1 Principio de la buena noticia de Jesucristo, el Hijo de Dios.
2 El profeta Isaías había escrito: “Envío mi mensajero delante de ti para que te prepare el camino.
3 Una voz grita en el desierto: ‘¡Preparad el camino del Señor, abridle un camino recto!’ ”
4 Sucedió que Juan el Bautista se presentó en el desierto bautizando a la gente. Les decía que debían convertirse a Dios y ser bautizados, para que Dios les perdonase sus pecados.
5 De toda la región de Judea y de la ciudad de Jerusalén salían a oirle. Confesaban sus pecados y Juan los bautizaba en el río Jordán.
6 Juan iba vestido de ropa hecha de pelo de camello, que se sujetaba al cuerpo con un cinturón de cuero; y comía langostas y miel del monte.
7 En su proclamación decía: “Después de mí viene uno más poderoso que yo, que ni siquiera merezco agacharme para desatar la correa de sus sandalias.
8 Yo os he bautizado con agua, pero él os bautizará con el Espíritu Santo.”
9 Por aquellos días, Jesús salió de Nazaret, en la región de Galilea, y Juan lo bautizó en el Jordán.
10 En el momento en que salía del agua, Jesús vio que el cielo se abría y que el Espíritu bajaba sobre él como una paloma.
11 Y vino una voz del cielo, que decía: “Tú eres mi Hijo amado, a quien he elegido.”
12 Después de esto, el Espíritu llevó a Jesús al desierto.
13 Allí vivió durante cuarenta días entre las fieras, y fue puesto a prueba por Satanás; y los ángeles le servían.
14 Después que metieron a Juan en la cárcel, Jesús fue a Galilea a anunciar las buenas noticias de parte de Dios.
15 Decía: “Ha llegado el tiempo, y el reino de Dios está cerca. Volveos a Dios y aceptad con fe sus buenas noticias.”
16 Paseaba Jesús por la orilla del lago de Galilea, cuando vio a Simón y a su hermano Andrés. Eran pescadores y estaban echando la red al agua.
17 Les dijo Jesús: –Seguidme, y os haré pescadores de hombres.
18 Al momento dejaron sus redes y se fueron con él.
19 Un poco más adelante, Jesús vio a Santiago y a su hermano Juan, hijos de Zebedeo, que estaban en una barca reparando las redes.
20 Al punto Jesús los llamó, y ellos, dejando a su padre Zebedeo en la barca con sus ayudantes, se fueron con Jesús.
21 Llegaron a Cafarnaún, y el sábado entró Jesús en la sinagoga y comenzó a enseñar.
22 La gente se admiraba de cómo les enseñaba, porque lo hacía con plena autoridad y no como los maestros de la ley.
23 En la sinagoga del pueblo, un hombre que tenía un espíritu impuro gritó:
24 –¿Por qué te metes con nosotros, Jesús de Nazaret? ¿Has venido a destruirnos? Yo te conozco. ¡Sé que eres el Santo de Dios!
25 Jesús reprendió a aquel espíritu, diciéndole: –¡Cállate y sal de este hombre!
26 El espíritu impuro sacudió con violencia al hombre, y gritando con gran fuerza salió de él.
27 Todos se asustaron y se preguntaban unos a otros: –¿Qué es esto? ¡Enseña de una manera nueva y con plena autoridad! ¡Hasta a los espíritus impuros da órdenes, y le obedecen!
28 Muy pronto, la fama de Jesús se extendió por toda la región de Galilea.
29 Cuando salieron de la sinagoga, Jesús fue con Santiago y Juan a casa de Simón y Andrés.
30 La suegra de Simón estaba en cama, con fiebre. Se lo dijeron a Jesús,
31 y él se acercó, la tomó de la mano y la levantó. Al momento se le quitó la fiebre y se puso a atenderlos.
32 Al anochecer, cuando ya se había puesto el sol, llevaron ante Jesús a todos los enfermos y endemoniados,
33 y el pueblo entero se reunió a la puerta.
34 Jesús sanó de toda clase de enfermedades a mucha gente y expulsó a muchos demonios; pero no dejaba hablar a los demonios, porque ellos le conocían.
35 De madrugada, cuando todavía estaba oscuro, Jesús se levantó y salió de la ciudad para ir a orar a un lugar apartado.
36 Simón y sus compañeros fueron en busca de Jesús,
37 y cuando lo encontraron le dijeron: –Todos te están buscando.
38 Él les contestó: –Vayamos a otros lugares cercanos a anunciar también allí el mensaje, porque para esto he salido.
39 Así que Jesús andaba por toda Galilea anunciando el mensaje en las sinagogas de cada lugar y expulsando a los demonios.
40 Un hombre enfermo de lepra se acercó a Jesús, y poniéndose de rodillas le dijo: –Si quieres, puedes limpiarme de mi enfermedad.
41 Jesús tuvo compasión de él, le tocó con la mano y dijo: –Quiero. ¡Queda limpio!
42 Al momento se le quitó la lepra y quedó limpio.
43 Jesús lo despidió en seguida, recomendándole mucho:
44 –Mira, no se lo digas a nadie. Pero ve, preséntate al sacerdote y lleva por tu purificación la ofrenda ordenada por Moisés; así sabrán todos que ya estás limpio de tu enfermedad.
45 Sin embargo, en cuanto se fue, comenzó a contar a todos lo que había pasado. Por eso, Jesús ya no podía entrar abiertamente en ningún pueblo, sino que se quedaba fuera, en lugares donde no había nadie; pero de todas partes acudían a verle.
1 Algunos días después volvió Jesús a entrar en Cafarnaún. Al saber que estaba en casa,
2 se juntaron tantos que ni siquiera cabían frente a la puerta, y él les anunciaba el mensaje.
3 Entonces, entre cuatro, le llevaron un paralítico.
4 Pero como había mucha gente y no podían llegar hasta Jesús, quitaron parte del techo encima de donde él estaba, y por la abertura bajaron en una camilla al enfermo.
5 Cuando Jesús vio la fe que tenían, dijo al enfermo: –Hijo mío, tus pecados quedan perdonados.
6 Algunos maestros de la ley que estaban allí sentados pensaron:
7 “¿Cómo se atreve este a hablar así? Sus palabras son una ofensa contra Dios. Nadie puede perdonar pecados, sino solamente Dios.”
8 Pero Jesús se dio cuenta en seguida de lo que estaban pensando y les preguntó: –¿Por qué pensáis así?
9 ¿Qué es más fácil, decir al paralítico: 'Tus pecados quedan perdonados' o decirle: 'Levántate, toma tu camilla y anda'?
10 Pues voy a demostraros que el Hijo del hombre tiene poder en la tierra para perdonar pecados. Entonces dijo al paralítico:
11 –A ti te digo, levántate, toma tu camilla y vete a tu casa.
12 El enfermo se levantó en el acto, y tomando su camilla salió de allí a la vista de todos. Así que todos se admiraron y alabaron a Dios diciendo: –Nunca habíamos visto nada semejante.
13 Después fue Jesús otra vez a la orilla del lago. La gente se acercaba a él, y él les enseñaba.
14 Al pasar, vio a Leví, hijo de Alfeo, que estaba sentado en el lugar donde cobraba los impuestos para Roma. Jesús le dijo: –Sígueme. Leví se levantó y le siguió.
15 Sucedió que Jesús estaba comiendo en casa de Leví, y muchos cobradores de impuestos y otra gente de mala fama estaban también sentados a la mesa con Jesús y sus discípulos, pues eran muchos los que le seguían.
16 Unos maestros de la ley pertenecientes al partido fariseo, al ver que Jesús comía con todos ellos, preguntaron a los discípulos: –¿Cómo es que vuestro Maestro come con los cobradores de impuestos y con los pecadores?
17 Jesús los oyó y les dijo: –No necesitan médico los que gozan de buena salud, sino los enfermos. Yo no he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores.
18 En una ocasión estaban ayunando los seguidores de Juan el Bautista y los de los fariseos. Algunas personas fueron a Jesús y le preguntaron: –Los seguidores de Juan y los de los fariseos ayunan: ¿por qué no ayunan tus discípulos?
19 Jesús les contestó: –¿Acaso pueden ayunar los invitados a una boda mientras el novio está con ellos? Mientras está presente el novio, no pueden ayunar.
20 Pero vendrá el momento en que se lleven al novio; entonces, cuando llegue ese día, ayunarán.
21 “Nadie remienda un vestido viejo con un trozo de tela nueva, porque lo nuevo encoge y tira del vestido viejo, y el desgarrón se hace mayor.
22 Tampoco se echa vino nuevo en odres viejos, porque el vino nuevo hace que revienten los odres y que se pierdan tanto el vino como los odres. Por eso hay que echar el vino nuevo en odres nuevos.”
23 Un sábado pasaba Jesús entre los sembrados, y sus discípulos, según iban, comenzaron a arrancar espigas.
24 Los fariseos le preguntaron: –Oye, ¿por qué hacen tus discípulos algo que no está permitido en sábado?
25 Él les dijo: –¿Nunca habéis leído lo que hizo David en una ocasión en que él y sus compañeros tuvieron necesidad y sintieron hambre?
26 Siendo Abiatar sumo sacerdote, David entró en la casa de Dios y comió los panes consagrados, que solamente a los sacerdotes les estaba permitido comer. Además dio a los que iban con él.
27 Jesús añadió; –El sábado se hizo para el hombre, y no el hombre para el sábado.
28 Así que el Hijo del hombre tiene autoridad también sobre el sábado.
1 Jesús entró otra vez en la sinagoga. Había allí un hombre que tenía una mano tullida,
2 y espiaban a Jesús para ver si lo sanaría en sábado y tener así algo de qué acusarle.
3 Jesús dijo al hombre de la mano tullida: –Levántate y ponte ahí en medio.
4 Luego preguntó a los demás: –¿Qué está permitido hacer en sábado: el bien o el mal? ¿Salvar una vida o destruirla? Ellos se quedaron callados.
5 Jesús miró entonces con enojo a los que le rodeaban y, entristecido porque no querían entender, dijo a aquel hombre: –Extiende la mano. El hombre la extendió, y la mano le quedó sana.
6 Pero los fariseos, en cuanto salieron, comenzaron junto con los del partido de Herodes a hacer planes para matar a Jesús.
7 Jesús, seguido por mucha gente de Galilea, se fue con sus discípulos a la orilla del lago.
8 Al oir hablar de las grandes cosas que hacía, acudieron también a verle muchos de Judea, de Jerusalén, de Idumea, del lado oriental del Jordán y de la región de Tiro y Sidón.
9 Por eso, Jesús encargó a sus discípulos que le tuvieran preparada una barca, para evitar que la multitud le apretujara.
10 Porque había sanado a tantos, que todos los enfermos se echaban sobre él para tocarle.
11 Y cuando los espíritus impuros le veían, se ponían de rodillas delante de él y gritaban: –¡Tú eres el Hijo de Dios!
12 Pero Jesús les ordenaba con severidad que no hablaran de él públicamente.
13 Después subió Jesús a un cerro y llamó a quienes le pareció conveniente. Una vez reunidos,
14 eligió a doce de ellos para que le acompañasen y para enviarlos a anunciar el mensaje. Los llamó apóstoles
15 y les dio autoridad para expulsar a los demonios.
16 Estos son los doce que escogió: Simón, a quien puso por nombre Pedro;
17 Santiago y su hermano Juan, hijos de Zebedeo, a los que llamó Boanerges (es decir, “Hijos del Trueno”);
18 Andrés, Felipe, Bartolomé, Mateo, Tomás, y Santiago hijo de Alfeo; Tadeo, Simón el cananeo
19 y Judas Iscariote, el que traicionó a Jesús.
20 Después entró Jesús en una casa, y se juntó de nuevo tanta gente que ni siquiera podían comer él y sus discípulos.
21 Al saber que estaba allí, los parientes de Jesús acudieron a llevárselo, pues decían que se había vuelto loco.
22 También los maestros de la ley que habían llegado de Jerusalén decían: “Beelzebú, el propio jefe de los demonios, es quien ha dado a este hombre poder para expulsarlos.”
23 Jesús los llamó y les puso un ejemplo, diciendo: “¿Cómo puede Satanás expulsar al propio Satanás?
24 Un país dividido en bandos enemigos no puede mantenerse,
25 y una casa dividida no puede mantenerse.
26 Pues bien, si Satanás se divide y se levanta contra sí mismo, no podrá mantenerse: habrá llegado su fin.
27 “Nadie puede entrar en la casa de un hombre fuerte y robarle sus bienes, si antes no lo ata. Solamente así podrá robárselos.
28 “Os aseguro que Dios perdonará a los hombres todos los pecados y todo lo malo que digan;
29 pero el que ofenda con sus palabras al Espíritu Santo no tendrá perdón, sino que será culpable para siempre.”
30 Esto lo dijo Jesús porque afirmaban que tenía un espíritu impuro.
31 Entre tanto, llegaron la madre y los hermanos de Jesús, pero se quedaron fuera y mandaron llamarle.
32 La gente que estaba sentada alrededor de Jesús le avisó: –Tu madre, tus hermanos y tus hermanas están fuera y te buscan.
33 Él les contestó: –¿Quiénes son mi madre y mis hermanos?
34 Y mirando a los que estaban sentados a su alrededor, añadió: –Estos son mi madre y mis hermanos.
35 Todo el que hace la voluntad de Dios, ese es mi hermano, mi hermana y mi madre.
1 Otra vez comenzó Jesús a enseñar a la orilla del lago. Como se reunió una gran multitud, subió a una barca que había en el lago y se sentó, mientras la gente se quedaba en la orilla.
2 Y se puso a enseñarles muchas cosas por medio de parábolas. En su enseñanza les decía:
3 “Oíd esto: Un sembrador salió a sembrar.
4 Y al sembrar, una parte de la semilla cayó en el camino, y llegaron las aves y se la comieron.
5 Otra parte cayó entre las piedras, donde no había mucha tierra; aquella semilla brotó pronto, porque la tierra no era profunda;
6 pero el sol, al salir, la quemó, y como no tenía raíz, se secó.
7 Otra parte cayó entre espinos, y los espinos crecieron y la ahogaron, de modo que la semilla no produjo grano.
8 Pero otra parte cayó en buena tierra, y creció y dio una buena cosecha: unas espigas dieron treinta granos por semilla, otras dieron sesenta granos y otras cien.”
9 Y añadió Jesús: –Los que tienen oídos, oigan.
10 Después, cuando Jesús se quedó a solas, los que estaban cerca de él y los doce discípulos le preguntaron qué significaba aquella parábola.
11 Les contestó: “A vosotros, Dios os da a conocer el secreto de su reino;pero a los que están fuera se les dice todo por medio de parábolas,
12 para que por mucho que miren no vean, y por mucho que oigan no entiendan; a no ser que se vuelvan a Dios y él los perdone.”
13 Les dijo: “¿No entendéis esta parábola? ¿Cómo, pues, vais a entender todas las demás?
14 El que siembra la semilla representa al que anuncia el mensaje.
15 Hay quienes son como la semilla que cayó en el camino: oyen el mensaje, pero después de haberlo escuchado viene Satanás y les quita ese mensaje sembrado en su corazón.
16 Otros son comparables a la semilla sembrada entre las piedras: oyen el mensaje, y al pronto lo reciben con gusto,
17 pero como no tienen bastante raíz no pueden permanecer firmes; por eso, cuando por causa del mensaje sufren pruebas o persecución, pierden la fe.
18 Otros son como la semilla sembrada entre espinos: oyen el mensaje,
19 pero los negocios de este mundo les preocupan demasiado, el amor a las riquezas los engaña y su deseo es poseer todas las cosas. Todo eso entra en ellos, ahoga el mensaje y no le deja dar fruto.
20 Pero hay otros que oyen el mensaje y lo aceptan y dan una buena cosecha, lo mismo que la semilla sembrada en buena tierra: algunos de estos son como las espigas que dieron treinta granos por semilla, otros son como las que dieron sesenta y otros como las que dieron cien.”
21 También les dijo: “¿Acaso se trae una lámpara para ponerla debajo de una vasija o debajo de la cama? No, una lámpara se pone en alto, para que alumbre.
22 De la misma manera, no hay nada escondido que no llegue a descubrirse ni nada secreto que no llegue a ponerse en claro.
23 Los que tienen oídos, oigan.”
24 También les dijo: “Fijaos en lo que oís. Con la misma medida con que midáis, Dios os medirá a vosotros, y os dará todavía más.
25 Pues al que tiene, se le dará más; pero al que no tiene, hasta lo poco que tiene se le quitará.”
26 Jesús dijo también: “Con el reino de Dios sucede como con el hombre que siembra en la tierra:
27 que lo mismo si duerme que si está despierto, lo mismo de noche que de día, la semilla nace y crece sin que él sepa cómo.
28 Y es que la tierra produce por sí misma: primero brota una hierba, luego se forma la espiga y, por último, el grano que llena la espiga.
29 Y cuando el grano ya está maduro, se siega, porque ha llegado el tiempo de la cosecha.
30 También dijo Jesús: “¿A qué se parece el reino de Dios, o con qué podremos compararlo?
31 Es como una semilla de mostaza que se siembra en la tierra. Es la más pequeña de todas las semillas del mundo;
32 pero, una vez sembrada, crece y se hace mayor que cualquiera otra planta del huerto, y echa ramas tan grandes que hasta los pájaros pueden anidar a su sombra.”
33 De esta manera les enseñaba Jesús el mensaje, por medio de muchas parábolas como estas y hasta donde podían comprender.
34 No les decía nada sin parábolas, aunque a sus discípulos se lo explicaba todo aparte.
35 Al anochecer de aquel mismo día, Jesús dijo a sus discípulos: –Pasemos a la otra orilla del lago.
36 Entonces despidieron a la gente y llevaron a Jesús en la misma barca en que se encontraba. Otras barcas le acompañaban.
37 De pronto se desató una tormenta; y el viento era tan fuerte, que las olas, cayendo sobre la barca, comenzaron a llenarla de agua.
38 Pero Jesús se había dormido en la parte de popa, apoyado sobre una almohada. Le despertaron y le dijeron: –¡Maestro!, ¿no te importa que nos estemos hundiendo?
39 Jesús se levantó, dio una orden al viento y le dijo al mar: –¡Silencio! ¡Cállate! El viento se detuvo y todo quedó completamente en calma.
40 Después dijo Jesús a sus discípulos: –¿Por qué tanto miedo? ¿Todavía no tenéis fe?
41 Y ellos, muy asustados, se preguntaban unos a otros: –¿Quién es este, que hasta el viento y el mar le obedecen?
1 Llegaron a la otra orilla del lago, a la tierra de Gerasa.
2 En cuanto Jesús bajó de la barca se le acercó un hombre que tenía un espíritu impuro. Este hombre había salido de entre las tumbas,
3 porque vivía en ellas. Nadie podía sujetarlo ni siquiera con cadenas.
4 Pues aunque muchas veces lo habían atado de pies y manos con cadenas, siempre las había hecho pedazos, sin que nadie le pudiera dominar.
5 Andaba de día y de noche entre las tumbas y por los cerros, gritando y golpeándose con piedras.
6 Pero cuando vio de lejos a Jesús, echó a correr y, poniéndose de rodillas delante de él,
7 le dijo a gritos: –¡No te metas conmigo, Jesús, Hijo del Dios altísimo! ¡Te ruego, por Dios, que no me atormentes!
8 Hablaba así porque Jesús le había dicho: –¡Espíritu impuro, deja a ese hombre!
9 Jesús le preguntó: –¿Cómo te llamas? Él contestó: –Me llamo Legión, porque somos muchos.
10 Y rogaba mucho a Jesús que no enviara los espíritus fuera de aquella región.
11 Y como cerca de allí, junto al monte, se hallaba paciendo una gran piara de cerdos,
12 los espíritus le rogaron: –Mándanos a los cerdos y déjanos entrar en ellos.
13 Jesús les dio permiso, y los espíritus impuros salieron del hombre y entraron en los cerdos. Estos, que eran unos dos mil, echaron a correr pendiente abajo hasta el lago, y se ahogaron.
14 Los que cuidaban de los cerdos salieron huyendo, y contaron en el pueblo y por los campos lo sucedido. La gente acudió a ver lo que había pasado.
15 Y cuando llegaron a donde estaba Jesús, vieron sentado, vestido y en su cabal juicio al endemoniado que había tenido la legión de espíritus. La gente estaba asustada,
16 y los que habían visto lo sucedido con el endemoniado y con los cerdos, se lo contaron a los demás.
17 Entonces comenzaron a rogar a Jesús que se fuera de aquellos lugares.
18 Al volver Jesús a la barca, el hombre que había estado endemoniado le rogó que le dejara ir con él.
19 Pero Jesús no se lo permitió, sino que le dijo: –Vete a tu casa, con tus parientes, y cuéntales todo lo que te ha hecho el Señor y cómo ha tenido compasión de ti.
20 El hombre se fue y comenzó a contar por los pueblos de Decápolis lo que Jesús había hecho por él. Y todos se quedaban admirados.
21 Cuando Jesús regresó en la barca al otro lado del lago, se le reunió mucha gente, y él se quedó en la orilla.
22 Llegó entonces uno de los jefes de la sinagoga, llamado Jairo, que al ver a Jesús se echó a sus pies
23 suplicándole con insistencia: –Mi hija se está muriendo: ven a poner tus manos sobre ella, para que sane y viva.
24 Jesús fue con él, y mucha gente le acompañaba apretujándose a su alrededor.
25 Entre la multitud había una mujer que desde hacía doce años estaba enferma, con hemorragias.
26 Había sufrido mucho a manos de muchos médicos, y había gastado cuanto tenía sin que le hubiera servido de nada. Al contrario, iba de mal en peor.
27 Esta mujer, al saber lo que se decía de Jesús, se le acercó por detrás, entre la gente, y le tocó la capa.
28 Porque pensaba: “Tan sólo con que toque su capa, quedaré sana.”
29 Al momento se detuvo su hemorragia, y sintió en el cuerpo que ya estaba sanada de su enfermedad.
30 Jesús, dándose cuenta de que había salido de él poder para sanar, se volvió a mirar a la gente y preguntó: –¿Quién me ha tocado?
31 Sus discípulos le dijeron: –Ves que la gente te oprime por todas partes y preguntas: ‘¿Quién me ha tocado?’
32 Pero Jesús seguía mirando a su alrededor para ver quién le había tocado.
33 Entonces la mujer, temblando de miedo y sabiendo lo que le había sucedido, fue y se arrodilló delante de él, y le contó toda la verdad.
34 Jesús le dijo: –Hija, por tu fe has sido sanada. Vete tranquila y libre ya de tu enfermedad.
35 Todavía estaba hablando Jesús, cuando llegaron unos de casa del jefe de la sinagoga a decirle al padre de la niña: –Tu hija ha muerto. ¿Para qué molestar más al Maestro?
36 Pero Jesús, sin hacer caso de ellos, dijo al jefe de la sinagoga: –No tengas miedo. Cree solamente.
37 Y sin dejar que nadie le acompañara, aparte de Pedro, Santiago y Juan, el hermano de Santiago,
38 se dirigió a casa del jefe de la sinagoga. Allí, al ver el alboroto y la gente que lloraba y gritaba,
39 entró y les dijo: –¿Por qué alborotáis y lloráis de esa manera? La niña no está muerta, sino dormida.
40 La gente se burlaba de Jesús, pero él los hizo salir a todos, y tomando al padre, a la madre y a los que le acompañaban, entró donde estaba la niña.
41 La tomó de la mano y le dijo: –Talita, cum (que significa: “Muchacha, a ti te digo: levántate.”)
42 Al momento, la muchacha, que tenía doce años, se levantó y echó a andar. Y la gente se quedó muy impresionada.
43 Jesús ordenó severamente que no se lo contaran a nadie, y luego mandó que dieran de comer a la niña.
1 Jesús se fue de allí a su propia tierra, y sus discípulos le acompañaron.
2 Cuando llegó el sábado comenzó a enseñar en la sinagoga. La multitud, al oir a Jesús, se preguntaba admirada: –¿Dónde ha aprendido este tantas cosas? ¿De dónde ha sacado esa sabiduría y los milagros que hace?
3 ¿No es este el carpintero, el hijo de María y hermano de Santiago, José, Judas y Simón? ¿Y no viven sus hermanas también aquí, entre nosotros? Y no quisieron hacerle caso.
4 Por eso, Jesús les dijo: –En todas partes se honra a un profeta, menos en su propia tierra, entre sus parientes y en su propia casa.
5 No pudo hacer allí ningún milagro, aparte de sanar a unos pocos enfermos poniendo las manos sobre ellos.
6 Y estaba asombrado porque aquella gente no creía en él. Jesús recorría las aldeas cercanas, enseñando.
7 Llamó a los doce discípulos y comenzó a enviarlos de dos en dos, dándoles autoridad sobre los espíritus impuros.
8 Les ordenó que, aparte de un bastón, no llevaran nada para el camino: ni pan ni provisiones ni dinero.
9 Podían calzar sandalias, pero no llevar ropa de repuesto.
10 Les dijo: –Cuando entréis en una casa, quedaos en ella hasta que os marchéis del lugar.
11 Y si en algún lugar no os reciben ni quieren escucharos, salid de allí y sacudíos el polvo de los pies para que les sirva de advertencia.
12 Entonces salieron los discípulos a decir a la gente que se volviera a Dios.
13 También expulsaron muchos demonios y sanaron a muchos enfermos ungiéndolos con aceite.
14 El rey Herodes oyó hablar de Jesús, porque su fama había corrido por todas partes, y algunos decían: “Juan el Bautista ha resucitado, y por eso tiene este poder milagroso.”
15 Otros decían: “Es el profeta Elías.” Y otros: “Es un profeta como los antiguos profetas.”
16 Pero Herodes decía al oir estas cosas: –Ese es Juan. Yo mandé cortarle la cabeza, pero ha resucitado.
17 Es que Herodes, por causa de Herodías, había mandado apresar a Juan y le había hecho encadenar en la cárcel. Herodías era esposa de Felipe, hermano de Herodes, pero Herodes se había casado con ella.
18 Y Juan le había dicho a Herodes: “No puedes tener por tuya a la mujer de tu hermano.”
19 Herodías odiaba a Juan y quería matarlo; pero no podía,
20 porque Herodes le temía y le protegía sabiendo que era un hombre justo y santo; y aun cuando al oirle se quedaba perplejo, le escuchaba de buena gana.
21 Pero Herodías vio llegar su oportunidad cuando Herodes, en su cumpleaños, dio un banquete a sus jefes y comandantes y a las personas importantes de Galilea.
22 La hija de Herodías entró en el lugar del banquete y bailó, y tanto gustó el baile a Herodes y a los que estaban cenando con él, que el rey dijo a la muchacha: –Pídeme lo que quieras y yo te lo daré.
23 Y le juró una y otra vez que le daría cualquier cosa que pidiera, aunque fuese la mitad del país que él gobernaba.
24 Ella salió y preguntó a su madre: –¿Qué puedo pedir? Le contestó: –Pide la cabeza de Juan el Bautista.
25 La muchacha entró de prisa donde estaba el rey y le dijo: –Quiero que ahora mismo me des en una bandeja la cabeza de Juan el Bautista.
26 El rey se disgustó mucho, pero como había hecho un juramento en presencia de sus invitados, no quiso negarle lo que pedía.
27 Así que envió en seguida a un soldado con la orden de traerle la cabeza de Juan.
28 Fue el soldado a la cárcel, le cortó la cabeza a Juan y la puso en una bandeja. Se la dio a la muchacha y ella se la entregó a su madre.
29 Cuando los seguidores de Juan lo supieron, tomaron el cuerpo y lo pusieron en una tumba.
30 Después de esto, los apóstoles se reunieron con Jesús y le contaron todo lo que habían hecho y enseñado.
31 Jesús les dijo: –Venid, vosotros solos, a descansar un poco a un lugar apartado. Porque iba y venía tanta gente que ellos ni siquiera tenían tiempo para comer.
32 Así que Jesús y sus apóstoles se fueron en una barca a un lugar apartado.
33 Pero muchos los vieron ir y los reconocieron; entonces, de todos los pueblos, corrieron allá y se les adelantaron.
34 Al bajar Jesús de la barca vio la multitud, y sintió compasión de ellos porque estaban como ovejas que no tienen pastor; y comenzó a enseñarles muchas cosas.
35 Por la tarde, sus discípulos se le acercaron y le dijeron: –Ya es tarde, y este es un lugar solitario.
36 Despide a la gente, para que vayan a los campos y las aldeas de alrededor y se compren algo de comer.
37 Pero Jesús les contestó: –Dadles vosotros de comer. Respondieron: –¿Quieres que vayamos a comprar doscientos denarios de pan para darles de comer?
38 Jesús les dijo: –¿Cuántos panes tenéis? Id a verlo. Cuando lo averiguaron, le dijeron: –Cinco panes y dos peces.
39 Mandó que la gente se recostara en grupos sobre la hierba verde,
40 y se hicieron grupos de cien y de cincuenta.
41 Luego Jesús tomó en sus manos los cinco panes y los dos peces y, mirando al cielo, dio gracias a Dios, partió los panes y se los dio a sus discípulos para que los repartieran entre la gente. Repartió también entre todos los dos peces.
42 Todos comieron hasta quedar satisfechos,
43 y todavía llenaron doce canastas con los trozos sobrantes de pan y pescado.
44 Los que comieron de aquellos panes fueron cinco mil hombres.
45 Después de esto, Jesús hizo que sus discípulos subieran a la barca, para que llegaran antes que él a la otra orilla del lago, a Betsaida, mientras él despedía a la gente.
46 Y cuando la hubo despedido, se fue al monte a orar.
47 Al llegar la noche, la barca ya estaba en medio del lago. Jesús, que se había quedado solo en tierra,
48 vio que remaban con dificultad porque tenían el viento en contra. De madrugada fue Jesús hacia ellos andando sobre el agua, pero hizo como si quisiera pasar de largo.
49 Ellos, al verle andar sobre el agua, pensaron que era un fantasma y gritaron,
50 porque todos le vieron y se asustaron. Pero él les habló en seguida, diciéndoles: –¡Ánimo, soy yo, no tengáis miedo!
51 Subió a la barca y se calmó el viento. Ellos se quedaron muy asombrados,
52 porque no habían entendido el milagro de los panes y aún tenían la mente embotada.
53 Atravesaron el lago y llegaron a la tierra de Genesaret, donde amarraron la barca a la orilla.
54 Tan pronto como bajaron de la barca, la gente reconoció a Jesús.
55 Recorrieron toda aquella región, y comenzaron a llevar enfermos en camillas a donde sabían que estaba Jesús.
56 Y dondequiera que él entraba, ya fueran aldeas, pueblos o campos, ponían a los enfermos en las plazas y le rogaban que les dejara tocar siquiera el borde de su capa. Y todos los que la tocaban quedaban sanados.
1 Se acercaron los fariseos a Jesús, junto con unos maestros de la ley que habían llegado de Jerusalén.
2 Y al ver que algunos discípulos de Jesús comían con las manos impuras, es decir, sin haber cumplido con el rito de lavárselas, los criticaron.
3 (Porque los fariseos –y todos los judíos– siguen la tradición de sus antepasados de no comer sin antes lavarse cuidadosamente las manos.
4 Y al volver del mercado, no comen sin antes cumplir con el rito de lavarse. Y aún tienen otras muchas costumbres, como lavar los vasos, los jarros, las vasijas de metal y las camas.)
5 Por eso, los fariseos y los maestros de la ley preguntaron a Jesús: –¿Por qué tus discípulos no siguen la tradición de nuestros antepasados? ¿Por qué comen con las manos impuras?
6 Jesús les contestó: –Bien habló el profeta Isaías de lo hipócritas que sois, cuando escribió: ‘Este pueblo me honra de labios afuera, pero su corazón está lejos de mí.
7 De nada sirve que me rinda culto, pues sus enseñanzas son mandatos de hombres.’
8 Porque vosotros os apartáis del mandato de Dios para seguir las tradiciones de los hombres.
9 También les dijo: –Vosotros, para mantener vuestras propias tradiciones, pasáis por alto el mandato de Dios.
10 Pues Moisés dijo: ‘Honra a tu padre y a tu madre’ y ‘El que maldiga a su padre o a su madre, será condenado a muerte.’
11 Pero vosotros afirmáis que un hombre puede decirle a su padre o a su madre: ‘No puedo socorrerte, porque todo lo que tengo es corbán’ (es decir, “ofrecido a Dios”);
12 y también afirmáis que ese hombre ya no está obligado a socorrer a su padre o a su madre.
13 De esa manera invalidáis el mandato de Dios con tradiciones que os trasmitís unos a otros. Y hacéis otras muchas cosas parecidas.
14 Luego Jesús llamó a la gente y dijo: –Escuchadme todos y entended:
15 Nada de lo que entra de fuera puede hacer impuro al hombre. Lo que sale del corazón del hombre es lo que le hace impuro.
16
17 Cuando Jesús dejó a la gente y entró en casa, sus discípulos le preguntaron sobre esta enseñanza.
18 Él les dijo: –¿Así que vosotros tampoco lo entendéis? ¿No comprendéis que ninguna cosa que entra de fuera puede hacer impuro al hombre?
19 Porque no entra en el corazón, sino en el vientre, y después sale del cuerpo. Con esto quiso decir que todos los alimentos son puros,
20 y añadió: –Lo que sale del hombre, eso sí le hace impuro.
21 Porque de dentro, del corazón del hombre, salen los malos pensamientos, la inmoralidad sexual, los robos, los asesinatos,
22 los adulterios, la codicia, las maldades, el engaño, los vicios, la envidia, los chismes, el orgullo y la falta de juicio.
23 Todas estas cosas malas salen de dentro y hacen impuro al hombre.
24 De allí pasó Jesús a la región de Tiro. Entró en una casa sin querer que se supiera, pero no pudo ocultarlo.
25 Pronto supo de él la madre de una muchacha que tenía un espíritu impuro; y fue y se arrodilló a los pies de Jesús.
26 Era una mujer extranjera, de nacionalidad sirofenicia. Fue, pues, y rogó a Jesús que expulsara de su hija al demonio;
27 pero Jesús le dijo: –Deja que los hijos coman primero, porque no está bien quitar el pan a los hijos y dárselo a los perros.
28 –Sí, Señor –respondió ella–, pero hasta los perros comen debajo de la mesa las migajas que dejan caer los hijos.
29 Jesús le dijo: –Bien has hablado. Puedes irte: el demonio ya ha salido de tu hija.
30 Cuando la mujer llegó a su casa encontró a la niña en la cama; el demonio ya había salido de ella.
31 Jesús volvió a salir de la región de Tiro y, pasando por Sidón y los pueblos de la región de Decápolis, llegó al lago de Galilea.
32 Allí le llevaron un sordo y tartamudo, y le pidieron que pusiera su mano sobre él.
33 Jesús se lo llevó a un lado, aparte de la gente, le metió los dedos en los oídos y con saliva le tocó la lengua.
34 Luego, mirando al cielo, suspiró y dijo al hombre: –¡Efatá! (es decir, “¡Ábrete!”).
35 Al momento se abrieron los oídos del sordo, su lengua quedó libre de trabas y hablaba correctamente.
36 Jesús les mandó que no se lo dijeran a nadie; pero cuanto más se lo mandaba, tanto más lo contaban ellos.
37 Llenos de asombro, decían: –Todo lo hace bien. ¡Hasta hace oir a los sordos y hablar a los mudos!
1 Un día en que de nuevo se había juntado mucha gente y no tenían nada que comer, Jesús llamó a sus discípulos y les dijo:
2 –Siento compasión de esta gente, porque ya hace tres días que están aquí conmigo y no tienen nada que comer.
3 Y si los envío en ayunas a sus casas pueden desfallecer por el camino, porque algunos han venido de lejos.
4 Sus discípulos le contestaron: –¿Pero cómo se les puede dar de comer en un lugar como este, donde no vive nadie?
5 Jesús les preguntó: –¿Cuántos panes tenéis? –Siete –dijeron ellos.
6 Mandó entonces que la gente se sentara en el suelo, tomó en sus manos los siete panes y, habiendo dado gracias a Dios, los partió, los dio a sus discípulos y ellos los repartieron entre la gente.
7 Tenían también unos cuantos peces; Jesús dio gracias a Dios por ellos, y también mandó repartirlos.
8 Todos comieron hasta quedar satisfechos, y llenaron todavía siete canastas con los trozos sobrantes.
9 Los que comieron eran cerca de cuatro mil. Después de esto, Jesús los despidió,
10 subió a la barca con sus discípulos y se fue a la región de Dalmanuta.
11 Llegaron los fariseos y comenzaron a discutir con Jesús. Para tenderle una trampa, le pidieron alguna señal milagrosa que probara que él venía de parte de Dios.
12 Jesús suspiró profundamente y dijo: –¿Por qué pide esta gente una señal milagrosa? Os aseguro que no se les dará ninguna señal.
13 Entonces los dejó, y volviendo a entrar en la barca se fue a la otra orilla del lago.
14 Se habían olvidado de llevar algo de comer y solamente tenían un pan en la barca.
15 Jesús les advirtió: –Mirad, guardaos de la levadura de los fariseos y de la levadura de Herodes.
16 Los discípulos comentaban entre sí que no tenían pan.
17 Jesús se dio cuenta de ello y les dijo: –¿Por qué comentáis que no tenéis pan? ¿Todavía no comprendéis ni entendéis nada? ¿Tan embotada tenéis la mente?
18 ¿Tenéis ojos y no veis, y oídos y no oís? ¿Ya no recordáis,
19 cuando repartí los cinco panes entre cinco mil hombres, cuántas canastas llenas de trozos recogisteis? Ellos contestaron: –Doce.
20 –Y cuando repartí los siete panes entre cuatro mil, ¿cuántos cestos llenos recogisteis? Contestaron: –Siete.
21 Entonces les dijo: –¿Todavía no entendéis?
22 Llegaron a Betsaida, y llevaron un ciego a Jesús y le rogaron que lo tocara.
23 Jesús tomó de la mano al ciego y lo sacó fuera del pueblo. Le mojó los ojos con saliva, puso las manos sobre él y le preguntó si veía algo.
24 El ciego comenzó a ver y dijo: –Veo gente. Me parecen árboles que andan.
25 Jesús le puso otra vez las manos sobre los ojos, y el hombre miró con atención y quedó sanado: ya todo lo veía claramente.
26 Entonces lo mandó a su casa y le dijo: –No vuelvas al pueblo.
27 Después de esto, Jesús y sus discípulos se dirigieron a las aldeas de la región de Cesarea de Filipo. En el camino preguntó a sus discípulos: –¿Quién dice la gente que soy yo?
28 Ellos contestaron: –Unos dicen que eres Juan el Bautista; otros, que eres Elías, y otros, que eres uno de los profetas.
29 –Y vosotros, ¿quién decís que soy? –les preguntó. Pedro le respondió: –Tú eres el Mesías.
30 Pero Jesús les ordenó que no hablaran de él a nadie.
31 Comenzó Jesús a enseñarles que el Hijo del hombre tenía que sufrir mucho, y que sería rechazado por los ancianos, por los jefes de los sacerdotes y por los maestros de la ley. Les dijo que lo iban a matar, pero que resucitaría a los tres días.
32 Esto se lo advirtió claramente. Entonces Pedro lo llevó aparte y comenzó a reprenderle.
33 Pero Jesús se volvió, miró a los discípulos y reprendió a Pedro diciéndole: –¡Apártate de mí, Satanás! Tú no ves las cosas como las ve Dios, sino como las ven los hombres.
34 Luego llamó Jesús a sus discípulos y a la gente, y dijo: –El que quiera ser mi discípulo, olvídese de sí mismo, cargue con su cruz y sígame.
35 Porque el que quiera salvar su vida, la perderá; pero el que pierda la vida por causa mía y del evangelio, la salvará.
36 ¿De qué le sirve al hombre ganar el mundo entero, si pierde la vida?
37 O también, ¿cuánto podrá pagar el hombre por su vida?
38 Pues si alguno se avergüenza de mí y de mi mensaje delante de esta gente infiel y pecadora, también el Hijo del hombre se avergonzará de él cuando venga con la gloria de su Padre y con sus santos ángeles.
1 También les decía Jesús: –Os aseguro que algunos de los que están aquí no morirán sin haber visto el reino de Dios llegar con poder.
2 Seis días después, Jesús se fue a un monte alto, llevando con él solamente a Pedro, Santiago y Juan. Allí, en presencia de ellos, cambió la apariencia de Jesús.
3 Sus ropas se volvieron brillantes y blancas, como nadie podría dejarlas por mucho que las lavara.
4 Y vieron a Elías y Moisés, que conversaban con Jesús.
5 Pedro le dijo a Jesús: –Maestro, ¡qué bien que estemos aquí! Vamos a hacer tres chozas: una para ti, otra para Moisés y otra para Elías.
6 Es que los discípulos estaban asustados y Pedro no sabía qué decir.
7 En esto vino una nube que los envolvió en su sombra. Y de la nube salió una voz: –Este es mi Hijo amado. Escuchadle.
8 Al momento, al mirar a su alrededor, ya no vieron a nadie con ellos, sino sólo a Jesús.
9 Mientras bajaban del monte les encargó Jesús que no contaran a nadie lo que habían visto, hasta que el Hijo del hombre hubiera resucitado.
10 Así que guardaron el secreto entre ellos, aunque se preguntaban qué sería eso de resucitar.
11 Preguntaron a Jesús: –¿Por qué dicen los maestros de la ley que Elías tiene que venir primero?
12 Él les contestó: –Es cierto que Elías ha de venir primero y ha de poner todas las cosas en orden. Pero ¿por qué dicen las Escrituras que el Hijo del hombre ha de sufrir y ser despreciado?
13 En cuanto a Elías, yo os digo que ya vino, y que le hicieron todo lo que quisieron, como dicen las Escrituras que le había de suceder.
14 Cuando regresaron a donde estaban los discípulos, los encontraron rodeados de una gran multitud, y algunos maestros de la ley discutían con ellos.
15 Al ver a Jesús, todos corrieron a saludarle llenos de admiración.
16 Él les preguntó: –¿Qué estáis discutiendo con ellos?
17 Uno de los presentes contestó: –Maestro, te he traído aquí a mi hijo, porque tiene un espíritu que le ha dejado mudo.
18 Dondequiera que se encuentre, el espíritu se apodera de él y lo arroja al suelo; entonces echa espuma por la boca, le rechinan los dientes y se queda rígido. He pedido a tus discípulos que expulsen ese espíritu, pero no han podido.
19 Jesús contestó: –¡Oh, gente sin fe!, ¿hasta cuándo habré de estar con vosotros? ¿Hasta cuándo habré de soportaros? ¡Traedme aquí al muchacho!
20 Entonces llevaron al muchacho ante Jesús. Pero en cuanto el espíritu vio a Jesús, hizo que le diera un ataque al muchacho, que cayó al suelo revolcándose y echando espuma por la boca.
21 Jesús preguntó al padre: –¿Desde cuándo le pasa esto? –Desde niño –contestó el padre–.
22 Y muchas veces ese espíritu lo ha arrojado al fuego y al agua, para matarlo. Así que, si puedes hacer algo, ten compasión de nosotros y ayúdanos.
23 Jesús le dijo: –¿Cómo que ‘si puedes’? ¡Para el que cree, todo es posible!
24 Entonces el padre del muchacho gritó: –Yo creo. ¡Ayúdame a creer más!
25 Al ver Jesús que se estaba reuniendo mucha gente, reprendió al espíritu impuro diciéndole: –Espíritu mudo y sordo, te ordeno que salgas de este muchacho y no vuelvas a entrar en él.
26 El espíritu gritó e hizo que al muchacho le diera otro ataque. Luego salió de él dejándolo como muerto, de modo que muchos decían que, en efecto, estaba muerto.
27 Pero Jesús, tomándolo de la mano, lo levantó; y el muchacho se puso en pie.
28 Luego Jesús entró en una casa, y sus discípulos le preguntaron aparte: –¿Por qué nosotros no pudimos expulsar ese espíritu?
29 Jesús les contestó: –A esta clase de demonios solamente se la puede expulsar por medio de la oración.
30 Cuando se fueron de allí, pasaron por Galilea. Pero Jesús no quiso que nadie lo supiera,
31 porque estaba enseñando a sus discípulos. Les decía: –El Hijo del hombre va a ser entregado en manos de los hombres, y lo matarán; pero tres días después resucitará.
32 Ellos no entendían estas palabras, pero tenían miedo de hacerle preguntas.
33 Llegaron a la ciudad de Cafarnaún. Estando ya en casa, Jesús les preguntó: –¿Qué veníais discutiendo por el camino?
34 Pero se quedaron callados, porque en el camino habían discutido sobre cuál de ellos era el más importante.
35 Entonces Jesús se sentó, llamó a los doce y les dijo: –El que quiera ser el primero, deberá ser el último de todos y servir a todos.
36 Luego puso un niño en medio de ellos, y tomándolo en brazos les dijo:
37 –El que recibe en mi nombre a un niño como este, a mí me recibe; y el que a mí me recibe, no solo me recibe a mí, sino también a aquel que me envió.
38 Juan le dijo: –Maestro, hemos visto a uno que expulsaba demonios en tu nombre; pero se lo hemos prohibido, porque no es de los nuestros.
39 Jesús contestó: –No se lo prohibáis, porque nadie que haga un milagro en mi nombre podrá luego hablar mal de mí.
40 El que no está contra nosotros, está a nuestro favor.
41 El que os dé aunque solo sea un vaso de agua por ser vosotros de Cristo, os aseguro que tendrá su recompensa.
42 “Al que haga caer en pecado a uno de estos pequeños que creen en mí, más le valdría que lo arrojaran al mar con una gran piedra de molino atada al cuello.
43 Si tu mano te hace caer en pecado, córtala; es mejor para ti entrar manco en la vida. que con las dos manos ir a parar al infierno, donde el fuego no se puede apagar.
44
45 Y si tu pie te hace caer en pecado, córtalo; es mejor para ti entrar cojo en la vida, que con los dos pies ser arrojado al infierno.
46
47 Y si tu ojo te hace caer en pecado, sácalo; es mejor para ti entrar con un solo ojo en el reino de Dios, que con los dos ojos ser arrojado al infierno,
48 donde los gusanos no mueren y el fuego no se apaga.
49 “Porque todos serán salados con fuego.
50 La sal es buena, pero si deja de ser salada, ¿cómo volveréis a hacerla útil? Tened sal en vosotros y vivid en paz unos con otros.”
1 Salió Jesús de Cafarnaún y se fue a la región de Judea y a la tierra que está al oriente del Jordán. Allí volvió a reunírsele la gente, y él comenzó de nuevo a enseñar, como tenía por costumbre.
2 Algunos fariseos se acercaron a Jesús, y para tenderle una trampa le preguntaron si al esposo le está permitido separarse de su esposa.
3 Él les contestó: –¿Qué os mandó Moisés?
4 Dijeron: –Moisés permitió despedir a la esposa entregándole un certificado de separación.
5 Entonces Jesús les dijo: –Moisés os dio ese mandato por lo tercos que sois.
6 Pero en el principio de la creación, Dios los creó hombre y mujer.
7 Por eso, el hombre dejará a su padre y a su madre para unirse a su esposa,
8 y los dos serán como una sola persona. Así que ya no son dos, sino uno solo.
9 De modo que el hombre no debe separar lo que Dios ha unido.
10 Cuando ya estaban en casa, los discípulos volvieron a preguntarle sobre este asunto.
11 Jesús les dijo: –El que se separa de su esposa y se casa con otra, comete adulterio contra la primera;
12 y si la mujer deja a su esposo y se casa con otro, también comete adulterio.
13 Llevaron unos niños a Jesús, para que los tocara; pero los discípulos reprendían a quienes los llevaban.
14 Jesús, viendo esto, se enojó y les dijo: –Dejad que los niños vengan a mí y no se lo impidáis, porque el reino de Dios es de quienes son como ellos.
15 Os aseguro que el que no acepta el reino de Dios como un niño, no entrará en él.
16 Tomó en sus brazos a los niños y los bendijo poniendo las manos sobre ellos.
17 Cuando Jesús iba a seguir su viaje, llegó un hombre corriendo, se puso de rodillas delante de él y le preguntó: –Maestro bueno, ¿qué debo hacer para alcanzar la vida eterna?
18 Jesús le contestó: –¿Por qué me llamas bueno? Bueno solamente hay uno: Dios.
19 Ya sabes los mandamientos: ‘No mates, no cometas adulterio, no robes, no mientas en perjuicio de nadie ni engañes, y honra a tu padre y a tu madre.’
20 El hombre le dijo: –Maestro, todo eso lo he cumplido desde joven.
21 Jesús le miró con afecto y le contestó: –Una cosa te falta: ve, vende todo lo que tienes y dáselo a los pobres. Así tendrás riquezas en el cielo. Luego, ven y sígueme.
22 El hombre se afligió al oir esto; se fue triste, porque era muy rico.
23 Jesús entonces miró alrededor y dijo a sus discípulos: –¡Qué difícil les va a ser a los ricos entrar en el reino de Dios!
24 Estas palabras dejaron asombrados a los discípulos, pero Jesús volvió a decirles: –Hijos, ¡qué difícil es entrar en el reino de Dios!
25 Le es más fácil a un camello pasar por el ojo de una aguja que a un rico entrar en el reino de Dios.
26 Al oirlo, se asombraron aún más, y se preguntaban unos a otros: –¿Y quién podrá salvarse?
27 Jesús los miró y les contestó: –Para los hombres es imposible, pero no para Dios, porque para él no hay nada imposible.
28 Pedro comenzó a decirle: –Nosotros hemos dejado todo lo que teníamos y te hemos seguido.
29 Jesús respondió: –Os aseguro que todo el que por mi causa y por causa del evangelio deje casa, hermanos, hermanas, madre, padre, hijos o tierras,
30 recibirá ya en este mundo cien veces más en casas, hermanos, hermanas, madres, hijos y tierras, aunque con persecuciones; y en el mundo venidero recibirá la vida eterna.
31 Pero muchos que ahora son los primeros, serán los últimos; y muchos que ahora son los últimos, serán los primeros.
32 Se dirigían a Jerusalén y Jesús caminaba delante de los discípulos. Ellos estaban asombrados, y los que iban detrás tenían miedo. Jesús, llamando de nuevo aparte a los doce discípulos, comenzó a hablarles de lo que había de sucederle:
33 –Como veis, ahora vamos a Jerusalén, donde el Hijo del hombre será entregado a los jefes de los sacerdotes y a los maestros de la ley, que lo condenarán a muerte y lo entregarán a los extranjeros.
34 Se burlarán de él, le escupirán, le golpearán y lo matarán; pero tres días después resucitará.
35 Santiago y Juan, hijos de Zebedeo, se acercaron a Jesús y le dijeron: –Maestro, queremos que nos hagas el favor que vamos a pedirte.
36 Él les preguntó: –¿Qué queréis que haga por vosotros?
37 Le dijeron: –Concédenos que en tu reino glorioso nos sentemos el uno a tu derecha y el otro a tu izquierda.
38 Jesús les contestó: –No sabéis lo que pedís. ¿Acaso podéis beber esa copa amarga que voy a beber yo, y recibir el bautismo que yo voy a recibir?
39 Ellos contestaron: –Podemos. Jesús les dijo: –Vosotros beberéis esa copa amarga y recibiréis el bautismo que yo voy a recibir,
40 pero el que os sentéis a mi derecha o a mi izquierda no me corresponde a mí darlo. Les será dado a aquellos para quienes está preparado.
41 Cuando los otros diez discípulos oyeron todo esto, se enojaron con Santiago y Juan.
42 Pero Jesús los llamó y les dijo: –Sabéis que entre los paganos hay jefes que creen tener el derecho de gobernar con tiranía a sus súbditos, y sobre estos descargan los grandes el peso de su autoridad.
43 Pero entre vosotros no debe ser así. Al contrario, el que quiera ser grande entre vosotros, que sirva a los demás;
44 y el que entre vosotros quiera ser el primero, que sea esclavo de todos.
45 Porque tampoco el Hijo del hombre ha venido para ser servido, sino para servir y dar su vida en pago de la libertad de todos.
46 Llegaron a Jericó. Y cuando ya salía Jesús de la ciudad seguido de sus discípulos y de mucha gente, un mendigo ciego llamado Bartimeo, hijo de Timeo, estaba sentado junto al camino.
47 Al oir que era Jesús de Nazaret, el ciego comenzó a gritar: –¡Jesús, Hijo de David, ten compasión de mí!
48 Muchos le reprendían para que se callara, pero él gritaba más aún: –¡Hijo de David, ten compasión de mí!
49 Jesús se detuvo y dijo: –Llamadle. Llamaron al ciego y le dijeron: –Ánimo, levántate. Te está llamando.
50 El ciego arrojó su capa, y dando un salto se acercó a Jesús,
51 que le preguntó: –¿Qué quieres que haga por ti? El ciego le contestó: –Maestro, quiero recobrar la vista.
52 Jesús le dijo: –Puedes irte. Por tu fe has sido sanado. En aquel mismo instante el ciego recobró la vista, y siguió a Jesús.
1 Ya cerca de Jerusalén, cuando estaban en Betfagé y Betania, junto al monte de los Olivos, Jesús envió a dos de sus discípulos,
2 diciéndoles: –Id a esa aldea, y al entrar en ella encontraréis un asno atado que nadie ha montado todavía. Desatadlo y traedlo.
3 Si alguien os pregunta por qué lo hacéis, respondedle que el Señor lo necesita y que en seguida lo devolverá.
4 Fueron, pues, y encontraron el asno atado en la calle, junto a una puerta, y lo desataron.
5 Algunos que estaban allí les preguntaron: –¿Qué hacéis? ¿Por qué desatáis el asno?
6 Ellos contestaron lo que Jesús les había dicho, y los dejaron ir.
7 Lo llevaron a Jesús, cubrieron el asno con sus capas y Jesús montó.
8 Muchos tendían sus propias capas por el camino, y otros tendían ramas que habían cortado en el campo.
9 Y los que iban delante y los que iban detrás gritaban: –¡Hosana! ¡Bendito el que viene en el nombre del Señor!
10 ¡Bendito el reino que viene, el reino de nuestro padre David! ¡Hosana en las alturas!
11 Entró Jesús en Jerusalén y se dirigió al templo. Miró por todas partes y luego se fue a Betania con los doce discípulos, porque ya era tarde.
12 Al día siguiente, cuando salían de Betania, Jesús sintió hambre.
13 Vio de lejos una higuera que tenía hojas y se acercó a ver si también tenía fruto; pero no encontró más que las hojas, porque no era tiempo de higos.
14 Entonces dijo a la higuera: –¡Nunca más coma nadie de tu fruto! Sus discípulos lo oyeron.
15 Después que llegaron a Jerusalén, entró Jesús en el templo y comenzó a expulsar a los que allí estaban vendiendo y comprando. Volcó las mesas de los que cambiaban dinero y los puestos de los que vendían palomas,
16 y no permitía que nadie atravesara el templo llevando objetos.
17 Se puso a enseñar, diciendo: –Las Escrituras dicen: ‘Mi casa será casa de oración para todas las naciones’, pero vosotros la habéis convertido en una cueva de ladrones.
18 Al oir esto, los jefes de los sacerdotes y los maestros de la ley empezaron a buscar la manera de matar a Jesús, porque le tenían miedo, pues toda la gente estaba admirada de su enseñanza.
19 Pero al llegar la noche, Jesús y sus discípulos salieron de la ciudad.
20 A la mañana siguiente, pasando junto a la higuera, vieron que se había secado de raíz.
21 Entonces Pedro, acordándose de lo sucedido, dijo a Jesús: –Maestro, mira, la higuera que maldijiste se ha secado.
22 Jesús les contestó: –Tened fe en Dios.
23 Os aseguro que si alguien dice a ese monte: ‘¡Quítate de ahí y arrójate al mar!’, y no lo hace con dudas, sino creyendo que ha de suceder lo que dice, entonces sucederá.
24 Por eso os digo que todo lo que pidáis en oración, creed que ya lo habéis conseguido y lo recibiréis.
25 Y cuando estéis orando, perdonad lo que tengáis contra otro, para que también vuestro Padre que está en el cielo os perdone vuestros pecados.
26
27 Después de esto regresaron a Jerusalén, y mientras Jesús andaba por el templo se acercaron a él los jefes de los sacerdotes, los maestros de la ley y los ancianos,
28 y le preguntaron: –¿Con qué autoridad haces estas cosas? ¿Quién te ha dado la autoridad para hacerlas?
29 Jesús les contestó: –Yo también os voy a hacer una pregunta: ¿Quién envió a Juan a bautizar: Dios o los hombres? Contestadme. Si me dais la respuesta, yo os diré con qué autoridad hago estas cosas.
30
31 Ellos se pusieron a discutir unos con otros: “Si respondemos que lo envió Dios, va a decir: ‘Entonces, ¿por qué no le creísteis?’
32 ¿Y cómo vamos a decir que le enviaron los hombres?..." Y es que tenían miedo de la gente, pues todos creían que Juan era verdaderamente un profeta.
33 Así que respondieron a Jesús: –No lo sabemos. Entonces Jesús les contestó: –Pues tampoco yo os digo con qué autoridad hago estas cosas.
1 Jesús comenzó a hablarles por medio de parábolas. Les dijo: “Un hombre plantó una viña, le puso una cerca, construyó un lagar y levantó una torre para vigilarlo todo. Luego la arrendó a unos labradores y se fue de viaje.
2 A su debido tiempo mandó un criado a pedir a los labradores la parte de cosecha que le correspondía.
3 Pero ellos le echaron mano, le golpearon y lo enviaron con las manos vacías.
4 Entonces el dueño mandó otro criado, pero a este lo hirieron en la cabeza y lo insultaron.
5 Mandó otro, y a este lo mataron. Después mandó otros muchos, pero a unos los golpearon y a otros los mataron.
6 “Todavía le quedaba uno: su propio hijo, a quien quería mucho. A él lo mandó el último, pensando: ‘Sin duda, respetarán a mi hijo.’
7 Pero los labradores se dijeron unos a otros: ‘Este es el heredero; matémoslo y la viña será nuestra.’
8 Así que lo cogieron, lo mataron y arrojaron su cuerpo fuera de la viña.
9 “¿Qué hará el dueño de la viña? Pues irá, matará a aquellos labradores y dará la viña a otros.
10 “¿No habéis leído lo que dicen las Escrituras?: ‘La piedra que despreciaron los constructores es ahora la piedra principal.
11 Esto lo ha hecho el Señor y nosotros estamos maravillados.’ ”
12 Quisieron entonces apresar a Jesús, porque sabían que la parábola iba contra ellos. Pero como tenían miedo de la gente, le dejaron y se fueron.
13 Enviaron a Jesús a unos de los fariseos y del partido de Herodes, para sorprenderle en alguna palabra y acusarle.
14 Estos fueron y le dijeron: –Maestro, sabemos que tú siempre dices la verdad, sin dejarte llevar por lo que dice la gente, porque no juzgas a los hombres por su apariencia. Tú enseñas a vivir como Dios ordena. ¿Estamos nosotros obligados a pagar impuestos al césar, o no? ¿Debemos o no debemos pagarlos?
15 Pero Jesús, que conocía su hipocresía, les dijo: –¿Por qué me tendéis trampas? Traedme un denario, que lo vea.
16 Se lo llevaron y Jesús les dijo: –¿De quién es esta imagen y el nombre aquí escrito? Le contestaron: –Del césar.
17 Entonces Jesús les dijo: –Pues dad al césar lo que es del césar, y a Dios lo que es de Dios. Esta respuesta los dejó admirados.
18 Entonces algunos saduceos acudieron a ver a Jesús. Los saduceos niegan la resurrección de los muertos y por eso le plantearon este caso:
19 –Maestro, Moisés nos dejó escrito que si un hombre casado muere sin haber tenido hijos con su mujer, el hermano del difunto deberá tomar por esposa a la viuda para dar hijos al hermano que murió.
20 Pues bien, había una vez siete hermanos, el primero de los cuales se casó, pero murió sin dejar hijos.
21 Entonces el segundo se casó con la viuda, pero él también murió sin dejar hijos. Lo mismo le pasó al tercero
22 y así hasta los siete, ninguno de los cuales dejó hijos. Finalmente murió también la mujer.
23 Pues bien, en la resurrección, cuando resuciten, ¿cuál de ellos la tendrá por esposa, si los siete estuvieron casados con ella?
24 Jesús les contestó: –Estáis equivocados porque no conocéis las Escrituras ni el poder de Dios.
25 Cuando los muertos resuciten, los hombres y las mujeres no se casarán, sino que serán como los ángeles que están en el cielo.
26 Y en cuanto a que los muertos resucitan, ¿no habéis leído en el libro de Moisés el pasaje de la zarza ardiendo cuando Dios dijo a Moisés: ‘Yo soy el Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob?’
27 ¡Y Dios no es Dios de muertos, sino de vivos! Así que estáis muy equivocados.
28 Al ver lo bien que Jesús había contestado a los saduceos, uno de los maestros de la ley, que les había oído discutir, se acercó a él y le preguntó: –¿Cuál es el primero de todos los mandamientos?
29 Jesús le contestó: –El primer mandamiento de todos es: ‘Oye, Israel, el Señor nuestro Dios es el único Señor.
30 Ama al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente y con todas tus fuerzas.’
31 Y el segundo es: ‘Ama a tu prójimo como a ti mismo.’ Ningún mandamiento es más importante que estos.
32 El maestro de la ley dijo: –Muy bien, Maestro. Es verdad lo que dices: Dios es uno solo y no hay otro fuera de él.
33 Y amar a Dios con todo el corazón, con todo el entendimiento y con todas las fuerzas, y amar al prójimo como a uno mismo, vale más que todos los holocaustos y que todos los sacrificios que se queman en el altar.
34 Al ver Jesús que el maestro de la ley había contestado con buen sentido, le dijo: –No estás lejos del reino de Dios. Y ya nadie se atrevió a hacerle más preguntas.
35 Jesús estaba enseñando en el templo y preguntó: –¿Por qué dicen los maestros de la ley que el Mesías desciende de David?
36 David mismo, inspirado por el Espíritu Santo, dijo: ‘El Señor dijo a mi Señor: Siéntate a mi derecha hasta que yo ponga a tus enemigos debajo de tus pies.’
37 Pero, ¿cómo puede el Mesías descender de David, si David mismo le llama Señor? La gente, que era mucha, escuchaba con gusto a Jesús.
38 Jesús decía en su enseñanza: “Guardaos de los maestros de la ley, pues les gusta andar con ropas largas y que los saluden con todo respeto en la calle.
39 Buscan los asientos de honor en las sinagogas y los mejores puestos en los banquetes,
40 y so pretexto de hacer largas oraciones devoran las casas de las viudas. ¡Esos recibirán mayor castigo!
41 Jesús, sentado en una ocasión frente a las arcas de las ofrendas, miraba cómo la gente echaba dinero en ellas. Muchos ricos echaban mucho dinero,
42 pero en esto llegó una viuda pobre que echó en una de las arcas dos monedas de cobre de muy poco valor.
43 Entonces Jesús llamó a sus discípulos y les dijo: –Os aseguro que esta viuda pobre ha dado más que ninguno de los que echan dinero en el arca;
44 pues todos dan de lo que les sobra, pero ella, en su pobreza, ha dado todo lo que tenía para su sustento.
1 Al salir Jesús del templo, uno de sus discípulos le dijo: –¡Maestro, mira qué piedras y qué edificios!
2 Jesús le contestó: –¿Ves esos grandes edificios? Pues no va a quedar de ellos piedra sobre piedra. ¡Todo será destruido!
3 Luego se fueron al monte de los Olivos, que está frente al templo. Jesús se sentó, y Pedro, Santiago, Juan y Andrés le preguntaron aparte
4 cuándo habían de ocurrir esas cosas y cuál sería la señal de que ya estaban a punto de suceder.
5 Jesús les contestó: “Tened cuidado de que nadie os engañe.
6 Porque vendrán muchos haciéndose pasar por mí y diciendo: ‘Yo soy’, y engañarán a mucha gente.
7 “Cuando oigáis alarmas de guerras aquí y allá, no os asustéis, pues aunque todo eso ha de ocurrir, aún no será el fin.
8 Porque una nación peleará contra otra y un país hará guerra contra otro, y habrá terremotos en muchos lugares, y habrá hambres. Esto apenas será el comienzo de los sufrimientos.
9 “Cuidaos vosotros mismos, porque os entregarán a las autoridades y os golpearán en las sinagogas. Os harán comparecer ante gobernadores y reyes por causa mía; así podréis dar testimonio de mí delante de ellos.
10 Pues antes del fin tiene que anunciarse el evangelio a todas las naciones.
11 Y no os preocupéis por lo que hayáis de decir cuando os lleven ante las autoridades. En aquellos momentos decid lo que Dios os dé a decir, porque no seréis vosotros quienes habléis, sino el Espíritu Santo.
12 Los hermanos entregarán a la muerte a sus hermanos, y los padres a los hijos; y los hijos se volverán contra sus padres y los matarán.
13 Todo el mundo os odiará por causa mía, pero el que permanezca firme hasta el fin, se salvará.
14 “Cuando veáis el horrible sacrilegio en el lugar donde no debe estar (el que lee, entienda), entonces los que estén en Judea, que huyan a las montañas;
15 y el que esté en la azotea de su casa, que no baje ni entre en ella a sacar nada;
16 y el que esté en el campo, que no regrese ni siquiera para recoger su ropa.
17 ¡Pobres de las mujeres que en aquellos días estén embarazadas o tengan niños de pecho!
18 Pedid a Dios que esto no suceda en invierno,
19 porque serán días de un sufrimiento como nunca lo ha habido desde que Dios hizo el mundo, ni lo habrá después.
20 Y si el Señor no acortara aquel tiempo, nadie se salvaría. Pero lo ha acortado por amor a los suyos, a los que ha escogido.
21 “Si alguien os dice entonces: ‘Mirad, aquí está el Mesías’ o ‘Mirad, allí está’, no lo creáis.
22 Pues vendrán falsos mesías y falsos profetas, y harán señales y milagros para engañar, a ser posible, incluso a los que Dios mismo ha escogido.
23 ¡Tened cuidado! Todo esto os lo he advertido de antemano.
24 “Pero en aquellos días, pasado el tiempo de sufrimiento, el sol se oscurecerá, la luna dejará de dar su luz,
25 las estrellas caerán del cielo y las fuerzas celestiales vacilarán.
26 Entonces verán al Hijo del hombre venir en las nubes con gran poder y gloria.
27 Él enviará a sus ángeles y reunirá a sus escogidos de los cuatro puntos cardinales, desde el último rincón de la tierra hasta el último rincón del cielo.
28 “Aprended esta enseñanza de la higuera: cuando sus ramas se ponen tiernas y empiezan a brotar las hojas, comprendéis que el verano está cerca.
29 De la misma manera, cuando veáis que suceden esas cosas, sabed que el Hijo del hombre ya está a la puerta.
30 Os aseguro que todo ello sucederá antes que haya muerto la gente de este tiempo.
31 El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán.
32 “En cuanto al día y la hora, nadie lo sabe, ni aun los ángeles del cielo, ni el Hijo. Solamente lo sabe el Padre.
33 “Por tanto, permaneced despiertos y vigilantes, porque no sabéis cuándo llegará el momento.
34 Esto es como un hombre que, a punto de irse a otro país, deja a sus criados al cargo de la casa. A cada cual le señala su tarea, y ordena al portero que vigile.
35 Así que permaneced despiertos, porque no sabéis cuándo va a llegar el señor de la casa: si al anochecer, a la medianoche, al canto del gallo o a la mañana.
36 ¡Que no venga de repente y os encuentre durmiendo!
37 Y lo que os digo a vosotros se lo digo a todos: ¡Permaneced despiertos!”
1 Faltaban dos días para la fiesta de la Pascua, cuando se come el pan sin levadura. Los jefes de los sacerdotes y los maestros de la ley buscaban la manera de apresar a Jesús por medio de algún engaño, y matarlo.
2 Pues algunos decían: –No durante la fiesta, para que no se alborote la gente.
3 Había ido Jesús a Betania, a casa de Simón, a quien llamaban el leproso. Y mientras estaba sentado a la mesa, llegó una mujer con un frasco de alabastro lleno de un rico perfume de nardo puro, de mucho valor. Rompió el frasco y derramó el perfume sobre la cabeza de Jesús.
4 Algunos de los presentes, indignados, se decían unos a otros: –¿Por qué se desperdicia este perfume?
5 Podía haberse vendido por más de trescientos denarios, para ayudar a los pobres. Y criticaban a la mujer.
6 Pero Jesús dijo: –Dejadla. ¿Por qué la molestáis? Lo que ha hecho conmigo es bueno,
7 pues a los pobres siempre los tendréis entre vosotros y podréis hacerles bien cuando queráis, pero a mí no siempre me tendréis.
8 Esta mujer ha hecho lo que ha podido: ha perfumado de antemano mi cuerpo para mi entierro.
9 Os aseguro que en cualquier lugar del mundo donde se anuncie el evangelio, se hablará también de lo que ha hecho este mujer, y así será recordada.
10 Judas Iscariote, uno de los doce discípulos, fue a ver a los jefes de los sacerdotes para entregarles a Jesús.
11 Al oirlo, se alegraron, y prometieron dinero a Judas, que comenzó a buscar una oportunidad para entregarle.
12 El primer día de la fiesta en que se comía el pan sin levadura y se sacrificaba el cordero de Pascua, los discípulos de Jesús le preguntaron: –¿Dónde quieres que vayamos a prepararte la cena de Pascua?
13 Entonces envió a dos de sus discípulos, diciéndoles: –Id a la ciudad. Allí encontraréis a un hombre que lleva un cántaro de agua; seguidle,
14 y al amo de la casa donde entre le decís: ‘El Maestro pregunta: ¿Cuál es la sala donde he de comer con mis discípulos la cena de Pascua?’
15 Él os mostrará en el piso alto una habitación grande, dispuesta y arreglada. Preparad allí la cena para nosotros.
16 Los discípulos salieron y fueron a la ciudad. Lo encontraron todo como Jesús les había dicho, y prepararon la cena de Pascua.
17 Al anochecer llegó él con los doce discípulos.
18 Mientras estaban a la mesa, cenando, Jesús les dijo: –Os aseguro que uno de vosotros, que está comiendo conmigo, me va a traicionar.
19 Ellos, llenos de tristeza, comenzaron a preguntarle uno por uno: –¿Soy yo?
20 Jesús les contestó: –Es uno de los doce, que está mojando el pan en el mismo plato que yo.
21 El Hijo del hombre ha de recorrer el camino que dicen las Escrituras, pero ¡ay de aquel que le va a traicionar! Más le valdría no haber nacido.
22 Mientras cenaban, Jesús tomó en sus manos el pan, y habiendo dado gracias a Dios lo partió y se lo dio a ellos, diciendo: –Tomad, esto es mi cuerpo.
23 Luego tomó en sus manos una copa, y habiendo dado gracias a Dios se la pasó a ellos, y todos bebieron.
24 Les dijo: –Esto es mi sangre, con la que se confirma el pacto, la cual es derramada en favor de muchos.
25 Os aseguro que no volveré a beber del fruto de la vid hasta el día en que beba vino nuevo en el reino de Dios.
26 Después de cantar los salmos, se fueron al monte de los Olivos.
27 Jesús les dijo: –Todos vais a perder vuestra confianza en mí. Así lo dicen las Escrituras: ‘Mataré al pastor y se dispersarán las ovejas.’
28 Pero cuando resucite, iré a Galilea antes que vosotros.
29 Pedro le dijo: –Aunque todos pierdan su confianza, yo no.
30 Jesús le contestó: –Te aseguro que esta misma noche, antes que cante el gallo por segunda vez, me negarás tres veces.
31 Pero él insistía: –Aunque tenga que morir contigo no te negaré. Y todos decían lo mismo.
32 Luego fueron a un lugar llamado Getsemaní. Jesús dijo a sus discípulos: –Sentaos aquí mientras yo voy a orar.
33 Se llevó a Pedro, Santiago y Juan, y comenzó a sentirse muy afligido y angustiado.
34 Les dijo: –Siento en mi alma una tristeza de muerte. Quedaos aquí y permaneced despiertos.
35 Adelantándose unos pasos, se inclinó hasta tocar el suelo con la frente, y pidió a Dios que, a ser posible, no le llegara aquel momento de dolor.
36 En su oración decía: –Padre mío, para ti todo es posible: líbrame de esta copa amarga, pero no se haga lo que yo quiero, sino lo que quieres tú.
37 Luego volvió a donde ellos estaban y los encontró dormidos. Dijo a Pedro: –Simón, ¿estás durmiendo? ¿Ni una hora siquiera has podido permanecer despierto?
38 Permaneced despiertos y orad para no caer en tentación. Vosotros tenéis buena voluntad, pero vuestro cuerpo es débil.
39 Se fue otra vez, y oró repitiendo las mismas palabras.
40 Cuando volvió, encontró de nuevo dormidos a los discípulos, porque los ojos se les cerraban de sueño. Y no sabían qué contestarle.
41 Volvió por tercera vez y les dijo: –¿Seguís durmiendo y descansando? ¡Basta ya! Ha llegado la hora en que el Hijo del hombre va a ser entregado en manos de los pecadores.
42 Levantaos, vámonos: ya se acerca el que me traiciona.
43 Todavía estaba hablando Jesús, cuando Judas, uno de los doce discípulos, llegó acompañado de mucha gente armada con espadas y palos. Iban enviados por los jefes de los sacerdotes, los maestros de la ley y los ancianos.
44 Judas, el traidor, les había dado una contraseña, diciéndoles: “Aquel a quien yo bese, ese es. Apresadlo y llevadlo bien sujeto.”
45 Así que se acercó a Jesús y le dijo: –¡Maestro! Y le besó.
46 Entonces echaron mano a Jesús y lo apresaron.
47 Pero uno de los que estaban allí sacó su espada y cortó una oreja al criado del sumo sacerdote.
48 Jesús preguntó a la gente: –¿Por qué venís con espadas y palos a apresarme, como si fuera un bandido?
49 Todos los días he estado entre vosotros enseñando en el templo y nunca me apresasteis. Pero esto sucede para que se cumplan las Escrituras.
50 Todos los discípulos abandonaron a Jesús y huyeron.
51 Pero un joven le seguía, cubierto solo con una sábana. A este lo atraparon,
52 pero él, soltando la sábana, escapó desnudo.
53 Condujeron entonces a Jesús ante el sumo sacerdote, y se juntaron todos los jefes de los sacerdotes, los ancianos y los maestros de la ley.
54 Pedro, que le había seguido de lejos hasta el interior del patio de la casa del sumo sacerdote, se quedó sentado con los guardias del templo, calentándose junto al fuego.
55 Los jefes de los sacerdotes y toda la Junta Suprema andaban buscando alguna prueba para condenar a muerte a Jesús, pero no la encontraban.
56 Porque, aunque muchos presentaban falsos testimonios contra él, se contradecían unos a otros.
57 Algunos se levantaron y le acusaron falsamente diciendo:
58 –Nosotros le hemos oído decir: ‘Yo voy a destruir este templo construido por los hombres, y en tres días levantaré otro no construido por los hombres.’
59 Pero ni aun así estaban de acuerdo en lo que decían.
60 Entonces el sumo sacerdote se levantó en medio de todos y preguntó a Jesús: –¿No respondes nada? ¿Qué es esto que están diciendo contra ti?
61 Pero Jesús permaneció callado, sin responder nada. El sumo sacerdote volvió a preguntarle: –¿Eres tú el Mesías, el Hijo del Dios bendito?
62 Jesús le dijo: –Sí, yo soy. Y veréis al Hijo del hombre sentado a la derecha del Todopoderoso y viniendo en las nubes del cielo.
63 Entonces el sumo sacerdote se rasgó las ropas en señal de indignación y dijo: –¿Qué necesidad tenemos de más testigos?
64 Vosotros le habéis oído decir palabras ofensivas contra Dios. ¿Qué os parece? Todos estuvieron de acuerdo en que era culpable y debía morir.
65 Algunos se pusieron a escupirle y, tapándole los ojos y golpeándole, le decían: –¡Adivina quién te ha pegado! También los guardias del templo le daban bofetadas.
66 Pedro estaba abajo, en el patio. En esto llegó una de las sirvientas del sumo sacerdote,
67 la cual, al ver a Pedro calentándose junto al fuego, se quedó mirándole y le dijo: –Tú también andabas con Jesús, el de Nazaret.
68 Pedro lo negó, diciendo: –No le conozco ni sé de qué estás hablando. Y salió fuera, a la entrada. Entonces cantó un gallo.
69 La sirvienta vio otra vez a Pedro y comenzó a decir a los demás: –Este es uno de ellos.
70 Pero él volvió a negarlo. Poco después, los que estaban allí dijeron de nuevo a Pedro: –Seguro que tú eres uno de ellos. Además eres de Galilea.
71 Entonces Pedro comenzó a jurar y perjurar, diciendo: –¡No conozco a ese hombre de quien habláis!
72 En aquel mismo momento cantó el gallo por segunda vez, y Pedro se acordó de que Jesús le había dicho: 'Antes que cante el gallo por segunda vez, me negarás tres veces.' Y rompió a llorar.
1 Muy temprano, los jefes de los sacerdotes se reunieron con los ancianos, los maestros de la ley y toda la Junta Suprema. Condujeron a Jesús atado y lo entregaron a Pilato.
2 Pilato le preguntó: –¿Eres tú el Rey de los judíos? –Tú lo dices –contestó Jesús.
3 Como los jefes de los sacerdotes le acusaban de muchas cosas,
4 Pilato volvió a preguntarle: –¿No respondes nada? Mira de cuántas cosas te están acusando.
5 Pero Jesús no le contestó, de manera que Pilato se quedó muy extrañado.
6 Durante la fiesta, Pilato ponía en libertad a un preso, el que la gente pedía.
7 Uno llamado Barrabás estaba entonces en la cárcel, junto con otros que habían cometido un asesinato en una revuelta.
8 La gente llegó y empezó a pedirle a Pilato que hiciera lo que tenía por costumbre.
9 Pilato les contestó: –¿Queréis que os ponga en libertad al Rey de los judíos?
10 Porque comprendía que los jefes de los sacerdotes lo habían entregado por envidia.
11 Pero los jefes de los sacerdotes alborotaron a la gente para que pidiesen la libertad de Barrabás.
12 Pilato les preguntó: –¿Y qué queréis que haga con el que llamáis el Rey de los judíos?
13 –¡Crucifícalo! –contestaron a gritos.
14 Pilato les dijo: –Pues ¿qué mal ha hecho? Pero ellos volvieron a gritar: –¡Crucifícalo!
15 Entonces Pilato, como quería quedar bien con la gente, puso en libertad a Barrabás; y después de mandar que azotasen a Jesús, lo entregó para que lo crucificaran.
16 Los soldados llevaron a Jesús al patio del palacio, llamado pretorio, y reunieron a toda la tropa.
17 Le pusieron una capa de color rojo oscuro, y en la cabeza una corona hecha de espinas.
18 Luego comenzaron a gritar: –¡Viva el Rey de los judíos!
19 Y le golpeaban la cabeza con una vara, le escupían y, doblando la rodilla, le hacían reverencias.
20 Después de burlarse así de él, le quitaron la capa de color rojo oscuro, le pusieron su propia ropa y lo sacaron para crucificarlo.
21 Un hombre de Cirene, llamado Simón, padre de Alejandro y Rufo, llegaba entonces del campo. Al pasar por allí le obligaron a cargar con la cruz de Jesús.
22 Llevaron a Jesús a un sitio llamado Gólgota (que significa “Lugar de la Calavera”),
23 y le dieron vino mezclado con mirra; pero Jesús no lo aceptó.
24 Entonces lo crucificaron. Y los soldados echaron suertes para repartirse la ropa de Jesús y ver qué tocaba a cada uno.
25 Eran las nueve de la mañana cuando lo crucificaron.
26 Y pusieron un letrero en el que estaba escrita la causa de su condena: “El Rey de los judíos.”
27 Con él crucificaron también a dos bandidos, uno a su derecha y otro a su izquierda.
28
29 Los que pasaban le insultaban meneando la cabeza y diciendo: –¡Eh, tú, que derribas el templo y en tres días lo vuelves a levantar,
30 sálvate a ti mismo bajando de la cruz!
31 Del mismo modo se burlaban de él los jefes de los sacerdotes y los maestros de la ley. Decían: –Salvó a otros, pero él no se puede salvar.
32 ¡Que baje de la cruz ese Mesías, Rey de Israel, para que veamos y creamos! Y hasta los que estaban crucificados con él le insultaban.
33 Al llegar el mediodía, toda aquella tierra quedó en oscuridad hasta las tres de la tarde.
34 A esa misma hora, Jesús gritó con fuerza: –Eloí, Eloí, ¿lemá sabactani? (que significa “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?”).
35 Algunos de los que allí se encontraban lo oyeron y dijeron: –Oíd, está llamando al profeta Elías.
36 Entonces uno de ellos corrió, empapó una esponja en vino agrio, la ató a una caña y se la acercó a Jesús para que bebiera, diciendo: –Dejadle, a ver si viene Elías a bajarle de la cruz.
37 Pero Jesús dio un fuerte grito y murió.
38 Y el velo del templo se rasgó en dos, de arriba abajo.
39 El centurión, que estaba frente a Jesús, al ver que había muerto, dijo: –¡Verdaderamente este hombre era Hijo de Dios!
40 También había algunas mujeres mirando de lejos. Entre ellas se encontraban María Magdalena, María la madre de Santiago el menor y de José, y Salomé.
41 Estas mujeres habían seguido a Jesús y le habían ayudado cuando estaba en Galilea. También se encontraban allí muchas otras que habían ido con él a Jerusalén.
42 Cuando anochecía el día de la preparación, es decir, la víspera del sábado,
43 José, natural de Arimatea y miembro importante de la Junta Suprema, el cual también esperaba el reino de Dios, se dirigió con decisión a Pilato y le pidió el cuerpo de Jesús.
44 Pilato, sorprendido de que ya hubiera muerto, llamó al centurión para preguntarle cuánto hacía que había muerto.
45 Cuando el centurión le hubo informado, Pilato entregó el cuerpo a José.
46 Entonces José bajó el cuerpo y lo envolvió en una sábana de lino que había comprado. Luego lo puso en un sepulcro excavado en la roca, y tapó con una piedra la entrada del sepulcro.
47 María Magdalena y María la madre de José miraban dónde lo ponían.
1 Pasado el sábado, María Magdalena, María la madre de Santiago, y Salomé compraron perfumes para perfumar el cuerpo de Jesús.
2 Y el primer día de la semana fueron al sepulcro muy temprano, apenas salido el sol,
3 diciéndose unas a otras: –¿Quién nos quitará la piedra de la entrada del sepulcro?
4 Pero al mirar vieron que la gran piedra que tapaba la entrada no estaba en su sitio.
5 Y al entrar en el sepulcro vieron, sentado al lado derecho, a un joven vestido con una túnica blanca. Las mujeres se asustaron,
6 pero él les dijo: –No os asustéis. Estáis buscando a Jesús de Nazaret, el crucificado. Ha resucitado; no está aquí. Mirad el lugar donde lo pusieron.
7 Id y decid a sus discípulos y a Pedro: ‘Él va a ir a Galilea antes que vosotros. Allí le veréis, tal como os dijo.’
8 Entonces las mujeres salieron huyendo del sepulcro, pues estaban temblando, asustadas. Y no dijeron nada a nadie, porque tenían miedo.
9 ]Jesús, después de resucitado, al amanecer el primer día de la semana, se apareció primero a María Magdalena, de la que había expulsado siete demonios.
10 Ella fue y lo comunicó a los que habían andado con Jesús, que entonces estaban tristes y llorando.
11 Al oirla decir que Jesús vivía y que ella le había visto, no la creyeron.
12 Después se apareció Jesús, bajo otra forma, a dos de ellos que caminaban dirigiéndose al campo.
13 Estos fueron y lo comunicaron a los demás, pero tampoco a ellos les creyeron.
14 Más tarde se apareció Jesús a los once discípulos, mientras estaban sentados a la mesa. Los reprendió por su falta de fe y su terquedad, porque no habían creído a los que le habían visto resucitado.
15 Y les dijo: “Id por todo el mundo y anunciad a todos la buena noticia.
16 El que crea y sea bautizado, será salvo; pero el que no crea será condenado.
17 Y estas señales acompañarán a los que creen: en mi nombre expulsarán demonios; hablarán nuevas lenguas;
18 cogerán serpientes con las manos; si beben algún veneno, no les dañará; pondrán las manos sobre los enfermos, y los sanarán.”
19 Después de hablarles, el Señor Jesús fue elevado al cielo y se sentó a la derecha de Dios.
20 Los discípulos salieron por todas partes a anunciar el mensaje, y el Señor los ayudaba, y confirmaba el mensaje acompañándolo con señales milagrosas.]