1 Esta historia tuvo lugar en el tiempo en que Asuero reinaba sobre un imperio de ciento veintisiete provincias, que se extendía desde la India hasta Etiopía
2 y tenía establecido su gobierno central en la ciudadela de Susa.
3 En el tercer año de su reinado, el rey Asuero dio una fiesta en honor de todos los funcionarios y colaboradores del gobierno, de los jefes del ejército persa y medo, y de los gobernadores y jefes de las provincias,
4 con el fin de mostrarles la riqueza y grandeza de su reino y el extraordinario esplendor de su poderío. La fiesta duró medio año,
5 al cabo del cual el rey dio otra fiesta que duró siete días, en el patio del jardín del palacio real. Todos los que vivían en la ciudadela de Susa fueron invitados, tanto si eran personas importantes como si no lo eran.
6 El patio estaba adornado con finas cortinas blancas y azules, sujetas a unas columnas de mármol y sostenidas por cordones de lino color púrpura que pasaban por unas anillas de plata. También habían puesto divanes de oro y plata, y el suelo estaba embaldosado con piedras preciosas y nácar, y con mármol blanco y negro.
7 Las bebidas se servían en copas de oro, cada una de diferente forma, y el vino corría en abundancia, como corresponde a la generosidad de un rey.
8 Sin embargo, el rey había ordenado a los jefes de los camareros de palacio que no se obligara a nadie a beber, sino que cada invitado bebiese lo que quisiera.
9 Por su parte, la reina Vasti dio también un banquete a las esposas de los invitados, en el palacio del rey Asuero.
10 En el séptimo día de la fiesta, el rey estaba muy alegre a causa del vino, y mandó a Mehumán, Biztá, Harboná, Bigtá, Abagta, Zetar y Carcás, siete hombres de su confianza,
11 que llevaran a su presencia a la reina Vasti luciendo la corona real, para que el pueblo y los grandes personajes pudieran admirar la belleza de la reina, pues realmente era muy hermosa.
12 Pero la reina se negó a cumplir la orden que el rey le había dado por medio de sus hombres de confianza. Entonces el rey se enojó mucho. Lleno de ira,
13 consultó a los expertos en cuestiones legales, ya que era costumbre que los asuntos del rey fueran tratados con los que conocían las leyes y el derecho.
14 De ellos, los más allegados al rey eran Carsená, Setar, Admata, Tarsis, Meres, Marsená y Memucán, siete altas personalidades de Persia y Media, que formaban parte del consejo real y ocupaban altos cargos en el gobierno de la nación.
15 El rey les preguntó: –De acuerdo con la ley, ¿qué debe hacerse con la reina Vasti por no obedecer la orden que le di por conducto de mis mensajeros?
16 En presencia de los que formaban parte del consejo real, Memucán respondió al rey: –La reina Vasti no solamente ha ofendido a Su Majestad, sino también a todas las autoridades y a toda la población de las provincias del rey Asuero.
17 Lo que ha hecho la reina van a saberlo todas las mujeres, y va a ser causa de que pierdan el respeto a sus maridos, pues dirán: ‘El rey Asuero mandó llamar a la reina Vasti, y ella se negó a ir’.
18 Las esposas de los funcionarios de Persia y de Media, al saber lo que ha hecho la reina, lo discutirán hoy mismo con sus maridos, y eso traerá desprecio y disgustos.
19 Por lo tanto, si a Su Majestad le parece bien, publíquese el siguiente decreto real, que deberá quedar registrado en las leyes de los persas y los medos para que no sea derogado: ‘La reina Vasti no podrá presentarse nunca más ante el rey.’ Y désele el título de reina a otra mujer más digna.
20 Este decreto real deberá darse a conocer en todo el reino, y así todas las mujeres respetarán a sus maridos cualquiera que sea la posición social que ellos tengan.
21 La idea de Memucán pareció bien al rey y a los miembros del consejo real, y el rey la llevó a la práctica.
22 Envió cartas a todas las provincias de su reino, escritas en la lengua y la escritura propias de cada provincia y pueblo de su imperio, ordenando en ellas que los maridos mantuvieran su autoridad en sus casas y hablasen como mejor les pareciera.
1 Después de algún tiempo, el rey Asuero, con el ánimo ya calmado, se acordó de Vasti, de lo que ella había hecho y del decreto promulgado contra ella.
2 Entonces los funcionarios de su gobierno le dijeron: –Es necesario buscar para el rey jóvenes vírgenes y bellas.
3 Nombre, pues, el rey delegados en cada una de las provincias de su reino, con el encargo de traerlas a todas ellas al palacio de las mujeres, el cual tiene el rey en la ciudadela de Susa, y sean puestas al cuidado de Hegai, hombre de confianza del rey y guardián de las mujeres. Que Hegai, a su vez, las someta a un tratamiento de belleza,
4 y que la joven que más guste al rey sea nombrada reina y ocupe el lugar de Vasti. La idea agradó al rey, y así se hizo.
5 En la ciudadela de Susa vivía un judío llamado Mardoqueo, hijo de Jaír y descendiente de Simí y de Quis, de la tribu de Benjamín.
6 Era uno de los muchos que el rey Nabucodonosor de Babilonia había desterrado de Jerusalén junto con Jeconías, rey de Judá.
7 Mardoqueo tenía una prima, huérfana de padre y madre, que él había adoptado como hija cuando sus padres murieron. Se llamaba Hadasá, o Ester, y era muy bella y de hermoso porte.
8 Cuando se publicó el edicto del rey, muchas jóvenes fueron reunidas en el palacio real de la ciudadela de Susa y puestas bajo el cuidado de Hegai, el guardián de las mujeres. Entre ellas estaba Ester.
9 La joven agradó mucho a Hegai y se ganó su estimación, así que Hegai la sometió en seguida a un tratamiento de belleza y le dio los mejores alimentos; puso a su servicio siete de las mejores criadas que había en el palacio real, y con ellas la trasladó a las mejores habitaciones del palacio de las mujeres.
10 Ester no dijo nada sobre su raza y su familia, pues Mardoqueo le había ordenado que no lo hiciera.
11 Y Mardoqueo se paseaba todos los días frente al patio del palacio de las mujeres para saber si Ester estaba bien y cómo la trataban.
12 Todas aquellas jóvenes eran sometidas a un tratamiento de belleza durante doce meses. Los primeros seis meses se untaban el cuerpo con aceite de mirra, y los seis meses restantes, con perfumes y cremas de las que usan las mujeres. Terminado el tratamiento, cada una de las jóvenes se presentaba por turno ante el rey Asuero,
13 y se le permitía llevar del palacio de las mujeres al palacio real todo lo que pidiera.
14 Iba al palacio real por la noche, y a la mañana siguiente pasaba a otra sección del palacio de las mujeres, que estaba al cuidado de Saasgaz, hombre de confianza del rey y guardián de las concubinas; después no volvía a presentarse ante el rey, a menos que a este le hubiera agradado y la mandase llamar.
15 Cuando a Ester, hija de Abihail, tío de Mardoqueo, le tocó presentarse ante el rey, solo llevó lo que le había indicado Hegai, hombre de confianza del rey y guardián de las mujeres. Para entonces, Ester se había ganado ya la simpatía de todos los que la trataban.
16 Y así Ester fue llevada al palacio real para presentarse ante el rey Asuero, en el mes décimo (también llamado Tébet) del séptimo año de su reinado.
17 Asuero se enamoró de Ester como nunca se había enamorado de ninguna mujer. De tal manera se ganó ella su cariño, que Asuero la favoreció más que a cualquiera de las otras jóvenes que habían estado con él, y le puso la corona real en la cabeza y la nombró reina en lugar de Vasti.
18 Luego dio un gran banquete en honor de Ester, al que invitó a todos los funcionarios y colaboradores de su reino, rebajó impuestos a las provincias y repartió muchos regalos, como corresponde a la generosidad de un rey.
19 Uno de los días en que las jóvenes eran llevadas a la otra sección del palacio de las mujeres, Mardoqueo estaba sentado a la puerta del palacio real.
20 Siguiendo los consejos de Mardoqueo, Ester no había dicho nada acerca de su pueblo y su familia, sino que se mantuvo fiel a las instrucciones recibidas de Mardoqueo, como cuando estaba bajo su protección.
21 Mientras Mardoqueo se hallaba sentado a la puerta del palacio real, oyó hablar a Bigtán y Teres, dos oficiales de la guardia real que vigilaban la entrada del palacio. Ambos estaban muy irritados y hacían planes para asesinar al rey Asuero.
22 Al enterarse Mardoqueo de este complot, se lo contó a la reina Ester, quien a su vez se lo comunicó al rey de parte de Mardoqueo.
23 El asunto fue investigado, y al descubrirse que era cierto, los dos oficiales fueron condenados a la horca. De este hecho se dejó constancia, en presencia del rey, en el libro en que se escribía la historia de la nación.
1 Algún tiempo después, el rey Asuero elevó a Amán, hijo de Hamedata, descendiente de Agag, al cargo de jefe de gobierno de la nación.
2 Todos los que servían al rey en su palacio, se ponían de rodillas e inclinaban la cabeza cuando pasaba Amán o cuando estaban delante de él, porque así lo había mandado el rey; pero Mardoqueo no quiso obedecer aquella orden.
3 Entonces los funcionarios del rey preguntaron a Mardoqueo por qué no cumplía la orden dada por el rey.
4 Todos los días le preguntaban lo mismo, pero él no les hacía caso. Entonces fueron a contárselo a Amán, para ver si Mardoqueo sostendría sus palabras, pues ya les había dicho que era judío.
5 Cuando Amán comprobó que Mardoqueo no se arrodillaba ni inclinaba la cabeza a su paso, se llenó de ira;
6 y como ya le habían dicho de qué raza era Mardoqueo, pareciéndole que no bastaría con castigarlo solo a él, se puso a pensar en cómo acabar con todos los judíos que vivían en el reino de Asuero.
7 El primer mes del año, o sea el mes de Nisán, en el año decimosegundo del reinado de Asuero, se echaron suertes en presencia de Amán para fijar el día y el mes en que convendría llevar a cabo su plan; y salió el día trece del mes doce, o sea el mes de Adar.
8 Entonces dijo Amán al rey Asuero: –Entre todos los pueblos que forman las provincias del reino de Su Majestad hay uno que vive separado de los demás; tiene leyes diferentes de los otros pueblos y no cumple las órdenes de Su Majestad. No conviene a Su Majestad que ese pueblo siga viviendo en su reino.
9 Por lo tanto, si a Su Majestad le parece bien, publique un decreto ordenando su exterminio; y yo, por mi parte, entregaré a los funcionarios de hacienda trescientos treinta mil kilos de plata para el tesoro real.
10 Entonces el rey se quitó su anillo y se lo dio a Amán, enemigo de los judíos,
11 diciéndole: –Puedes quedarte con la plata. En cuanto a ese pueblo, haz con él lo que mejor te parezca.
12 El día trece del primer mes del año fueron llamados los secretarios del rey, los cuales escribieron las órdenes de Amán a los gobernadores regionales y provinciales, y a las autoridades de cada nación. Estas órdenes fueron escritas en la escritura y la lengua propias de cada provincia y pueblo. Firmadas en nombre del rey Asuero y selladas con el sello real,
13 fueron enviadas por medio de correos a todas las provincias del reino. En ellas se ordenaba destruir por completo, en un solo día, a todos los judíos, fueran jóvenes o viejos, niños o mujeres, y apoderarse de todos sus bienes. El día señalado fue el trece del mes doce, o sea el mes de Adar.
14 La copia del decreto fue publicada como ley, y se dio a conocer en todas las provincias y pueblos a fin de que estuvieran preparados para ese día.
15 Los correos partieron inmediatamente por orden del rey, y el decreto fue publicado en la ciudadela de Susa. Y mientras el rey y Amán se sentaban a brindar, en Susa reinaba la confusión.
1 Cuando Mardoqueo supo todo lo que había pasado, se rasgó la ropa en señal de dolor, se vistió con ropas ásperas, se echó ceniza sobre la cabeza y empezó a recorrer la ciudad dando gritos llenos de amargura.
2 Así llegó hasta la entrada del palacio real, pues no se permitía que en él entrara nadie vestido de tal manera.
3 También en cada provincia a donde llegaban la orden y el edicto del rey, hubo gran aflicción entre los judíos, que manifestaban su tristeza con ayunos, lágrimas y lamentos. Muchos de ellos se acostaron sobre ceniza y se vistieron con ropas ásperas.
4 Las criadas al servicio de la reina Ester, y los hombres de su guardia personal, le comunicaron lo que estaba sucediendo. La reina, llena de angustia, envió ropas a Mardoqueo para que se cambiara las ásperas que llevaba puestas; pero él no quiso aceptarlas.
5 Ester llamó entonces a Hatac, oficial de la guardia real, y le ordenó que fuera a ver a Mardoqueo y le preguntara qué estaba sucediendo y por qué hacía todo aquello.
6 Hatac fue a hablar con Mardoqueo, que se encontraba en la plaza de la ciudad, frente a la puerta del palacio real,
7 y Mardoqueo le puso al corriente de lo que pasaba, y de la cantidad de plata que Amán había prometido entregar al tesoro real a cambio de que los judíos fuesen exterminados.
8 Además le dio una copia del decreto de exterminio publicado en Susa, para que se la llevara a Ester y así pudiese ella estar informada de todo. También recomendó a Ester que intercediera personalmente ante el rey y le suplicara en favor de su pueblo.
9 Hatac regresó y contó a Ester lo que Mardoqueo le había dicho.
10 Entonces Ester envió nuevamente a Hatac con esta respuesta para Mardoqueo:
11 “Todos los que sirven al rey, y los habitantes de las provincias bajo su gobierno, saben que hay una ley que condena a muerte a todo hombre o mujer que entre en el patio interior del palacio para ver al rey sin que él le haya llamado, a no ser que el rey tienda su cetro de oro hacia esa persona en señal de clemencia, y le perdone así la vida. Por lo que a mí toca, hace ya treinta días que no he sido llamada por el rey.”
12 Cuando Mardoqueo recibió la respuesta de Ester,
13 le envió a su vez este mensaje: “No creas que tú, por estar en el palacio real, vas a ser la única judía que salve su vida.
14 Si ahora callas y no dices nada, la liberación de los judíos vendrá de otra parte, pero tú y la familia de tu padre moriréis. ¡A lo mejor tú has llegado a ser reina precisamente para ayudarnos en esta situación!”
15 Entonces Ester envió esta respuesta a Mardoqueo:
16 “Ve y reúne a todos los judíos de Susa, para que ayunen por mí. Que no coman ni beban nada durante tres días y tres noches. Mis criadas y yo haremos también lo mismo, y después iré a ver al rey, aunque eso vaya contra la ley. Y si me matan, que me maten.”
17 Entonces Mardoqueo fue y cumplió todas las indicaciones de Ester.
1 Tres días después, Ester se puso sus vestiduras reales y entró en el patio interior del palacio, deteniéndose ante la sala en la que el rey estaba sentado en su trono, frente a la puerta.
2 En cuanto el rey vio a la reina Ester en el patio, se mostró cariñoso con ella y extendió hacia ella el cetro de oro que llevaba en la mano. Ester se acercó y tocó el extremo del cetro.
3 El rey le preguntó: –¿Qué te pasa, reina Ester? ¿Qué deseas? ¡Aun si me pides la mitad de mi reino, te la concederé! Ester respondió:
4 –Si parece bien a Su Majestad, le ruego que asista hoy al banquete que he preparado en su honor, y que venga también Amán. Entonces el rey ordenó:
5 –Buscad en seguida a Amán, y que se cumpla el deseo de la reina Ester. Así pues, el rey y Amán acudieron al banquete que la reina había preparado.
6 Durante el banquete, el rey le dijo a Ester: –Pídeme lo que quieras, y te lo concederé. ¡Aun si me pides la mitad de mi reino!
7 Ester contestó: –Solo deseo y pido
8 que, si Su Majestad me tiene cariño y accede a satisfacer mi deseo y mi petición, asista también mañana, acompañado de Amán, a otro banquete que he preparado en su honor. Entonces haré lo que Su Majestad me pida.
9 Amán salió del banquete muy contento y satisfecho; pero se llenó de ira viendo a Mardoqueo, que estaba a la puerta del palacio, y que no se levantaba y ni siquiera se movía al verle pasar.
10 Sin embargo, en aquel momento no demostró Amán el odio que sentía. Cuando llegó a su casa, mandó llamar a sus amigos y a Zeres, su mujer,
11 y habló con ellos de sus grandes riquezas, de los muchos hijos que tenía y de cómo el rey le había distinguido entre sus funcionarios y colaboradores, dándole un puesto superior al de todos ellos.
12 Y añadió: –Además yo soy el único a quien la reina Ester ha invitado al banquete que hoy ofreció al rey; y me ha invitado también al banquete que le ofrecerá mañana.
13 Sin embargo, mientras yo vea a ese judío Mardoqueo sentado a la puerta del palacio real, todo eso no significará nada para mí.
14 Entonces su mujer y todos sus amigos le dijeron: –Manda construir una horca de unos veintidós metros de altura, y mañana por la mañana pídele al rey que cuelguen en ella a Mardoqueo. Así podrás ir al banquete con el rey sin ninguna preocupación. Esta idea agradó a Amán, que mandó preparar la horca.
1 Aquella misma noche, como el rey no lograra dormir, mandó que le llevasen el libro en el que se escribían todos los sucesos importantes de la nación, para que se lo leyesen.
2 En él encontraron el relato de cómo Mardoqueo había descubierto el complot preparado por Bigtán y Teres, oficiales de la guardia real, para asesinar al rey Asuero.
3 Entonces el rey preguntó: –¿Qué recompensa y honor ha recibido Mardoqueo por esa acción? –Absolutamente nada –respondieron sus funcionarios.
4 En aquel momento entró Amán en el patio al que daban las habitaciones particulares del rey, para pedirle que Mardoqueo fuera colgado en la horca que había mandado preparar. –¿Quién anda en el patio? –preguntó el rey.
5 –Es Amán –contestaron los funcionarios. –¡Hacedle pasar! –ordenó.
6 Amán entró, y el rey le preguntó: –¿Qué debe hacerse al hombre a quien el rey quiere honrar? Amán se dijo a sí mismo: “¿Y a quién va a querer honrar el rey, sino a mí?”
7 Así que respondió: –Para ese hombre
8 deberá traerse la misma túnica que usa Su Majestad, y un caballo de los que Su Majestad monta, que lleve en la cabeza una corona real.
9 La túnica y el caballo se le entregarán a uno de los más grandes personajes del gobierno, para que él mismo vista al hombre a quien Su Majestad quiere honrar y lo conduzca a caballo por la plaza de la ciudad, gritando delante de él: '¡Así se trata al hombre a quien el rey quiere honrar!'
10 Entonces el rey dijo a Amán: –Pues date prisa, toma la túnica y el caballo, tal como has dicho, y haz todo eso con el judío Mardoqueo, que está sentado a la puerta del palacio. No dejes de cumplir ninguno de los detalles que has indicado.
11 Amán tomó la túnica y el caballo, vistió a Mardoqueo y lo condujo a caballo por la plaza de la ciudad, gritando delante de él: “¡Así se trata al hombre a quien el rey quiere honrar!”
12 Concluido el paseo, Mardoqueo volvió a la puerta del palacio, y Amán se fue a toda prisa a su casa, triste y cubriéndose la cara.
13 Luego contó a su mujer y a sus amigos todo lo que había pasado, y ellos le dijeron: –Si ese Mardoqueo, ante el cual has comenzado a perder autoridad, es judío, no podrás vencerlo, sino que fracasarás por completo.
14 Aún no habían terminado de hablar, cuando llegaron los criados que estaban al servicio personal del rey, para llevar inmediatamente a Amán al banquete preparado por Ester.
1 El rey y Amán fueron al banquete,
2 y también en este segundo día dijo el rey a Ester durante el banquete: –Pídeme lo que quieras, y te lo concederé. ¡Aun si me pides la mitad de mi reino!
3 Ester le respondió: –Si Su Majestad me tiene cariño, y si le parece bien, lo único que deseo y pido es que Su Majestad nos perdone la vida a mí y a mi pueblo;
4 pues tanto a mi pueblo como a mí se nos ha vendido para ser destruidos por completo. Si hubiéramos sido vendidos como esclavos, yo no diría nada, porque el enemigo no causaría entonces tanto daño a los intereses de Su Majestad.
5 Asuero preguntó: –¿Quién es y dónde está el que ha pensado hacer semejante cosa?
6 –¡El enemigo y adversario es ese malvado Amán! –respondió Ester. Al oir esto, Amán se quedó paralizado de miedo ante el rey y la reina.
7 Asuero se levantó lleno de ira y, abandonando la sala donde estaban celebrando el banquete, salió al jardín del palacio. Pero Amán, dándose cuenta de que el rey había resuelto condenarlo a muerte, se quedó en la sala para rogar a la reina Ester que le salvara la vida.
8 Cuando el rey volvió del jardín y entró en la sala del banquete, vio a Amán de rodillas junto al diván donde se hallaba recostada Ester, y exclamó: –¿Acaso también pretendes deshonrar a la reina en mi presencia y en mi propia casa? Tan pronto como el rey hubo pronunciado estas palabras, unos oficiales de su guardia personal cubrieron la cara de Amán. Y uno de ellos, llamado Harboná, dijo: –En casa de Amán está lista una horca, como de veintidós metros de alta, que él mandó levantar para Mardoqueo, el hombre que tan buen informe dio a Su Majestad. –¡Pues colgadlo en ella! –ordenó el rey.
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10 Y así Amán fue colgado en la misma horca que había preparado para Mardoqueo. Con eso se calmó la ira del rey.
1 Aquel mismo día regaló el rey Asuero a la reina Ester la casa de Amán, enemigo de los judíos, y Mardoqueo se presentó ante el rey, a quien ya Ester había dicho que Mardoqueo era su primo.
2 Entonces el rey se quitó el anillo que había recobrado de Amán, y se lo dio a Mardoqueo. Ester, por su parte, le nombró administrador de todos los bienes que habían sido de Amán.
3 Luego Ester habló nuevamente con el rey, y echándose a sus pies y con lágrimas en los ojos le suplicó que revocara la malvada orden de Amán y que no se llevaran a cabo sus planes contra los judíos.
4 El rey tendió hacia Ester su cetro de oro. Ella se levantó, y de pie ante él
5 dijo: –Si a Su Majestad le parece bien y cree que mi petición es justa, y si realmente Su Majestad me quiere y siente cariño por mí, dése una orden revocando las cartas enviadas por Amán con el fin de exterminar a los judíos de todas las provincias del reino.
6 Pues ¿cómo podré soportar la desgracia que está a punto de caer sobre mi pueblo, y el exterminio de mi propia familia?
7 El rey Asuero contestó entonces a la reina Ester y a Mardoqueo, el judío: –Yo he dado ya a Ester la casa de Amán, y a este lo han colgado en la horca por haber atentado contra la vida de los judíos.
8 Ahora os autorizo a escribir, en mi nombre, lo que mejor os parezca a favor de los judíos. ¡Y sellad las cartas con el sello real! (Un escrito firmado en nombre del rey y sellado con su sello, no se puede derogar.)
9 Los secretarios del rey fueron llamados inmediatamente. Era el día veintitrés del mes tercero, o sea el de Siván, y todo lo que ordenó Mardoqueo fue escrito a los judíos, a los gobernadores regionales y provinciales y a las demás autoridades de las ciento veintisiete provincias que se extendían desde la India hasta Etiopía, en la lengua y escritura propias de cada provincia. A los judíos se les escribió también en su lengua y escritura.
10 Las cartas fueron firmadas en nombre del rey Asuero, y después de sellarlas con el sello real fueron enviadas por medio de correos que montaban veloces caballos de las caballerizas del rey.
11 En ellas, el rey autorizaba a los judíos, en cualquier ciudad donde vivieran, a reunirse para defender sus vidas, y a matar, destruir, exterminar y apoderarse de los bienes de la gente armada de cualquier pueblo o provincia que los atacase, sin respetar a mujeres ni a niños.
12 Todo esto debería hacerse en un mismo día en todas las provincias del rey Asuero; el día señalado fue el trece del mes doce, o sea el mes de Adar.
13 Una copia de la orden debía ser publicada como ley, y dada a conocer en todas las poblaciones y provincias, para que los judíos estuvieran preparados aquel día para vengarse de sus enemigos.
14 Por orden del rey, los correos partieron a toda prisa, montando en caballos de sus caballerizas; y el edicto fue publicado también en la ciudadela de Susa.
15 Mardoqueo salió del palacio vestido con una túnica real de color azul y blanco, una gran corona de oro y un manto de lino y púrpura. Toda la ciudadela de Susa dio gritos de alegría,
16 y para los judíos fue todo luz, gozo, alegría y honra.
17 En todas las provincias, ciudades y lugares adonde llegaba el decreto real, los judíos se llenaron de gozo y alegría, y celebraron banquetes y fiestas. Además, entre la gente del país hubo muchos que se hicieron judíos, porque el miedo a los judíos se había apoderado de ellos.
1 El día trece del mes doce, llamado Adar, era la fecha señalada para el cumplimiento de la orden del rey, y también el día en que los enemigos de los judíos esperaban dominarlos; pero sucedió todo lo contrario, pues los judíos los dominaron a ellos.
2 En todas las provincias del rey Asuero, los judíos se reunieron en las ciudades donde vivían, para atacar a los que habían querido su desgracia. No hubo nadie que se enfrentara con ellos, porque el terror se había apoderado de todos los pueblos.
3 Todas las autoridades de las provincias, los gobernadores regionales y provinciales, y los que ocupaban altos cargos en el gobierno, apoyaban a los judíos por miedo a Mardoqueo,
4 pues él era ya un gran personaje en el palacio real, su fama se había extendido por todas las provincias y cada día tenía más poder.
5 A filo de espada acabaron los judíos con todos sus enemigos; los exterminaron por completo e hicieron con ellos lo que quisieron.
6 Tan solo en la ciudadela de Susa mataron a quinientos hombres;
7 mataron también a Parsandata, Dalfón, Aspata,
8 Porata, Adalías, Aridata,
9 Parmasta, Arisai, Aridai y Vaizata,
10 que eran los diez hijos de Amán, el enemigo de los judíos; pero no tocaron sus bienes.
11 Aquel mismo día, al enterarse el rey del número de muertos que había habido en la ciudadela de Susa,
12 dijo a la reina Ester: –Los judíos han matado a quinientos hombres y a los diez hijos de Amán en la ciudadela de Susa. ¿Qué no habrán hecho en las otras provincias del reino? ¡Dime si deseas algo más, y te lo concederé!
13 Ester respondió: –Si a Su Majestad le parece bien, permítase a los judíos de Susa hacer mañana lo mismo que han hecho conforme al decreto; y que se cuelguen en la horca los cuerpos de los diez hijos de Amán.
14 El rey ordenó que se hiciera así. El decreto se publicó en Susa, y los cadáveres de los diez hijos de Amán fueron colgados.
15 Los judíos que vivían en Susa se volvieron a reunir el día catorce del mes de Adar, y mataron allí a trescientos hombres más; pero no tocaron sus bienes.
16 Los judíos que vivían en las otras provincias se reunieron el día trece del mismo mes, para defender sus vidas y deshacerse de sus enemigos; mataron a setenta y cinco mil de ellos, pero no tocaron sus bienes. El día catorce descansaron, y lo celebraron con banquetes y alegría.
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18 Como los judíos de Susa se habían concentrado los días trece y catorce, descansaron el día quince, celebrándolo también con banquetes y alegría.
19 Por su parte, los judíos que viven en pueblos y aldeas no amuralladas celebran el día catorce del mes de Adar con alegría y fiestas, y unos a otros se hacen regalos.
20 Mardoqueo puso por escrito estos acontecimientos, y envió cartas a todos los judíos que residían en las provincias del reino de Asuero, tanto cercanas como lejanas,
21 ordenándoles que cada año celebrasen los días catorce y quince del mes de Adar
22 como los días en que los judíos se deshicieron de sus enemigos, y como el mes en que la tristeza y los gritos de dolor se cambiaron para ellos en alegría y fiesta. Esos días deberían celebrarse con banquetes y alegría, haciéndose regalos unos a otros y dando limosnas a los pobres.
23 Los judíos convirtieron en costumbre este acontecimiento y lo que Mardoqueo les había escrito.
24 Pues Amán, hijo de Hamedata, el enemigo de todos los judíos, había pensado exterminarlos echando suertes para matarlos y destruirlos;
25 pero cuando Ester se presentó al rey, este ordenó por escrito que todo el mal que Amán había pensado hacer a los judíos cayera sobre él. Por eso, Amán y sus hijos fueron colgados en la horca.
26 Por esta razón, esos días fueron llamados purim, que es el plural de pur. Así pues, conforme a la carta de Mardoqueo y a lo que habían visto y les había tocado vivir,
27 los judíos establecieron esta costumbre para ellos y sus descendientes, y para todos los que se convirtieran al judaísmo: celebrar todos los años, sin falta, estos dos días en la fecha señalada, conforme a las instrucciones que se habían dado;
28 y que estos días fueran recordados y celebrados de generación en generación, en cada clan, provincia y ciudad, para que jamás se perdiera su recuerdo entre los judíos y sus descendientes.
29 La reina Ester, hija de Abihail, y Mardoqueo el judío, escribieron con plena autoridad una segunda carta referente a la fiesta de Purim, para confirmar la primera,
30 y la enviaron a todos los judíos de las ciento veintisiete provincias del reino de Asuero, con palabras amistosas y sinceras,
31 ordenando que se celebrara la fiesta de Purim en la fecha señalada, tal como lo habían ordenado Mardoqueo y la reina Ester para ellos y para sus descendientes. Al mismo tiempo se añadieron ciertas reglas referentes a ayunos y lamentaciones,
32 y la orden de Ester confirmó las reglas que deberían seguirse para la celebración de Purim. Todo esto fue puesto por escrito en un libro.
1 El rey Asuero impuso un tributo, tanto a los países de tierra firme como a los de las islas.
2 Todo lo que hizo con su autoridad y poder, así como el relato exacto del alto cargo que dio a Mardoqueo, está escrito en el libro en el que se registraban todos los sucesos del reino de Media y Persia.
3 El judío Mardoqueo ocupaba el primer lugar después del rey, y fue un gran personaje entre los judíos, amado por todos sus compatriotas, porque buscó el bien de su pueblo y luchó por el bienestar de su raza.