ya todo se había cumplido, y para que se cumpliera la Escritura, dijo: –Tengo sed.
29 Había allí una jarra llena de vino agrio. Empaparon una esponja en el vino, la ataron a una rama de hisopo y se la acercaron a la boca.
30 Jesús bebió el vino agrio y dijo: –Todo está cumplido. Luego inclinó la cabeza y murió.
31 Era el día de la preparación de la Pascua. Los judíos no querían que los cuerpos quedasen en las cruces durante el sábado, pues precisamente aquel sábado era muy solemne. Por eso pidieron a Pilato que ordenara quebrar las piernas a los crucificados y quitar de allí los cuerpos.
32 Fueron entonces los soldados y quebraron las piernas primero a uno y luego al otro de los crucificados junto a Jesús.
33 Pero al acercarse a Jesús vieron que ya había muerto. Por eso no le quebraron las piernas.
34 Sin embargo, uno de los soldados le atravesó el costado con una lanza, y al momento salió sangre y agua.
35 El que cuenta esto es uno que lo vio y que dice la verdad. Él sabe que dice la verdad, para que vosotros también creáis.
36 Porque estas cosas sucedieron para que se cumpliera la Escritura que dice: “No le quebrarán ningún hueso.”
37 Y en otra parte dice la Escritura: “Mirarán al que traspasaron.”
38 Después de esto, José, el de Arimatea, pidió permiso a Pilato para llevarse el cuerpo de Jesús. José era un seguidor de Jesús, aunque en secreto por miedo a los judíos. Pilato le dio permiso, y José fue y se llevó el cuerpo.
39 También Nicodemo, el que una noche fue a hablar con Jesús, llegó con unos treinta kilos de perfume de mirra y áloe.
40 José y Nicodemo, pues, tomaron el cuerpo de Jesús y lo envolvieron con vendas empapadas en aquel perfume, según acostumbraban hacer los judíos para enterrar a sus muertos.
41 En el lugar donde crucificaron a Jesús había un huerto, y en el huerto un sepulcro nuevo, donde todavía no se había depositado a nadie.
42 Allí pusieron el cuerpo de Jesús, porque el sepulcro estaba cerca y porque ya iba a empezar el sábado de los judíos.
1 El primer día de la semana, María Magdalena fue al sepulcro muy temprano, cuando todavía estaba oscuro, y vio quitada la piedra que tapaba la entrada.
2 Corrió entonces a donde estaban Simón Pedro y el otro discípulo, aquel a quien Jesús quería mucho, y les dijo: –¡Se han llevado del sepulcro al Señor y no sabemos dónde lo han puesto!
3 Pedro y el otro discípulo salieron y fueron al sepulcro.
4 Los dos iban corriendo juntos, pero el otro corrió más que Pedro y llegó primero al sepulcro.
5 Se agachó a mirar y vio allí las vendas, pero no entró.
6 Detrás de él llegó Simón Pedro, que entró en el sepulcro. Él también vio allí las vendas,
7 y vio además que la tela que había servido para envolver la cabeza de Jesús no estaba junto a las vendas, sino enrollada y puesta aparte.
8 Entonces entró también el otro discípulo, el que había llegado primero al sepulcro, y vio lo que había pasado y creyó.
9 Y es que todavía no habían entendido lo que dice la Escritura, que él tenía que resucitar.
10 Luego los discípulos regresaron a casa.
11 María se quedó fuera, junto al sepulcro, llorando. Y llorando como estaba, se agachó a mirar dentro
12 y vio dos ángeles vestidos de blanco, sentados donde había estado el cuerpo de Jesús, uno a la cabecera y el otro a los pies.
13 Los ángeles le preguntaron: –Mujer, ¿por qué lloras? Ella les dijo: –Porque se han llevado a mi Señor y no sé dónde lo han puesto.
14 Apenas dicho esto, volvió la cara y vio allí a Jesús, aunque no sabía que fuera él.
15 Jesús le preguntó: –Mujer, ¿por qué lloras? ¿A quién buscas? Ella, pensando que era el que cuidaba el huerto, le dijo: –Señor, si tú te lo has llevado, dime dónde lo has puesto, para que yo vaya a buscarlo.
16 Jesús entonces le dijo: –¡María! Ella se volvió y le respondió en hebreo: –¡Rabuni! (que quiere decir “Maestro”).
17 Jesús le dijo: –Suéltame, porque todavía no he ido a reunirme con mi Padre. Pero ve y di a mis hermanos que voy a reunirme con el que es mi Padre y vuestro Padre, mi Dios y vuestro Dios.
18 Entonces fue María Magdalena y contó a los discípulos que había visto al Señor, y también lo que él le había dicho.
19 Al llegar la noche de aquel mismo día, primero de la semana, los discípulos estaban reunidos y tenían las puertas cerradas por miedo a los judíos. Jesús entró y, poniéndose en medio de los discípulos, los saludó diciendo: –¡Paz a vosotros!
20 Dicho esto, les mostró las manos y el costado. Y ellos se alegraron de ver al Señor.
21 Luego Jesús dijo de nuevo: –¡Paz a vosotros! Como el Padre me envió a mí, también yo os envío a vosotros.
22 Dicho esto, sopló sobre ellos y añadió: –Recibid el Espíritu Santo.
23 A quienes perdonéis los pecados, les quedarán perdonados; y a quienes no se los perdonéis, les quedarán sin perdonar.
24 Tomás, uno de los doce discípulos, al que llamaban el Gemelo, no estaba con ellos cuando llegó Jesús.
25 Después le dijeron los otros discípulos: –Hemos visto al Señor. Tomás les contestó: –Si no veo en sus manos las heridas de los clavos, y si no meto mi dedo en ellas y mi mano en su costado, no lo creeré.
26 Ocho días después se hallaban los discípulos reunidos de nuevo en una casa, y esta vez también estaba Tomás. Tenían las puertas cerradas, pero Jesús entró, y poniéndose en medio de ellos los saludó diciendo: –¡Paz a vosotros!
27 Luego dijo a Tomás: –Mete aquí tu dedo y mira mis manos, y trae tu mano y métela en mi costado. ¡No seas incrédulo, sino cree!
28 Tomás exclamó entonces: –¡Mi Señor y mi Dios!
29 Jesús le dijo: –¿Crees porque me has visto? ¡Dichosos los que creen sin haber visto!
30 Jesús hizo otras muchas señales milagrosas delante de sus discípulos, las cuales no están escritas en este libro.
31 Pero estas se han escrito para que creáis que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios, y para que creyendo tengáis vida en él.
1 Después de esto, Jesús se apareció otra vez a sus discípulos, a orillas del lago de Tiberias. Sucedió de esta manera:
2 Estaban juntos Simón Pedro, Tomás, al que llamaban el Gemelo, Natanael, que era de Caná de Galilea, los hijos de Zebedeo y otros dos discípulos de Jesús.
3 Simón Pedro les dijo: –Me voy a pescar. Ellos contestaron: –Nosotros también vamos contigo. Fueron, pues, y subieron a una barca; pero aquella noche no pescaron nada.
4 Cuando comenzaba a amanecer, Jesús se apareció en la orilla, pero los discípulos no sabían que fuera él.
5 Jesús les preguntó: –Muchachos, ¿no habéis pescado nada? –Nada –le contestaron.
6 Jesús les dijo: –Echad la red a la derecha de la barca y pescaréis. Así lo hicieron, y luego no podían sacar la red por los muchos peces que habían cogido.
7 Entonces aquel discípulo a quien Jesús quería mucho le dijo a Pedro: –¡Es el Señor! Apenas oyó Simón Pedro que era el Señor, se vistió, porque estaba sin ropa, y se lanzó al agua.
8 Los otros discípulos llegaron a la playa con la barca, arrastrando la red llena de peces, pues estaban a cien metros escasos de la orilla.
9 Al bajar a tierra encontraron un fuego encendido, con un pez encima, y pan.
10 Jesús les dijo: –Traed algunos peces de los que acabáis de sacar.
11 Simón Pedro subió a la barca y arrastró hasta la playa la red llena de grandes peces, ciento cincuenta y tres. Y aunque eran tantos, la red no se rompió.
12 Jesús les dijo: –Venid a comer. Ninguno de los discípulos se atrevía a preguntarle quién era, porque sabían que era el Señor.
13 Jesús se acercó, tomó en sus manos el pan y se lo dio; y lo mismo hizo con el pescado.
14 Esta fue la tercera vez que Jesús se apareció a sus discípulos después de haber resucitado.
15 Cuando ya habían comido, Jesús preguntó a Simón Pedro: –Simón, hijo de Juan, ¿me amas más que estos? Pedro le contestó: –Sí, Señor, tú sabes que te quiero. Jesús le dijo: –Apacienta mis corderos.
16 Volvió a preguntarle: –Simón, hijo de Juan, ¿me amas? Pedro le contestó: –Sí, Señor, tú sabes que te quiero. Jesús le dijo: –Apacienta mis ovejas.
17 Por tercera vez le preguntó: –Simón, hijo de Juan, ¿me quieres? Pedro, entristecido porque Jesús le preguntaba por tercera vez si le quería, le contestó: –Señor, tú lo sabes todo: tú sabes que te quiero. Jesús le dijo: –Apacienta mis ovejas.
18 Te aseguro que cuando eras más joven te vestías para ir a donde querías; pero cuando seas viejo, extenderás los brazos y otro te vestirá y te llevará a donde no quieras ir.
19 Al decir esto, Jesús estaba dando a entender de qué manera Pedro había de morir, y cómo iba a glorificar a Dios con su muerte. Después le dijo: –¡Sígueme!
20 Pedro se volvió y vio que detrás de él venía el discípulo a quien Jesús quería mucho, el mismo que en la cena había estado junto a él y le había preguntado: “Señor, ¿quién es el que va a traicionarte?”
21 Cuando Pedro le vio, preguntó a Jesús: –Señor, ¿y qué hay de este?
22 Jesús le contestó: –Si yo quiero que permanezca hasta mi regreso, ¿qué te importa a ti? Tú sígueme.
23 Por esto corrió entre los hermanos el rumor de que aquel discípulo no moriría. Pero Jesús no había dicho que no moriría, sino: “Si yo quiero que permanezca hasta mi regreso, ¿qué te importa a ti?”
24 Este es el mismo discípulo que da testimonio de estas cosas y lo ha escrito. Y sabemos que dice la verdad.
25 Jesús hizo otras muchas cosas. Tantas que, si se escribieran una por una, creo que en todo el mundo no cabrían los libros que podrían escribirse.