1

1 Muchos han emprendido la tarea de escribir la historia de los hechos sucedidos entre nosotros,

2 tal y como nos los enseñaron quienes, habiendo sido testigos presenciales desde el principio, recibieron el encargo de anunciar el mensaje.

3 Yo también, excelentísimo Teófilo, lo he investigado todo con cuidado desde sus comienzos, y me ha parecido oportuno escribirte estas cosas ordenadamente

4 para que compruebes la verdad de cuanto te han enseñado.

5 En el tiempo en que Herodes era rey de Judea, vivía un sacerdote llamado Zacarías, perteneciente al grupo de Abías. Su esposa, llamada Isabel, descendía de Aarón.

6 Ambos eran justos delante de Dios y cumplían los mandatos y leyes del Señor, de tal manera que nadie los podía tachar de nada.

7 Pero no tenían hijos, porque Isabel no había podido tenerlos. Ahora eran ya los dos muy ancianos.

8 Un día en que al grupo sacerdotal de Zacarías le correspondía el turno de oficiar delante de Dios,

9 según era costumbre entre los sacerdotes, le tocó en suerte a Zacarías entrar en el santuario del templo del Señor para quemar incienso.

10 Y mientras se quemaba el incienso, todo el pueblo estaba orando fuera.

11 En esto se le apareció un ángel del Señor, de pie al lado derecho del altar del incienso.

12 Al ver al ángel, Zacarías se echó a temblar lleno de miedo.

13 Pero el ángel le dijo: –Zacarías, no tengas miedo, porque Dios ha oído tu oración, y tu esposa Isabel te va a dar un hijo, al que pondrás por nombre Juan.

14 Tú te llenarás de gozo y muchos se alegrarán de su nacimiento,

15 porque tu hijo va a ser grande delante del Señor. No beberá vino ni licor, y estará lleno del Espíritu Santo desde antes de nacer.

16 Hará que muchos de la nación de Israel se vuelvan al Señor su Dios.

17 Irá Juan delante del Señor con el espíritu y el poder del profeta Elías, para reconciliar a los padres con los hijos y para que los rebeldes aprendan a obedecer. De este modo preparará al pueblo para recibir al Señor.

18 Zacarías preguntó al ángel: –¿Cómo puedo estar seguro de esto? Porque yo soy muy anciano, y mi esposa también.

19 El ángel le contestó: –Yo soy Gabriel, y estoy al servicio de Dios. Él me ha enviado a hablar contigo y a darte estas buenas noticias.

20 Pero ahora, como no has creído lo que te he dicho, vas a quedarte mudo; y no volverás a hablar hasta que, a su debido tiempo, suceda todo esto.

21 Mientras tanto, la gente estaba fuera esperando a Zacarías y preguntándose por qué tardaba tanto en salir del santuario.

22 Cuando por fin salió, no les podía hablar. Entonces se dieron cuenta de que había tenido una visión en el santuario, pues les hablaba por señas. Y así siguió, sin poder hablar.

23 Cumplido el tiempo de su servicio en el templo, Zacarías se fue a su casa.

24 Después de esto, su esposa Isabel quedó encinta, y durante cinco meses no salió de casa, pensando:

25 “Esto me ha hecho ahora el Señor para librarme de mi vergüenza ante la gente.”

26 A los seis meses envió Dios al ángel Gabriel a un pueblo de Galilea llamado Nazaret,

27 a visitar a una joven virgen llamada María que estaba comprometida para casarse con un hombre llamado José, descendiente del rey David.

28 El ángel entró donde ella estaba, y le dijo: –¡Te saludo, favorecida de Dios! El Señor está contigo.

29 Cuando vio al ángel, se sorprendió de sus palabras, y se preguntaba qué significaría aquel saludo.

30 El ángel le dijo: –María, no tengas miedo, pues tú gozas del favor de Dios.

31 Ahora vas a quedar encinta: tendrás un hijo y le pondrás por nombre Jesús.

32 Será un gran hombre, al que llamarán Hijo del Dios altísimo: y Dios el Señor lo hará rey, como a su antepasado David,

33 y reinará por siempre en la nación de Israel. Su reinado no tendrá fin.

34 María preguntó al ángel: –¿Cómo podrá suceder esto, si no vivo con ningún hombre?

35 El ángel le contestó: –El Espíritu Santo se posará sobre ti y el poder del Dios altísimo se posará sobre ti como una nube. Por eso, el niño que va a nacer será llamado Santo e Hijo de Dios.

36 También tu parienta Isabel, a pesar de ser anciana, va a tener un hijo; la que decían que no podía tener hijos está encinta desde hace seis meses.

37 Para Dios no hay nada imposible.

38 Entonces María dijo: –Soy la esclava del Señor. ¡Que Dios haga conmigo como me has dicho! Con esto, el ángel se fue.

39 Por aquellos días, María se dirigió de prisa a un pueblo de la región montañosa de Judea,

40 y entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel.

41 Cuando Isabel oyó el saludo de María, la criatura se movió en su vientre, y ella quedó llena del Espíritu Santo.

42 Entonces, con voz muy fuerte, dijo Isabel: –¡Dios te ha bendecido más que a todas las mujeres, y ha bendecido a tu hijo!

43 ¿Quién soy yo para que venga a visitarme la madre de mi Señor?

44 Tan pronto como he oído tu saludo, mi hijo se ha movido de alegría en mi vientre.

45 ¡Dichosa tú por haber creído que han de cumplirse las cosas que el Señor te ha dicho!

46 María dijo: “Mi alma alaba la grandeza del Señor.

47 Mi espíritu se alegra en Dios mi Salvador,

48 porque Dios ha puesto sus ojos en mí, su humilde esclava, y desde ahora me llamarán dichosa;

49 porque el Todopoderoso ha hecho en mí grandes cosas. ¡Santo es su nombre!

50 Dios tiene siempre misericordia de quienes le honran.

51 Actuó con todo su poder: deshizo los planes de los orgullosos,

52 derribó a los reyes de sus tronos y puso en alto a los humildes.

53 Llenó de bienes a los hambrientos y despidió a los ricos con las manos vacías.

54 Ayudó al pueblo de Israel, su siervo, y no se olvidó de tratarlo con misericordia.

55 Así lo había prometido a nuestros antepasados, a Abraham y a sus futuros descendientes.”

56 María se quedó con Isabel unos tres meses, y después regresó a su casa.

57 Al cumplirse el tiempo en que Isabel había de dar a luz, tuvo un hijo.

58 Sus vecinos y parientes fueron a felicitarla cuando supieron que el Señor había sido tan bueno con ella.

59 A los ocho días llevaron a circuncidar al niño, y querían ponerle el nombre de su padre, Zacarías.

60 Pero la madre dijo: –No. Tiene que llamarse Juan.

61 Le contestaron: –No hay nadie en tu familia con ese nombre.

62 Entonces preguntaron por señas al padre del niño, para saber qué nombre quería ponerle.

63 El padre pidió una tabla para escribir, y escribió: “Su nombre es Juan.” Y todos se quedaron admirados.

64 En aquel mismo momento, Zacarías recobró el habla y comenzó a alabar a Dios.

65 Todos los vecinos estaban asombrados, y en toda la región montañosa de Judea se contaba lo sucedido.

66 Cuantos lo oían se preguntaban a sí mismos: “¿Qué llegará a ser este niño?” Porque ciertamente el Señor mostraba su poder en favor de él.

67 Zacarías, el padre del niño, lleno del Espíritu Santo y hablando en profecía, dijo:

68 “¡Bendito sea el Señor, Dios de Israel, porque ha venido a rescatar a su pueblo!

69 Nos ha enviado un poderoso salvador, un descendiente de David, su siervo.

70 Esto es lo que había prometido en el pasado por medio de sus santos profetas:

71 que nos salvaría de nuestros enemigos y de todos los que nos odian,

72 que tendría compasión de nuestros antepasados y que no se olvidaría de su santo pacto.

73 Y este es el juramento que había hecho a nuestro padre Abraham:

74 que nos libraría de nuestros enemigos, para servirle sin temor

75 con santidad y justicia, y estar en su presencia todos los días de nuestra vida.

76 En cuanto a ti, hijito mío, serás llamado profeta del Dios altísimo, porque irás delante del Señor preparando sus caminos,

77 para hacer saber a su pueblo que Dios les perdona sus pecados y les da la salvación.

78 Porque nuestro Dios, en su gran misericordia, nos trae de lo alto el sol de un nuevo día,

79 para iluminar a los que viven en la más profunda oscuridad, para dirigir nuestros pasos por un camino de paz.”

80 El niño crecía y se hacía fuerte espiritualmente, y vivió en lugares desiertos hasta el día en que se dio a conocer a los israelitas.

2

1 Por aquel tiempo, el emperador Augusto ordenó que se hiciera un censo de todo el mundo.

2 Este primer censo fue hecho siendo Quirinio gobernador de Siria.

3 Todos tenían que ir a inscribirse a su propia ciudad.

4 Por esto salió José del pueblo de Nazaret, de la región de Galilea, y se fue a Belén, en Judea, donde había nacido el rey David, porque José era descendiente de David.

5 Fue allá a inscribirse, junto con María, su esposa, que se encontraba encinta.

6 Y sucedió mientras estaban en Belén, que a María le llegó el tiempo de dar a luz.

7 Allí nació su hijo primogénito, y lo envolvió en pañales y lo acostó en el pesebre, porque no había alojamiento para ellos en el mesón.

8 Cerca de Belén había unos pastores que pasaban la noche en el campo cuidando sus ovejas.

9 De pronto se les apareció un ángel del Señor, la gloria del Señor brilló alrededor de ellos y tuvieron mucho miedo.

10 Pero el ángel les dijo: “No tengáis miedo, porque os traigo una buena noticia que será motivo de gran alegría para todos:

11 Hoy os ha nacido en el pueblo de David un salvador, que es el Mesías, el Señor.

12 Como señal, encontraréis al niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre.”

13 En aquel momento, junto al ángel, aparecieron muchos otros ángeles del cielo que alababan a Dios y decían:

14 “¡Gloria a Dios en las alturas! ¡Paz en la tierra entre los hombres que gozan de su favor!”

15 Cuando los ángeles se volvieron al cielo, los pastores comenzaron a decirse unos a otros: –Vamos, pues, a Belén, a ver lo que ha sucedido y que el Señor nos ha anunciado.

16 Fueron corriendo y encontraron a María, a José y al niño acostado en el pesebre.

17 Al verlo se pusieron a contar lo que el ángel les había dicho acerca del niño,

18 y todos los que lo oían se admiraban de lo que decían los pastores.

19 María guardaba todo esto en su corazón, y lo tenía muy presente.

20 Los pastores, por su parte, regresaron dando gloria y alabanza a Dios por todo lo que habían visto y oído, pues todo sucedió como se les había dicho.

21 A los ocho días circuncidaron al niño y le pusieron por nombre Jesús, el mismo nombre que el ángel había dicho a María antes de que estuviera encinta.

22 Cuando se cumplieron los días en que ellos debían purificarse según manda la ley de Moisés, llevaron al niño a Jerusalén para presentarlo al Señor.

23 Lo hicieron así porque en la ley del Señor está escrito: “Todo primer hijo varón será consagrado al Señor.”

24 Fueron, pues, a ofrecer en sacrificio lo que manda la ley del Señor: un par de tórtolas o dos pichones.

25 En aquel tiempo vivía en Jerusalén un hombre llamado Simeón. Era un hombre justo, que adoraba a Dios y esperaba la restauración de Israel. El Espíritu Santo estaba con él

26 y le había hecho saber que no moriría sin ver antes al Mesías, a quien el Señor había de enviar.

27 Guiado por el Espíritu Santo, Simeón fue al templo. Y cuando los padres del niño Jesús entraban para cumplir con lo dispuesto por la ley,

28 Simeón lo tomó en brazos, y alabó a Dios diciendo:

29 “Ahora, Señor, tu promesa está cumplida: ya puedes dejar que tu siervo muera en paz .

30 Porque he visto la salvación

31 que has comenzado a realizar ante los ojos de todas las naciones,

32 la luz que alumbrará a los paganos y que será la honra de tu pueblo Israel.”

33 El padre y la madre de Jesús estaban admirados de lo que Simeón decía acerca del niño.

34 Simeón les dio su bendición, y dijo a María, la madre de Jesús: –Mira, este niño está destinado a hacer que muchos en Israel caigan y muchos se levanten. Será un signo de contradicción

35 que pondrá al descubierto las intenciones de muchos corazones. Pero todo esto va a ser para ti como una espada que te atraviese el alma.

36 También estaba allí una profetisa llamada Ana, hija de Penuel, de la tribu de Aser. Era muy anciana. Se había casado siendo muy joven y vivió con su marido siete años;

37 pero hacía ya ochenta y cuatro que había quedado viuda. Nunca salía del templo, sino que servía día y noche al Señor, con ayunos y oraciones.

38 Ana se presentó en aquel mismo momento, y comenzó a dar gracias a Dios y a hablar del niño Jesús a todos los que esperaban la liberación de Jerusalén.

39 Cuando ya habían cumplido con todo lo que dispone la ley del Señor, regresaron a Galilea, a su pueblo de Nazaret.

40 Y el niño crecía y se hacía más fuerte y más sabio, y gozaba del favor de Dios.

41 Los padres de Jesús iban cada año a Jerusalén para la fiesta de la Pascua.

42 Y así, cuando Jesús cumplió doce años, fueron todos allá, como era costumbre en esa fiesta.

43 Pero pasados aquellos días, cuando volvían a casa, el niño Jesús se quedó en Jerusalén sin que sus padres se dieran cuenta.

44 Pensando que Jesús iba entre la gente hicieron un día de camino; pero luego, al buscarlo entre los parientes y conocidos,

45 no lo encontraron. Así que regresaron a Jerusalén para buscarlo allí.

46 Al cabo de tres días lo encontraron en el templo, sentado entre los maestros de la ley, escuchándolos y haciéndoles preguntas.

47 Y todos los que le oían se admiraban de su inteligencia y de sus respuestas.

48 Cuando sus padres le vieron, se sorprendieron. Y su madre le dijo: –Hijo mío, ¿por qué nos has hecho esto? Tu padre y yo te hemos estado buscando llenos de angustia.

49 Jesús les contestó: –¿Por qué me buscabais? ¿No sabéis que tengo que ocuparme en las cosas de mi Padre?

50 Pero ellos no entendieron lo que les decía.

51 Jesús volvió con ellos a Nazaret, donde vivió obedeciéndolos en todo. Su madre guardaba todo esto en el corazón.

52 Y Jesús seguía creciendo en cuerpo y mente, y gozaba del favor de Dios y de los hombres.

3

1 En el año quince del gobierno del emperador Tiberio, Poncio Pilato era gobernador de Judea, Herodes gobernaba en Galilea, su hermano Filipo gobernaba en Iturea y Traconítide, y Lisanias gobernaba en Abilene.

2 Anás y Caifás eran los sumos sacerdotes. Por aquel tiempo habló Dios en el desierto a Juan, el hijo de Zacarías,

3 y Juan pasó por toda la región del río Jordán diciendo a la gente que debían convertirse a Dios y ser bautizados, para que Dios les perdonara sus pecados.

4 Esto sucedió como el profeta Isaías había escrito: “Se oye la voz de alguien que grita en el desierto: ‘¡Preparad el camino del Señor; abridle un camino recto!

5 Todo valle será rellenado, todo monte y colina será nivelado, los caminos torcidos serán enderezados y allanados los caminos escabrosos.

6 Todo el mundo verá la salvación que Dios envía.’ ”

7 Y decía Juan a la gente que acudía a él para recibir el bautismo: “¡Raza de víboras!, ¿quién os ha dicho que vais a libraros del terrible castigo que se acerca?

8 Demostrad con vuestros actos que os habéis convertido a Dios y no os digáis a vosotros mismos: ‘Nosotros somos descendientes de Abraham’, porque os aseguro que incluso de estas piedras puede Dios sacar descendientes a Abraham.

9 Además, el hacha ya está lista para cortar de raíz los árboles. Todo árbol que no dé buen fruto será cortado y arrojado al fuego.”

10 La gente le preguntaba: –¿Qué debemos hacer?

11 Y Juan les contestaba: –El que tiene dos vestidos dé uno al que no tiene ninguno, y el que tiene comida compártala con el que no la tiene.

12 Se acercaron también para ser bautizados algunos de los que cobraban impuestos para Roma, y preguntaron a Juan: –Maestro, ¿qué debemos hacer nosotros?

13 –No cobréis más de lo que está ordenado –les dijo Juan.

14 También algunos soldados le preguntaron: –Y nosotros, ¿qué debemos hacer? Les contestó: –No quitéis nada a nadie con amenazas o falsas acusaciones. Y conformaos con vuestra paga.

15 La gente se encontraba en gran expectación y se preguntaba si tal vez Juan sería el Mesías.

16 Pero Juan les dijo a todos: “Yo, ciertamente, os bautizo con agua; pero viene uno que os bautizará con el Espíritu Santo y con fuego. Él es más poderoso que yo, que ni siquiera merezco desatar la correa de sus sandalias.

17 Trae la pala en la mano para limpiar el trigo y separarlo de la paja. Guardará el trigo en su granero, pero quemará la paja en un fuego que nunca se apagará.”

18 De este modo y con otros muchos consejos anunciaba Juan la buena noticia a la gente.

19 Además reprendió al rey Herodes porque tenía por mujer a Herodías, la esposa de su hermano Felipe, y también por todo lo malo que había hecho.

20 Pero Herodes, a todas sus malas acciones añadió una más: metió a Juan en la cárcel.

21 Sucedió que cuando Juan estaba bautizando a todos, también Jesús fue bautizado. Y mientras oraba, el cielo se abrió,

22 y el Espíritu Santo bajó sobre él en forma visible, como una paloma, y se oyó una voz del cielo, que decía: “Tú eres mi Hijo amado, a quien he elegido.”

23 Jesús tenía unos treinta años cuando comenzó su actividad. Fue hijo, según se creía, de José. José fue hijo de Elí,

24 que a su vez fue hijo de Matat, que fue hijo de Leví, que fue hijo de Melquí, que fue hijo de Janai, que fue hijo de José,

25 que fue hijo de Matatías, que fue hijo de Amós, que fue hijo de Nahúm, que fue hijo de Eslí, que fue hijo de Nagai,

26 que fue hijo de Máhat, que fue hijo de Matatías, que fue hijo de Semeí, que fue hijo de Josec, que fue hijo de Joiadá,

27 que fue hijo de Johanán, que fue hijo de Resá, que fue hijo de Zorobabel, que fue hijo de Salatiel, que fue hijo de Nerí,

28 que fue hijo de Melquí, que fue hijo de Adí, que fue hijo de Cosam, que fue hijo de Elmadam, que fue hijo de Er,

29 que fue hijo de Jesús, que fue hijo de Eliézer, que fue hijo de Jorim, que fue hijo de Matat, que fue hijo de Leví,

30 que fue hijo de Simeón, que fue hijo de Judá, que fue hijo de José, que fue hijo de Jonam, que fue hijo de Eliaquim,

31 que fue hijo de Meleá, que fue hijo de Mená, que fue hijo de Matatá, que fue hijo de Natán, que fue hijo de David,

32 que fue hijo de Jesé, que fue hijo de Obed, que fue hijo de Booz, que fue hijo de Sélah, que fue hijo de Nahasón,

33 que fue hijo de Aminadab, que fue hijo de Admín, que fue hijo de Arní, que fue hijo de Hesrón, que fue hijo de Fares, que fue hijo de Judá,

34 que fue hijo de Jacob, que fue hijo de Isaac, que fue hijo de Abraham, que fue hijo de Térah, que fue hijo de Nahor,

35 que fue hijo de Serug, que fue hijo de Ragau, que fue hijo de Péleg, que fue hijo de Éber, que fue hijo de Sélah,

36 que fue hijo de Cainán, que fue hijo de Arfaxad, que fue hijo de Sem, que fue hijo de Noé, que fue hijo de Lámec,

37 que fue hijo de Matusalén, que fue hijo de Henoc, que fue hijo de Jéred, que fue hijo de Mahalaleel, que fue hijo de Cainán,

38 que fue hijo de Enós, que fue hijo de Set, que fue hijo de Adán, que fue hijo de Dios.

4

1 Jesús, lleno del Espíritu Santo, volvió del río Jordán, y el Espíritu lo llevó al desierto.

2 Allí estuvo cuarenta días, y el diablo le puso a prueba. No comió nada durante aquellos días, y después sintió hambre.

3 El diablo le dijo: –Si de veras eres Hijo de Dios, ordena a esta piedra que se convierta en pan.

4 Jesús le contestó: –La Escritura dice: 'No solo de pan vivirá el hombre.'

5 Luego el diablo lo llevó a un lugar alto, y mostrándole en un momento todos los países del mundo

6 le dijo: –Yo te daré todo este poder y la grandeza de estos países, porque yo lo he recibido y se lo daré a quien quiera dárselo.

7 Si te arrodillas y me adoras, todo será tuyo.

8 Jesús le contestó: –La Escritura dice: 'Adora al Señor tu Dios y sírvele solo a él.'

9 Después el diablo lo llevó a la ciudad de Jerusalén, lo subió al alero del templo y le dijo: –Si de veras eres Hijo de Dios, tírate abajo,

10 porque la Escritura dice: 'Dios mandará a sus ángeles para que cuiden de ti y te protejan.

11 Te levantarán con sus manos para que no tropieces con piedra alguna.'

12 Jesús le contestó: –También dice la Escritura: 'No pongas a prueba al Señor tu Dios.'

13 Cuando ya el diablo no encontró otra forma de poner a prueba a Jesús, se alejó de él por algún tiempo.

14 Jesús volvió a Galilea lleno del poder del Espíritu Santo, y su fama se extendía por toda la tierra de alrededor.

15 Enseñaba en la sinagoga de cada lugar, y todos le alababan.

16 Jesús fue a Nazaret, al pueblo donde se había criado. Un sábado entró en la sinagoga, como era su costumbre, y se puso en pie para leer las Escrituras.

17 Le dieron a leer el libro del profeta Isaías, y al abrirlo encontró el lugar donde estaba escrito:

18 “El Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha consagrado para llevar la buena noticia a los pobres; me ha enviado a anunciar libertad a los presos y a dar vista a los ciegos; a poner en libertad a los oprimidos;

19 a anunciar el año favorable del Señor.”

20 Luego Jesús cerró el libro, lo dio al ayudante de la sinagoga y se sentó. Todos los presentes le miraban atentamente.

21 Él comenzó a hablar, diciendo: –Hoy mismo se ha cumplido esta Escritura delante de vosotros.

22 Todos hablaban bien de Jesús y estaban admirados de la belleza de su palabra. Se preguntaban: –¿No es este el hijo de José?

23 Jesús les respondió: –Seguramente me aplicaréis el refrán: 'Médico, cúrate a ti mismo', y me diréis: 'Lo que oímos que hiciste en Cafarnaún, hazlo también aquí, en tu propia tierra.'

24 Y siguió diciendo: –Os aseguro que ningún profeta es bien recibido en su propia tierra.

25 Verdaderamente había muchas viudas en Israel en tiempos del profeta Elías, cuando no llovió durante tres años y medio y hubo mucha hambre en todo el país.

26 Sin embargo, Elías no fue enviado a ninguna de las viudas israelitas, sino a una de Sarepta, cerca de la ciudad de Sidón.

27 También había en Israel muchos enfermos de lepra en tiempos del profeta Eliseo, pero ninguno de ellos fue sanado, sino Naamán, que era de Siria.

28 Al oir esto, todos los que estaban en la sinagoga se llenaron de ira.

29 Se levantaron y echaron del pueblo a Jesús. Lo llevaron a lo alto del monte sobre el que se alzaba el pueblo, para arrojarle abajo.

30 Pero Jesús pasó por en medio de ellos y se fue.

31 Llegó Jesús a Cafarnaún, un pueblo de Galilea, y los sábados enseñaba a la gente;

32 y se admiraban de cómo les enseñaba, porque hablaba con plena autoridad.

33 En la sinagoga había un hombre que tenía un demonio o espíritu impuro que gritaba con fuerza:

34 –¡Déjanos! ¿Por qué te metes con nosotros, Jesús de Nazaret? ¿Has venido a destruirnos? Yo te conozco: ¡Sé que eres el Santo de Dios!

35 Jesús reprendió a aquel demonio diciéndole: –¡Cállate y deja a ese hombre! Entonces el demonio arrojó al hombre al suelo delante de todos y salió de él sin hacerle ningún daño.

36 Todos se asustaron y se decían unos a otros: –¿Qué palabras son esas? ¡Este hombre da órdenes con plena autoridad y poder a los espíritus impuros y los hace salir!

37 La fama de Jesús se extendía por todos los lugares de la región.

38 Jesús salió de la sinagoga y entró en casa de Simón. La suegra de Simón estaba enferma, con mucha fiebre, y rogaron a Jesús que la sanase.

39 Jesús se inclinó sobre ella y reprendió a la fiebre, y la fiebre la dejó. Al momento, ella se levantó y se puso a atenderlos.

40 Al ponerse el sol, todos los que tenían enfermos de diferentes enfermedades los llevaron a Jesús; él puso las manos sobre cada uno de ellos y los sanó.

41 De muchos enfermos salieron también demonios que gritaban: –¡Tú eres el Hijo de Dios! Pero Jesús reprendía a los demonios y no los dejaba hablar, porque sabían que él era el Mesías.

42 Al amanecer, Jesús salió de la ciudad y se dirigió a un lugar apartado. Pero la gente le buscó hasta encontrarle. Querían retenerlo para que no se marchase,

43 pero Jesús les dijo: –También tengo que anunciar las buenas noticias del reino de Dios a los otros pueblos, porque para esto he sido enviado.

44 Así iba Jesús anunciando el mensaje en las sinagogas de Judea.

5

1 En una ocasión se encontraba Jesús a orillas del lago de Genesaret, y se sentía apretujado por la multitud que quería oir el mensaje de Dios.

2 Vio Jesús dos barcas en la playa. Estaban vacías, porque los pescadores habían bajado de ellas a lavar sus redes.

3 Jesús subió a una de las barcas, que era de Simón, y le pidió que la alejara un poco de la orilla. Luego se sentó en la barca y comenzó a enseñar a la gente.

4 Cuando terminó de hablar dijo a Simón: –Lleva la barca lago adentro, y echad allí vuestras redes, para pescar.

5 Simón le contestó: –Maestro, hemos estado trabajando toda la noche sin pescar nada; pero, puesto que tú lo mandas, echaré las redes.

6 Cuando lo hicieron, recogieron tal cantidad de peces que las redes se rompían.

7 Entonces hicieron señas a sus compañeros de la otra barca, para que fueran a ayudarlos. Ellos fueron, y llenaron tanto las dos barcas que les faltaba poco para hundirse.

8 Al ver esto, Simón Pedro se puso de rodillas delante de Jesús y le dijo: –¡Apártate de mí, Señor, porque soy un pecador!

9 Porque Simón y todos los demás estaban asustados por aquella gran pesca que habían hecho.

10 También lo estaban Santiago y Juan, hijos de Zebedeo, que eran compañeros de Simón. Pero Jesús dijo a Simón: –No tengas miedo. Desde ahora vas a pescar hombres.

11 Entonces llevaron las barcas a tierra, lo dejaron todo y se fueron con Jesús.

12 Un día estaba Jesús en un pueblo donde había un hombre enfermo de lepra. Al ver a Jesús se inclinó hasta el suelo y le rogó: –Señor, si quieres, puedes limpiarme de mi enfermedad.

13 Jesús lo tocó con la mano, diciendo: –Quiero. ¡Queda limpio! Al momento se le quitó la lepra al enfermo,

14 y Jesús le ordenó: –No lo digas a nadie. Solamente ve, preséntate al sacerdote y lleva por tu purificación la ofrenda que ordenó Moisés, para que todos sepan que ya estás limpio de tu enfermedad.

15 Sin embargo, la fama de Jesús se extendía cada vez más, y mucha gente se juntaba para oirle y para que sanase sus enfermedades.

16 Pero Jesús se retiraba a orar a lugares apartados.

17 Un día estaba Jesús enseñando, y se habían sentado por allí algunos fariseos y maestros de la ley venidos de todas las aldeas de Galilea, y de Judea y Jerusalén. El poder de Dios se manifestaba en Jesús cuando curaba a los enfermos.

18 En esto llegaron unos hombres que llevaban en una camilla a un paralítico. Querían meterlo en la casa y ponerlo delante de Jesús,

19 pero no encontraban por dónde entrar porque había mucha gente; así que subieron al techo, y haciendo un hueco entre las tejas bajaron al enfermo en la camilla, allí en medio de todos, delante de Jesús.

20 Cuando Jesús vio la fe que tenían, le dijo al enfermo: –Amigo, tus pecados quedan perdonados.

21 Entonces los maestros de la ley y los fariseos comenzaron a pensar: “¿Quién es este, que se atreve a decir palabras ofensivas contra Dios? Tan sólo Dios puede perdonar pecados.”

22 Pero Jesús, dándose cuenta de lo que estaban pensando, les preguntó: –¿Por qué pensáis así?

23 ¿Qué es más fácil, decir: ‘Tus pecados quedan perdonados’ o decir: ‘Levántate y anda’?

24 Pues voy a demostraros que el Hijo del hombre tiene poder en la tierra para perdonar pecados. Entonces dijo al paralítico: –A ti te digo: levántate, toma tu camilla y vete a tu casa.

25 Al momento, el paralítico se levantó delante de todos, tomó la camilla en que estaba acostado y se fue a su casa alabando a Dios.

26 Todos se quedaron asombrados y alabaron a Dios, y llenos de miedo dijeron: –Hoy hemos visto cosas maravillosas.

27 Después de esto, Jesús salió y se fijó en uno de los que cobraban impuestos para Roma. Se llamaba Leví y estaba sentado en el lugar donde cobraba los impuestos. Jesús le dijo: –Sígueme.

28 Entonces Leví se levantó, y dejándolo todo siguió a Jesús.

29 Más tarde, Leví hizo en su casa una gran fiesta en honor de Jesús; y muchos de los que cobraban impuestos para Roma, junto con otras personas, estaban sentados con ellos a la mesa.

30 Pero los fariseos y los maestros de la ley pertenecientes a este partido comenzaron a criticar a los discípulos de Jesús. Les decían: –¿Por qué coméis y bebéis con los cobradores de impuestos y los pecadores?

31 Jesús les contestó: –Los que gozan de buena salud no necesitan médico, sino los enfermos.

32 Yo no he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores, para que se conviertan a Dios.

33 Le dijeron a Jesús: –Los seguidores de Juan y los de los fariseos ayunan mucho y hacen muchas oraciones, pero tus discípulos no dejan de comer y beber.

34 Jesús les contestó: –¿Acaso podéis hacer que ayunen los invitados a una boda mientras el novio está con ellos?

35 Ya llegará el momento en que se lleven al novio; cuando llegue ese día, ayunarán.

36 También les contó esta parábola: –Nadie corta un trozo de un vestido nuevo para arreglar un vestido viejo. De hacerlo así, echará a perder el vestido nuevo; además el trozo nuevo no quedará bien en el vestido viejo.

37 Ni tampoco se echa vino nuevo en odres viejos, porque el vino nuevo hace que los odres revienten, y tanto el vino como los odres se pierden.

38 Por eso hay que echar el vino nuevo en odres nuevos.

39 Y nadie que beba vino añejo querrá después beber el nuevo, porque dirá que el añejo es mejor.

6

1 Un sábado pasaba Jesús entre los sembrados. Sus discípulos arrancaban espigas de trigo, las desgranaban entre las manos y se comían los granos.

2 Entonces algunos fariseos les preguntaron: –¿Por qué hacéis algo que no está permitido en sábado?

3 Jesús les contestó: –¿No habéis leído lo que hizo David en una ocasión en que él y sus compañeros tuvieron hambre?

4 Entró en la casa de Dios y tomó los panes consagrados, comió de ellos y dio también a sus compañeros, a pesar de que solamente a los sacerdotes les estaba permitido comer de aquel pan.

5 Y añadió: –El Hijo del hombre tiene autoridad sobre el sábado.

6 Sucedió que otro sábado entró Jesús en la sinagoga y comenzó a enseñar. Había en ella un hombre que tenía la mano derecha tullida;

7 y los maestros de la ley y los fariseos espiaban a Jesús, por ver si lo sanaría en sábado y tener así algún pretexto para acusarle.

8 Pero él, sabiendo lo que estaban pensando, dijo al hombre de la mano tullida: –Levántate y ponte ahí en medio. El hombre se levantó y se puso de pie,

9 y Jesús dijo a los demás: –Os voy a hacer una pregunta: ¿Qué está permitido hacer en sábado, el bien o el mal? ¿Salvar una vida o destruirla?

10 Luego miró a todos los que le rodeaban y dijo a aquel hombre: –Extiende la mano. El hombre la extendió y su mano quedó sana.

11 Pero los demás se llenaron de ira y comenzaron a discutir lo que podrían hacer contra Jesús.

12 Por aquellos días, Jesús se fue a un cerro a orar, y pasó toda la noche orando a Dios.

13 Cuando se hizo de día, reunió a sus discípulos y escogió a doce de ellos, a los cuales llamó apóstoles.

14 Estos fueron: Simón, a quien puso también el nombre de Pedro; Andrés, hermano de Simón; Santiago, Juan, Felipe, Bartolomé,

15 Mateo, Tomás, Santiago hijo de Alfeo; Simón el celote,

16 Judas, hijo de Santiago, y Judas Iscariote, que traicionó a Jesús.

17 Jesús bajó del cerro con ellos, y se detuvo en un llano. Se habían reunido allí muchos de sus seguidores y mucha gente de toda la región de Judea, y de Jerusalén y de la costa de Tiro y Sidón. Habían venido para oir a Jesús y para que los curase de sus enfermedades.

18 Los que sufrían a causa de espíritus impuros, también quedaban sanados.

19 Así que toda la gente quería tocar a Jesús, porque los sanaba a todos con el poder que de él salía.

20 Jesús miró a sus discípulos y les dijo: “Dichosos vosotros los pobres, porque el reino de Dios os pertenece.

21 “Dichosos los que ahora tenéis hambre, porque quedaréis satisfechos. “Dichosos los que ahora lloráis, porque después reiréis.

22 “Dichosos vosotros cuando la gente os odie, cuando os expulsen, cuando os insulten y cuando desprecien vuestro nombre como cosa mala, por causa del Hijo del hombre.

23 Alegraos mucho, llenaos de gozo en aquel día, porque recibiréis un gran premio en el cielo; pues también maltrataron así sus antepasados a los profetas.

24 “Pero ¡ay de vosotros los ricos, porque ya habéis tenido vuestra alegría!

25 “¡Ay de vosotros los que ahora estáis satisfechos, porque tendréis hambre! “¡Ay de vosotros los que ahora reís, porque vais a llorar de tristeza!

26 “¡Ay de vosotros cuando todos os alaben, porque así hacían los antepasados de esta gente con los falsos profetas!

27 “Pero a vosotros que me escucháis os digo: Amad a vuestros enemigos, haced bien a los que os odian,

28 bendecid a los que os maldicen, orad por los que os insultan.

29 Al que te pegue en una mejilla ofrécele también la otra, y al que te quite la capa déjale que se lleve también tu túnica.

30 Al que te pida algo dáselo, y al que te quite lo que es tuyo, no se lo reclames.

31 Haced con los demás como queréis que los demás hagan con vosotros.

32 “Si amáis solamente a quienes os aman, ¿qué hacéis de extraordinario? ¡Hasta los pecadores se portan así!

33 Y si hacéis bien solamente a quienes os hacen bien a vosotros, ¿qué tiene de extraordinario? ¡También los pecadores se portan así!

34 Y si dais prestado sólo a aquellos de quienes pensáis recibir algo, ¿qué hacéis de extraordinario? ¡También los pecadores se prestan entre sí esperando recibir unos de otros!

35 Amad a vuestros enemigos, haced el bien y dad prestado sin esperar nada a cambio. Así será grande vuestra recompensa y seréis hijos del Dios altísimo, que es también bondadoso con los desagradecidos y los malos.

36 Sed compasivos, como también vuestro Padre es compasivo.

37 “No juzguéis a nadie y Dios no os juzgará a vosotros. No condenéis a nadie y Dios no os condenará. Perdonad y Dios os perdonará.

38 Dad a otros y Dios os dará a vosotros: llenará vuestra bolsa con una medida buena, apretada, sacudida y repleta. Dios os medirá con la misma medida con que vosotros midáis a los demás.”

39 Jesús les puso esta comparación: “¿Acaso puede un ciego servir de guía a otro ciego? ¿No caerán los dos en algún hoyo?

40 El discípulo no es más que su maestro: solo cuando termine su aprendizaje llegará a ser como su maestro.

41 “¿Por qué miras la paja que tiene tu hermano en el ojo y no te fijas en el tronco que tú tienes en el tuyo?

42 Y si no te das cuenta del tronco que tienes en tu ojo, ¿cómo te atreves a decirle a tu hermano: ‘Hermano, déjame sacarte la paja que tienes en el ojo'? ¡Hipócrita!, saca primero el tronco de tu ojo y así podrás ver bien para sacar la paja del ojo de tu hermano.

43 “No hay árbol bueno que dé mal fruto ni árbol malo que dé fruto bueno.

44 Cada árbol se conoce por su fruto: no se recogen higos de los espinos ni se vendimian uvas de las zarzas.

45 El hombre bueno dice cosas buenas porque el bien está en su corazón, y el hombre malo dice cosas malas porque el mal está en su corazón. Pues de lo que rebosa su corazón, habla su boca.

46 “¿Por qué me llamáis ‘Señor, Señor’ y no hacéis lo que yo os digo?

47 Voy a deciros a quién se parece aquel que viene a mí, y me oye y hace lo que digo:

48 se parece a un hombre que para construir una casa cavó profundamente y puso los cimientos sobre la roca. Cuando creció el río, el agua dio con fuerza contra la casa, pero no pudo moverla porque estaba bien construida.

49 Pero el que me oye y no hace lo que yo digo se parece a un hombre que construyó su casa sobre la tierra, sin cimientos; y cuando el río creció y dio con fuerza contra ella, se derrumbó y quedó completamente destruida.

7

1 Cuando Jesús terminó de hablar a la gente, se fue a Cafarnaún.

2 Vivía allí un centurión romano, cuyo criado, al que quería mucho, se encontraba a punto de morir.

3 Habiendo oído hablar de Jesús, el centurión envió a unos ancianos de los judíos a rogarle que fuera a sanar a su criado.

4 Ellos se presentaron a Jesús y le rogaron mucho, diciendo: –Este centurión merece que le ayudes,

5 porque ama a nuestra nación. Él mismo hizo construir nuestra sinagoga.

6 Jesús fue con ellos, pero cuando ya estaban cerca de la casa el centurión le envió unos amigos a decirle: –Señor, no te molestes, porque yo no merezco que entres en mi casa.

7 Por eso, ni siquiera me atreví a ir en persona a buscarte. Solamente da la orden y mi criado se curará.

8 Porque yo mismo estoy bajo órdenes superiores, y a la vez tengo soldados bajo mi mando. Cuando a uno de ellos le digo que vaya, va; cuando a otro le digo que venga, viene; y cuando ordeno a mi criado que haga algo, lo hace.

9 Al oir esto, Jesús se quedó admirado, y mirando a la gente que le seguía dijo: –Os aseguro que ni aun en Israel he encontrado tanta fe como en este hombre.

10 Al regresar a la casa, los enviados encontraron que el criado ya estaba sano.

11 Después de esto se dirigió Jesús a un pueblo llamado Naín. Iba acompañado de sus discípulos y de mucha otra gente.

12 Al acercarse al pueblo vio que llevaban a enterrar a un muerto, hijo único de su madre, que era viuda. Mucha gente del pueblo la acompañaba.

13 Al verla, el Señor tuvo compasión de ella y le dijo: –No llores.

14 En seguida se acercó y tocó la camilla, y los que la llevaban se detuvieron. Jesús dijo al muerto: –Muchacho, a ti te digo, ¡levántate!

15 Entonces el muerto se sentó y comenzó a hablar, y Jesús se lo entregó a la madre.

16 Al ver esto, todos tuvieron miedo y comenzaron a alabar a Dios diciendo: –Un gran profeta ha aparecido entre nosotros. También decían: –Dios ha venido a ayudar a su pueblo.

17 Y por toda Judea y sus alrededores corrió la noticia de lo que había hecho Jesús.

18 Juan se enteró de todas estas cosas, porque sus seguidores se las contaron. Llamó a dos de ellos

19 y los envió a Jesús, a preguntarle si él era el que había de venir o si debían esperar a otro.

20 Los enviados de Juan se acercaron, pues, a Jesús y le dijeron: –Juan el Bautista nos ha mandado a preguntarte si tú eres el que había de venir o si debemos esperar a otro.

21 En aquel mismo momento sanó Jesús a muchas personas de sus enfermedades y sufrimientos, y de los espíritus malignos, y dio la vista a muchos ciegos.

22 Luego les contestó: –Id y contad a Juan lo que habéis visto y oído: que los ciegos ven, los cojos andan, los leprosos quedan limpios de su enfermedad, los sordos oyen, los muertos resucitan y a los pobres se les anuncia la buena noticia.

23 ¡Y dichoso el que no pierde su confianza en mí!

24 Cuando los enviados de Juan se fueron, Jesús comenzó a hablar a la gente acerca de Juan, diciendo: –¿Qué salisteis a ver al desierto? ¿Una caña sacudida por el viento?

25 Y si no, ¿qué salisteis a ver? ¿Un hombre lujosamente vestido? Los que se visten con lujo y viven entre placeres están en los palacios de los reyes.

26 En fin, ¿qué salisteis a ver? ¿Un profeta? Sí, verdaderamente: y a uno que es mucho más que profeta.

27 Juan es aquel de quien dice la Escritura: ‘Yo envío mi mensajero delante de ti, para que te prepare el camino.’

28 Os digo que ninguno entre todos los hombres ha sido más grande que Juan; sin embargo, el más pequeño en el reino de Dios es más grande que él.

29 Todos los que oyeron a Juan, incluso los que cobraban impuestos para Roma, se hicieron bautizar por él, reconociendo así que Dios es justo;

30 pero los fariseos y los maestros de la ley no se hicieron bautizar por Juan, y de ese modo despreciaron lo que Dios había querido hacer en favor de ellos.

31 “¿A qué compararé la gente de este tiempo? ¿A qué se parece?

32 Se parece a los niños que se sientan a jugar en la plaza y gritan a sus compañeros: ‘Tocamos la flauta y no bailasteis; cantamos canciones tristes y no llorasteis.’

33 Porque vino Juan el Bautista, que ni come pan ni bebe vino, y decís que tiene un demonio.

34 Luego ha venido el Hijo del hombre, que come y bebe, y decís que es un glotón y bebedor, amigo de gente de mala fama y de los que cobran los impuestos para Roma.

35 Pero la sabiduría de Dios se demuestra por todos sus resultados.”

36 Un fariseo invitó a Jesús a comer, y Jesús fue a su casa. Estaba sentado a la mesa,

37 cuando una mujer de mala fama que vivía en el mismo pueblo y que supo que Jesús había ido a comer a casa del fariseo, llegó con un frasco de alabastro lleno de perfume.

38 Llorando, se puso junto a los pies de Jesús y comenzó a bañarlos con sus lágrimas. Luego los secó con sus cabellos, los besó y derramó sobre ellos el perfume.

39 Al ver esto, el fariseo que había invitado a Jesús pensó: “Si este hombre fuera verdaderamente un profeta se daría cuenta de quién y qué clase de mujer es esta pecadora que le está tocando.”

40 Entonces Jesús dijo al fariseo: –Simón, tengo algo que decirte. –Dímelo, Maestro –contestó el fariseo.

41 Jesús siguió: –Dos hombres debían dinero a un prestamista. Uno le debía quinientos denarios, y el otro cincuenta:

42 pero, como no le podían pagar, el prestamista perdonó la deuda a los dos. Ahora dime: ¿cuál de ellos le amará más?

43 Simón le contestó: –Me parece que aquel a quien más perdonó. Jesús le dijo: –Tienes razón.

44 Y volviéndose a la mujer, dijo a Simón: –¿Ves esta mujer? Entré en tu casa y no me diste agua para los pies; en cambio, esta mujer me ha bañado los pies con lágrimas y los ha secado con sus cabellos.

45 No me besaste, pero ella, desde que entré, no ha dejado de besarme los pies.

46 No derramaste aceite sobre mi cabeza, pero ella ha derramado perfume sobre mis pies.

47 Por esto te digo que sus muchos pecados le son perdonados, porque amó mucho; pero aquel a quien poco se perdona, poco amor manifiesta.

48 Luego dijo a la mujer: –Tus pecados te son perdonados.

49 Los otros invitados que estaban allí comenzaron a preguntarse: –¿Quién es este que hasta perdona pecados?

50 Pero Jesús añadió, dirigiéndose a la mujer: –Por tu fe has sido salvada. Vete tranquila.

8

1 Después de esto, Jesús anduvo por muchos pueblos y aldeas proclamando y anunciando el reino de Dios. Le acompañaban los doce apóstoles

2 y algunas mujeres que él había librado de espíritus malignos y enfermedades. Entre ellas estaba María, la llamada Magdalena, de la que habían salido siete demonios;

3 también Juana, esposa de Cuza, el administrador de Herodes; y Susana, y otras muchas que los ayudaban con lo que tenían.

4 Mucha gente que estaba allí, más otra llegada de los pueblos, se reunió junto a Jesús, y él les contó esta parábola:

5 “Un sembrador salió a sembrar su semilla. Y al sembrar, una parte de ella cayó en el camino, y fue pisoteada y las aves se la comieron.

6 Otra parte cayó entre las piedras, y brotó, pero se secó por falta de humedad.

7 Otra parte cayó entre espinos, y al nacer juntamente los espinos, la ahogaron.

8 Pero otra parte cayó en buena tierra, y creció y dio una buena cosecha, hasta de cien granos por semilla.” Esto dijo Jesús, y añadió con voz fuerte: “¡Los que tienen oídos, oigan!”

9 Los discípulos preguntaron a Jesús qué significaba aquella parábola.

10 Él les dijo: “A vosotros, Dios os da a conocer los secretos de su reino; pero a los otros les hablo por medio de parábolas, para que por mucho que miren no vean y por mucho que oigan no entiendan.

11 “Esto significa la parábola: La semilla representa el mensaje de Dios.

12 La parte que cayó por el camino representa a los que oyen el mensaje, pero viene el diablo y se lo quita del corazón para que no crean y se salven.

13 La semilla que cayó entre las piedras representa a los que oyen el mensaje y lo reciben con gusto, pero luego, a la hora de la prueba, fallan.

14 La semilla que cayó entre espinos representa a los que oyen, pero poco a poco se dejan ahogar por las preocupaciones, las riquezas y los placeres, de modo que no llegan a dar fruto.

15 Pero la semilla que cayó en buena tierra representa a las personas que con corazón bueno y dispuesto oyen el mensaje y lo guardan, y permaneciendo firmes dan una buena cosecha.

16 “Nadie enciende una lámpara para taparla con una olla o ponerla debajo de la cama, sino que la pone en alto para que tengan luz los que entran.

17 De la misma manera, no hay nada escondido que no llegue a descubrirse ni nada secreto que no llegue a conocerse y ponerse en claro.

18 “Así que oíd bien, pues al que tiene se le dará más; pero al que no tiene, hasta lo poco que cree tener se le quitará.”

19 La madre y los hermanos de Jesús acudieron a donde él estaba, pero no pudieron acercársele porque había mucha gente.

20 Alguien avisó a Jesús: –Tu madre y tus hermanos están ahí fuera y quieren verte.

21 Él contestó: –Los que oyen el mensaje de Dios y lo ponen en práctica, esos son mi madre y mis hermanos.

22 Un día, Jesús entró en una barca con sus discípulos y les dijo: –Pasemos a la otra orilla del lago. Partieron, pues,

23 y mientras cruzaban el lago, Jesús se quedó dormido. De pronto se desató una fuerte tormenta de viento sobre el lago; la barca se llenaba de agua y corrían peligro de hundirse.

24 Fueron a despertar a Jesús, diciéndole: –¡Maestro, Maestro, nos estamos hundiendo! Jesús se levantó, dio una orden al viento y a las olas y todo se calmó y quedó tranquilo.

25 Después dijo a sus discípulos: –¿Qué pasa con vuestra fe? Pero ellos, asustados y asombrados, se preguntaban unos a otros: –¿Quién es este, que da órdenes al viento y al agua y le obedecen?

26 Por fin llegaron a la tierra de Gerasa, que está al otro lado del lago, frente a Galilea.

27 Al bajar Jesús a tierra, un hombre que estaba endemoniado salió del pueblo y se le acercó. Hacía mucho tiempo que andaba sin ropas y que no vivía en una casa, sino entre las tumbas.

28 Cuando vio a Jesús, cayó de rodillas delante de él gritando: –¡No te metas conmigo, Jesús, Hijo del Dios altísimo! ¡Te ruego que no me atormentes!

29 Dijo esto porque Jesús había ordenado al espíritu impuro que saliese de aquel hombre. Muchas veces el demonio se había apoderado de él, y aunque la gente le sujetaba las manos y los pies con cadenas para tenerle seguro, él las rompía y el demonio le hacía huir a lugares desiertos.

30 Jesús le preguntó: –¿Cómo te llamas? –Me llamo Legión –contestó, porque eran muchos los demonios que habían entrado en él,

31 los cuales pidieron a Jesús que no los mandara al abismo.

32 Como allí, en el monte, estaba paciendo una gran piara de cerdos, los espíritus le rogaron que los dejara entrar en ellos. Jesús les dio permiso.

33 Los demonios salieron entonces del hombre y entraron en los cerdos, y estos echaron a correr pendiente abajo hasta el lago, y se ahogaron.

34 Al ver lo sucedido, los que cuidaban los cerdos salieron huyendo y fueron a contarlo en el pueblo y por los campos.

35 La gente salió a ver lo que había pasado. Y cuando llegaron a donde estaba Jesús, encontraron sentado a sus pies, vestido y en su cabal juicio, al hombre de quien habían salido los demonios; y tuvieron miedo.

36 Los que habían visto lo sucedido, les contaron cómo había sido curado aquel endemoniado.

37 Toda la gente de la región de Gerasa comenzó entonces a rogar a Jesús que se marchara de allí, porque tenían mucho miedo. Así que Jesús entró en la barca y se fue.

38 El hombre de quien habían salido los demonios le rogó que le permitiera ir con él, pero Jesús le ordenó que se quedase. Le dijo:

39 –Vuelve a tu casa y cuenta todo lo que Dios ha hecho por ti. El hombre se fue y contó por todo el pueblo lo que Jesús había hecho por él.

40 Cuando Jesús regresó al otro lado del lago, la gente le recibió con alegría, porque todos le estaban esperando.

41 En esto llegó uno llamado Jairo, que era jefe de la sinagoga. Este hombre se echó a los pies de Jesús suplicándole que fuera a su casa,

42 porque su única hija, que tenía unos doce años, estaba a punto de morir. Mientras Jesús iba, se sentía oprimido por la multitud.

43 Entre la gente había una mujer que desde hacía doce años estaba enferma, con hemorragias. Había gastado en médicos todo lo que tenía, pero ninguno la había podido sanar.

44 Esta mujer se acercó a Jesús por detrás y tocó el borde de su capa, y en el acto se detuvo su hemorragia.

45 Entonces Jesús preguntó: –¿Quién me ha tocado? Como todos negaban haberlo hecho, Pedro dijo: –Maestro, la gente te oprime y empuja por todos los lados.

46 Pero Jesús insistió: –Alguien me ha tocado, porque he notado que de mí ha salido poder para sanar.

47 La mujer, al ver que no podía ocultarse, fue temblando a arrodillarse a los pies de Jesús. Le confesó delante de todos por qué razón le había tocado y cómo había sido sanada en el acto.

48 Jesús le dijo: –Hija, por tu fe has sido sanada. Vete tranquila.

49 Todavía estaba hablando Jesús, cuando llegó un mensajero que dijo al jefe de la sinagoga: –Tu hija ha muerto. No molestes más al Maestro.

50 Pero Jesús lo oyó y le dijo: –No tengas miedo. Solamente cree y tu hija se salvará.

51 Al llegar a la casa, no dejó entrar con él a nadie más que a Pedro, Santiago y Juan, junto con el padre y la madre de la niña.

52 Todos lloraban y se lamentaban por ella, pero Jesús les dijo: –No lloréis. La niña no está muerta, sino dormida.

53 La gente se burlaba de él, viendo que estaba muerta.

54 Entonces Jesús tomó de la mano a la niña y dijo con voz fuerte: –¡Muchacha, levántate!

55 Ella volvió a la vida, y al punto se levantó; y Jesús mandó que le dieran de comer.

56 Sus padres estaban impresionados, pero Jesús les ordenó que no contaran a nadie lo que había sucedido.

9

1 Reunió Jesús a sus doce discípulos y les dio poder y autoridad para expulsar toda clase de demonios y sanar enfermedades.

2 Los envió a anunciar el reino de Dios y a sanar a los enfermos.

3 Les dijo: –No llevéis nada para el camino: ni bastón ni bolsa ni pan ni dinero ni ropa de repuesto.

4 En cualquier casa donde entréis, quedaos hasta que os vayáis del lugar.

5 Y si en algún pueblo no os quieren recibir, salid de él y sacudíos el polvo de los pies, para que les sirva de advertencia.

6 Salieron, pues, y fueron por todas las aldeas anunciando la buena noticia y sanando enfermos.

7 El rey Herodes oyó hablar de Jesús y de todo lo que hacía. Y no sabía qué pensar, porque unos decían que era Juan, que había resucitado;

8 otros, que había aparecido el profeta Elías, y otros, que era alguno de los antiguos profetas que había resucitado.

9 Pero Herodes dijo: –Yo mismo mandé que cortaran la cabeza a Juan. ¿Quién, pues, será este de quien oigo contar tantas cosas? Por eso Herodes tenía ganas de ver a Jesús.

10 Cuando los apóstoles regresaron, contaron a Jesús lo que habían hecho. Él, tomándolos aparte, los llevó a un pueblo llamado Betsaida.

11 Pero cuando la gente lo supo, le siguieron; y Jesús los recibió, les habló del reino de Dios y sanó a los enfermos.

12 Cuando ya comenzaba a hacerse tarde, se acercaron a Jesús los doce discípulos y le dijeron: –Despide a la gente, para que vayan a descansar y a buscar comida por las aldeas y los campos cercanos, porque en este lugar no hay nada.

13 Jesús les dijo: –Dadles vosotros de comer. Contestaron: –No tenemos más que cinco panes y dos peces, a menos que vayamos a comprar comida para toda esta gente.

14 Eran unos cinco mil hombres. Pero Jesús dijo a sus discípulos: –Haced que se sienten en grupos, como de cincuenta en cincuenta.

15 Así lo hicieron, y se sentaron todos.

16 Luego Jesús tomó en sus manos los cinco panes y los dos peces, y mirando al cielo dio gracias a Dios, los partió y los dio a sus discípulos para que los repartieran entre la gente.

17 La gente comió hasta quedar satisfecha, y todavía llenaron doce canastas con los trozos que sobraron.

18 Un día estaba Jesús orando, él solo. Luego sus discípulos se le reunieron, y él les preguntó: –¿Quién dice la gente que soy yo?

19 Ellos contestaron: –Unos dicen que Juan el Bautista; otros dicen que Elías, y otros, que uno de los antiguos profetas, que ha resucitado.

20 –Y vosotros, ¿quién decís que soy? –les preguntó. Pedro le respondió: –El Mesías de Dios.

21 Pero Jesús les encargó mucho que no se lo dijeran a nadie.

22 Les decía Jesús: –El Hijo del hombre tendrá que sufrir mucho, y será rechazado por los ancianos, por los jefes de los sacerdotes y por los maestros de la ley. Lo van a matar, pero al tercer día resucitará.

23 Después dijo a todos: –El que quiera ser mi discípulo, olvídese de sí mismo, cargue con su cruz cada día y sígame.

24 Porque el que quiera salvar su vida la perderá; pero el que pierda su vida por causa mía, la salvará.

25 ¿De qué le sirve al hombre ganar el mundo entero, si se pierde o se destruye a sí mismo?

26 Pues si alguno se avergüenza de mí y de mi mensaje, también el Hijo del hombre se avergonzará de él cuando venga con su gloria y con la gloria de su Padre y de los santos ángeles.

27 Os aseguro que algunos de los que están aquí no morirán sin haber visto el reino de Dios.

28 Unos ocho días después de esta conversación, Jesús subió a un monte a orar, acompañado de Pedro, Santiago y Juan.

29 Mientras oraba, cambió el aspecto de su rostro y sus ropas se volvieron muy blancas y brillantes.

30 Y aparecieron dos hombres conversando con él: eran Moisés y Elías,

31 que estaban rodeados de un resplandor glorioso y hablaban de la partida de Jesús de este mundo , que iba a tener lugar en Jerusalén.

32 Aunque Pedro y sus compañeros tenían mucho sueño, permanecieron despiertos y vieron la gloria de Jesús y a los dos hombres que estaban con él.

33 Cuando aquellos hombres se separaban ya de Jesús, Pedro le dijo: –Maestro, ¡qué bien que estemos aquí! Vamos a hacer tres chozas: una para ti, otra para Moisés y otra para Elías. Pero Pedro no sabía lo que decía.

34 Mientras hablaba, una nube los envolvió en sombra; y al verse dentro de la nube, tuvieron miedo.

35 Entonces de la nube salió una voz que dijo: “Este es mi Hijo, mi elegido. Escuchadle.”

36 Después que calló la voz, vieron que Jesús estaba solo. Ellos guardaron esto en secreto, y por entonces no contaron a nadie lo que habían visto.

37 Al día siguiente, cuando bajaron del monte, una gran multitud salió al encuentro de Jesús.

38 En esto, un hombre de en medio de la gente gritó con voz fuerte: –¡Maestro, por favor, mira a mi hijo, el único que tengo!

39 Un espíritu se apodera de él, y de repente le hace gritar, retorcerse violentamente y echar espuma por la boca. Lo está destrozando, porque apenas se separa de él.

40 He rogado a tus discípulos que expulsen ese espíritu, pero no han podido.

41 Jesús contestó: –¡Oh gente sin fe y perversa! ¿Hasta cuándo tendré que estar con vosotros y soportaros? Trae aquí a tu hijo.

42 Cuando el muchacho se acercaba, el demonio lo arrojó al suelo y le hizo retorcerse con violencia; pero Jesús reprendió al espíritu impuro, sanó al muchacho y lo devolvió a su padre.

43 Todos se quedaron admirados de la grandeza de Dios. Mientras todos seguían asombrados por lo que Jesús había hecho, dijo él a sus discípulos:

44 –Oíd bien esto y no lo olvidéis: el Hijo del hombre va a ser entregado en manos de los hombres.

45 Pero ellos no entendían estas palabras, pues Dios no les había permitido entenderlo. Además tenían miedo de pedirle a Jesús que se las explicase.

46 Por aquel entonces, los discípulos se pusieron a discutir quién de ellos sería el más importante.

47 Jesús, al darse cuenta de lo que estaban pensando, tomó a un niño, lo puso junto a él

48 y les dijo: –El que recibe a este niño en mi nombre, me recibe a mí; y el que me recibe a mí, recibe también al que me envió. Por eso, el más insignificante entre todos vosotros, ese será el más importante.

49 Juan le dijo: –Maestro, hemos visto a uno que expulsaba demonios en tu nombre, pero como no es de los nuestros se lo hemos prohibido.

50 Jesús le contestó: –No se lo prohibáis, porque el que no está contra nosotros está a nuestro favor.

51 Cuando ya se acercaba el tiempo en que Jesús había de subir al cielo, emprendió con valor su viaje a Jerusalén.

52 Envió por delante mensajeros, que fueron a una aldea de Samaria para prepararle alojamiento;

53 pero los samaritanos no quisieron recibirle, porque se daban cuenta de que se dirigía a Jerusalén.

54 Cuando sus discípulos Santiago y Juan vieron esto le dijeron: –Señor, si quieres, diremos que baje fuego del cielo para que acabe con ellos.

55 Pero Jesús se volvió y los reprendió.

56 Luego se fueron a otra aldea.

57 Mientras iban de camino, un hombre dijo a Jesús: –Señor, deseo seguirte adondequiera que vayas.

58 Jesús le contestó: –Las zorras tienen cuevas y las aves nidos, pero el Hijo del hombre no tiene donde recostar la cabeza.

59 Jesús dijo a otro: –Sígueme. Pero él respondió: –Señor, déjame ir primero a enterrar a mi padre.

60 Jesús le contestó: –Deja que los muertos entierren a sus muertos. Tú ve y anuncia el reino de Dios.

61 Otro le dijo: –Señor, quiero seguirte, pero deja que primero me despida de los míos.

62 Jesús le contestó: –El que pone la mano en el arado y vuelve la vista atrás, no sirve para el reino de Dios.

10

1 Después de esto escogió también el Señor a otros setenta y dos, y los mandó delante de él, de dos en dos, a todos los pueblos y lugares a donde tenía que ir.

2 Les dijo: “Ciertamente la mies es mucha, pero los obreros son pocos. Por eso, pedidle al Dueño de la mies que mande obreros a recogerla.

3 Andad y ved que os envío como a corderos en medio de lobos.

4 No llevéis bolsa ni monedero ni sandalias, y no os detengáis a saludar a nadie en el camino.

5 Cuando entréis en una casa, saludad primero diciendo: ‘Paz a esta casa.’

6 Si en ella hay gente de paz, vuestro deseo de paz se cumplirá; si no, no se cumplirá.

7 Y quedaos en la misma casa, comiendo y bebiendo lo que tengan, pues el obrero tiene derecho a su salario. No andéis de casa en casa.

8 Al llegar a un pueblo donde os reciban bien, comed lo que os ofrezcan;

9 y sanad a los enfermos del lugar y decidles: ‘El reino de Dios ya está cerca de vosotros.’

10 Pero si llegáis a un pueblo y no os reciben, salid a las calles diciendo:

11 ‘¡Hasta el polvo de vuestro pueblo que se ha pegado a nuestros pies nos lo sacudimos en protesta contra vosotros! Pero sabed que el reino de Dios está cerca.’

12 Os digo que, en aquel día, el castigo de ese pueblo será más duro que el de los habitantes de Sodoma.

13 “¡Ay de ti, Corazín! ¡Ay de ti, Betsaida! Porque si en Tiro y Sidón se hubieran hecho los milagros que se han hecho entre vosotras, ya hace tiempo que su gente se habría vuelto a Dios y lo habría demostrado poniéndose ropas ásperas y sentándose en ceniza.

14 Pero en el día del juicio el castigo para vosotras será peor que para la gente de Tiro y Sidón.

15 Y tú, Cafarnaún, ¿crees que serás levantada hasta el cielo? ¡Hasta lo más hondo del abismo serás arrojada!

16 “El que os escucha a vosotros me escucha a mí, y el que os rechaza a vosotros me rechaza a mí; y el que a mí me rechaza, rechaza al que me envió.”

17 Los setenta y dos regresaron muy contentos, diciendo: –¡Señor, hasta los demonios nos obedecen en tu nombre!

18 Jesús les dijo: –Sí, pues yo veía a Satanás caer del cielo como un rayo.

19 Os he dado poder para que pisoteéis serpientes y alacranes, y para que triunféis sobre toda la fuerza del enemigo sin sufrir ningún daño.

20 Pero no os alegréis de que los espíritus os obedezcan, sino de que vuestros nombres ya estén escritos en el cielo.

21 En aquel momento, Jesús, lleno de alegría por el Espíritu Santo, dijo: “Te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has mostrado a los sencillos las cosas que ocultaste a los sabios y entendidos. Sí, Padre, porque así lo has querido.

22 “Mi Padre me ha entregado todas las cosas. Nadie sabe quién es el Hijo, sino el Padre; y nadie sabe quién es el Padre, sino el Hijo y aquellos a quienes el Hijo quiera darlo a conocer.”

23 Volviéndose a los discípulos les dijo aparte: “Dichosos quienes vean lo que estáis viendo vosotros,

24 porque os digo que muchos profetas y reyes desearon ver lo que vosotros veis, y no lo vieron; desearon oir lo que vosotros oís, y no lo oyeron.”

25 Un maestro de la ley fue a hablar con Jesús, y para ponerle a prueba le preguntó: –Maestro, ¿qué debo hacer para alcanzar la vida eterna?

26 Jesús le contestó: –¿Qué está escrito en la ley? ¿Qué lees en ella?

27 El maestro de la ley respondió: –‘Ama al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con todas tus fuerzas y con toda tu mente; y ama a tu prójimo como a ti mismo.’

28 Jesús le dijo: –Bien contestado. Haz eso y tendrás la vida.

29 Pero el maestro de la ley, queriendo justificar su pregunta, dijo a Jesús: –¿Y quién es mi prójimo?

30 Jesús le respondió: –Un hombre que bajaba por el camino de Jerusalén a Jericó fue asaltado por unos bandidos. Le quitaron hasta la ropa que llevaba puesta, le golpearon y se fueron dejándolo medio muerto.

31 Casualmente pasó un sacerdote por aquel mismo camino, pero al ver al herido dio un rodeo y siguió adelante.

32 Luego pasó por allí un levita, que al verlo dio también un rodeo y siguió adelante.

33 Finalmente, un hombre de Samaria que viajaba por el mismo camino, le vio y sintió compasión de él.

34 Se le acercó, le curó las heridas con aceite y vino, y se las vendó. Luego lo montó en su propia cabalgadura, lo llevó a una posada y cuidó de él.

35 Al día siguiente, el samaritano sacó dos denarios, se los dio al posadero y le dijo: ‘Cuida a este hombre. Si gastas más, te lo pagaré a mi regreso.’

36 Pues bien, ¿cuál de aquellos tres te parece que fue el prójimo del hombre asaltado por los bandidos?

37 El maestro de la ley contestó: –El que tuvo compasión de él. Jesús le dijo: –Ve, pues, y haz tú lo mismo.

38 Seguían ellos su camino. Jesús entró en una aldea, donde una mujer llamada Marta le recibió en su casa.

39 Marta tenía una hermana llamada María, la cual, sentada a los pies de Jesús, escuchaba sus palabras.

40 Pero Marta, atareada con sus muchos quehaceres, se acercó a Jesús y le dijo: –Señor, ¿no te importa que mi hermana me deje sola con todo el trabajo? Dile que me ayude.

41 Jesús le contestó: –Marta, Marta, estás preocupada e inquieta por muchas cosas;

42 sin embargo, solo una es necesaria. María ha escogido la mejor parte, y nadie se la quitará.

11

1 Estaba Jesús una vez orando en cierto lugar. Cuando terminó, uno de sus discípulos le rogó: –Señor, enséñanos a orar, lo mismo que Juan enseñaba a sus discípulos.

2 Jesús les contestó: –Cuando oréis, decid: 'Padre, santificado sea tu nombre. Venga tu reino.

3 Danos cada día el pan que necesitamos.

4 Perdónanos nuestros pecados, porque también nosotros perdonamos a todos los que nos han ofendido. Y no nos expongas a la tentación.'

5 También les dijo Jesús: –Supongamos que uno de vosotros tiene un amigo, y que a medianoche va a su casa y le dice: 'Amigo, préstame tres panes,

6 porque otro amigo mío acaba de llegar de viaje a mi casa y no tengo nada que ofrecerle.'

7 Sin duda, aquel le contestará desde dentro: '¡No me molestes! La puerta está cerrada y mis hijos y yo estamos acostados. No puedo levantarme a darte nada.'

8 Pues bien, os digo que aunque no se levante a dárselo por ser su amigo, se levantará por serle importuno y le dará cuanto necesite.

9 Por esto os digo: Pedid y Dios os dará, buscad y encontraréis, llamad a la puerta y se os abrirá.

10 Porque el que pide, recibe; el que busca, encuentra y al que llama a la puerta, se le abre.

11 "¿Acaso algún padre entre vosotros sería capaz de darle a su hijo una culebra cuando le pide pescado?

12 ¿O de darle un alacrán cuando le pide un huevo?

13 Pues si vosotros, que sois malos, sabéis dar cosas buenas a vuestros hijos, ¡cuánto más el Padre que está en el cielo dará el Espíritu Santo a quienes se lo pidan!

14 Jesús estaba expulsando un demonio que había dejado mudo a un hombre. Cuando el demonio salió, el mudo comenzó a hablar. La gente se quedó asombrada,

15 aunque algunos dijeron: –Beelzebú, el jefe de los demonios, es quien ha dado a este hombre poder para expulsarlos.

16 Otros, para tenderle una trampa, le pidieron una señal milagrosa del cielo.

17 Pero él, que sabía lo que estaban pensando, les dijo: –Todo país dividido en bandos enemigos se destruye a sí mismo, y sus casas se derrumban una tras otra.

18 Así también, si Satanás se divide contra sí mismo, ¿cómo mantendrá su poder? Digo esto porque afirmáis que yo expulso a los demonios por el poder de Beelzebú.

19 Pues si yo expulso a los demonios por el poder de Beelzebú, ¿quién da a vuestros seguidores el poder para expulsarlos? Por eso, ellos mismos demuestran que estáis equivocados.

20 Pero si yo expulso a los demonios por el poder de Dios, es que el reino de Dios ya ha llegado a vosotros.

21 Cuando un hombre fuerte y bien armado cuida de su casa, lo que guarda en ella está seguro.

22 Pero si otro más fuerte que él llega y le vence, le quita las armas en las que confiaba y reparte sus bienes como botín.

23 "El que no está conmigo está contra mí; y el que conmigo no recoge, desparrama.

24 Cuando un espíritu impuro sale de un hombre, anda por lugares desiertos en busca de descanso; pero, no encontrándolo, piensa: 'Regresaré a mi casa, de donde salí.'

25 Al llegar, encuentra la casa barrida y arreglada.

26 Entonces va y reúne otros siete espíritus peores que él y todos juntos se meten a vivir en aquel hombre, que al final queda peor que al principio.

27 Mientras Jesús decía estas cosas, una mujer gritó de en medio de la gente: –¡Dichosa la mujer que te dio a luz y te crió!

28 Él contestó: –¡Dichosos más bien los que escuchan el mensaje de Dios y le obedecen!

29 La multitud seguía juntándose alrededor de Jesús, y él comenzó a decirles: –La gente de este tiempo es malvada. Pide una señal milagrosa, pero no se le dará otra señal que la de Jonás.

30 Porque así como Jonás fue señal para la gente de Nínive, así también el Hijo del hombre será señal para la gente de este tiempo.

31 En el día del juicio, cuando se juzgue a la gente de este tiempo, la reina del Sur se levantará y la condenará; porque ella vino de lo más lejano de la tierra para escuchar la sabiduría de Salomón, y lo que hay aquí es más que Salomón.

32 También los habitantes de Nínive se levantarán en el día del juicio, cuando se juzgue a la gente de este tiempo, y la condenarán; porque los de Nínive se convirtieron a Dios cuando oyeron el mensaje de Jonás, y lo que hay aquí es más que Jonás.

33 “Nadie enciende una lámpara y la pone en un lugar escondido o debajo de una vasija, sino en alto, para que los que entran tengan luz.

34 Tus ojos son como la lámpara del cuerpo. Si tus ojos son buenos, todo tu cuerpo será luminoso; pero si son malos, tu cuerpo será oscuridad.

35 Ten cuidado de que la luz que hay en ti no resulte oscuridad.

36 Pues si todo tu cuerpo es luminoso y no hay oscuridad en él, todo en ti será tan claro como cuando una lámpara te alumbra con su luz.”

37 Cuando Jesús dejó de hablar, un fariseo le invitó a comer en su casa. Jesús entró y se sentó a la mesa.

38 Y como el fariseo se extrañase al ver que no había cumplido con el rito de lavarse las manos antes de comer,

39 el Señor le dijo: –Vosotros los fariseos limpiáis por fuera el vaso y el plato, pero por dentro estáis llenos de lo que habéis obtenido mediante el robo y la maldad.

40 ¡Necios!, ¿no sabéis que el que hizo lo de fuera hizo también lo de dentro?

41 Dad vuestras limosnas de lo que está dentro y así todo quedará limpio.

42 “¡Ay de vosotros, fariseos!, que separáis para Dios la décima parte de la menta, de la ruda y de toda clase de legumbres, pero no hacéis caso de la justicia y el amor a Dios. Esto es lo que se debe hacer, sin dejar de hacer lo otro.

43 “¡Ay de vosotros, fariseos!, que deseáis los asientos de honor en las sinagogas y ser saludados con todo respeto en la calle.

44 “¡Ay de vosotros, que sois como esas tumbas ocultas a la vista, que la gente pisotea sin darse cuenta!”

45 Uno de los maestros de la ley le contestó entonces: –Maestro, al decir esto nos ofendes también a nosotros.

46 Pero Jesús dijo: –¡Ay también de vosotros, maestros de la ley!, que cargáis a los demás con cargas insoportables y vosotros ni siquiera con un dedo queréis tocarlas.

47 “¡Ay de vosotros!, que construís los sepulcros de los profetas a quienes mataron vuestros antepasados.

48 Con eso dais a entender que estáis de acuerdo con lo que vuestros antepasados hicieron, pues ellos los mataron y vosotros construís sus sepulcros.

49 “Por eso, Dios dijo en su sabiduría: ‘Les mandaré profetas y apóstoles; a unos los matarán y a otros los perseguirán.’

50 Dios pedirá cuentas a la gente de hoy de la sangre de todos los profetas que fueron asesinados desde la creación del mundo,

51 desde la sangre de Abel hasta la de Zacarías, a quien mataron entre el altar y el santuario. Sí, os digo que Dios pedirá cuentas de la muerte de ellos a la gente de hoy.

52 “¡Ay de vosotros, maestros de la ley!, que os habéis apoderado de la llave de la ciencia, y ni vosotros entráis ni dejáis entrar a los que quieren hacerlo.”

53 Cuando Jesús les dijo estas cosas, los maestros de la ley y los fariseos se llenaron de ira y comenzaron a molestarle con muchas preguntas,

54 tendiéndole trampas para cazarlo en alguna palabra.

12

1 Se juntaron entre tanto miles de personas, que se atropellaban unas a otras. Jesús comenzó a hablar, dirigiéndose primero a sus discípulos: “Guardaos de la levadura de los fariseos, es decir, de su hipocresía.

2 Porque no hay nada secreto que no llegue a descubrirse, ni nada oculto que no llegue a conocerse.

3 Por tanto, todo lo que habéis dicho en la oscuridad se oirá a la luz del día; y lo que habéis dicho en secreto y a puerta cerrada será pregonado desde las azoteas de las casas.

4 “A vosotros, amigos míos, os digo que no debéis tener miedo a quienes pueden matar el cuerpo, pero después no pueden hacer más.

5 Os voy a decir a quién debéis tener miedo: tened miedo a aquel que, además de quitar la vida, tiene poder para arrojar en el infierno. Sí, tenedle miedo a él.

6 “¿No se venden cinco pajarillos por dos pequeñas monedas? Sin embargo, Dios no se olvida de ninguno de ellos.

7 En cuanto a vosotros mismos, hasta los cabellos de la cabeza los tenéis contados uno por uno. Así que no tengáis miedo: vosotros valéis más que muchos pajarillos.

8 “Os digo que si alguien se declara a favor mío delante de los hombres, también el Hijo del hombre se declarará a favor suyo delante de los ángeles de Dios;

9 pero el que me niegue delante de los hombres, será negado delante de los ángeles de Dios.

10 “Dios perdonará incluso a aquel que diga algo contra el Hijo del hombre, pero no perdonará al que con sus palabras ofenda al Espíritu Santo.

11 “Cuando os lleven a las sinagogas o ante los jueces y las autoridades, no os preocupéis por cómo tenéis que defenderos o qué tenéis que decir;

12 porque en el momento en que hayáis de hablar, el Espíritu Santo os enseñará lo que habéis de decir.”

13 Uno de entre la gente dijo a Jesús: –Maestro, dile a mi hermano que reparta conmigo la herencia.

14 Jesús le contestó: –Amigo, ¿quién me ha puesto sobre vosotros como juez o partidor?

15 También dijo: –Guardaos de toda avaricia, porque la vida no depende del poseer muchas cosas.

16 Entonces les contó esta parábola: “Había un hombre rico, cuyas tierras dieron una gran cosecha.

17 El rico se puso a pensar: ‘¿Qué haré? ¡No tengo donde guardar mi cosecha!’

18 Y se dijo: ‘Ya sé qué voy a hacer: derribaré mis graneros y construiré otros más grandes en los que guardar toda mi cosecha y mis bienes.

19 Luego me diré: Amigo, ya tienes muchos bienes guardados para muchos años; descansa, come, bebe y goza de la vida.’

20 Pero Dios le dijo: ‘Necio, vas a morir esta misma noche: ¿para quién será lo que tienes guardado?’

21 Eso le pasa al hombre que acumula riquezas para sí mismo, pero no es rico delante de Dios.”

22 Después dijo Jesús a sus discípulos: “Por tanto os digo: No estéis preocupados por lo que habéis de comer para vivir, ni por la ropa con que habéis de cubrir vuestro cuerpo.

23 La vida vale más que la comida, y el cuerpo, más que la ropa.

24 Fijaos en los cuervos: no siembran, ni siegan, ni tienen almacén ni granero. Sin embargo, Dios les da de comer. ¡Cuánto más valéis vosotros que las aves!

25 De todos modos, por mucho que uno se preocupe, ¿cómo podrá prolongar su vida ni siquiera una hora?

26 Pues si no podéis hacer ni aun lo más pequeño, ¿por qué preocuparos por las demás cosas?

27 “Fijaos cómo crecen los lirios: no trabajan ni hilan. Sin embargo, os digo que ni aun el rey Salomón, con todo su lujo, se vestía como uno de ellos.

28 Pues si Dios viste así a la hierba, que hoy está en el campo y mañana se quema en el horno, ¡cuánto más habrá de vestiros a vosotros, gente falta de fe!

29 Por tanto, no andéis afligidos buscando qué comer y qué beber.

30 Porque todas esas cosas preocupan a la gente del mundo, pero vosotros tenéis un Padre que ya sabe que las necesitáis.

31 Buscad el reino de Dios y esas cosas se os darán por añadidura.

32 “No tengáis miedo, pequeño rebaño, que el Padre, en su bondad, ha decidido daros el reino.

33 Vended lo que tenéis y dad a los necesitados; procuraos bolsas que no envejezcan, riquezas sin fin en el cielo, donde el ladrón no puede entrar ni la polilla destruye.

34 Pues donde esté vuestra riqueza, allí estará también vuestro corazón.

35 “Estad preparados y mantened vuestras lámparas encendidas.

36 Sed como criados que esperan que su amo regrese de una boda, para abrirle la puerta tan pronto como llegue y llame.

37 ¡Dichosos los criados a quienes su amo, al llegar, encuentre despiertos! Os aseguro que los hará sentar a la mesa y se dispondrá a servirles la comida.

38 Dichosos ellos, si los encuentra despiertos aunque llegue a medianoche o de madrugada.

39 Y pensad que si el dueño de la casa supiera a qué hora va a llegar el ladrón, no dejaría que se la abrieran para robarle.

40 Estad también vosotros preparados, porque el Hijo del hombre vendrá cuando menos lo esperéis.”

41 Pedro le preguntó: –Señor, ¿has contado esta parábola sólo para nosotros, o para todos?

42 Dijo el Señor: “¿Quién es el mayordomo fiel y atento, a quien su amo deja al cargo de la servidumbre para repartirles la comida a su debido tiempo?

43 ¡Dichoso el criado a quien su amo, al llegar, encuentra cumpliendo con su deber!

44 De verdad os digo que el amo le pondrá al cargo de todos sus bienes.

45 Pero si ese criado, pensando que su amo va a tardar en volver, comienza a maltratar a los demás criados y a las criadas, y se pone a comer, beber y emborracharse,

46 el día que menos lo espera y a una hora que no sabe llegará su amo y lo castigará. Le condenará a correr la misma suerte que los infieles.

47 “El criado que sabe lo que quiere su amo, pero no está preparado ni le obedece, será castigado con muchos golpes.

48 Pero el criado que por ignorancia hace cosas que merecen castigo, será castigado con menos golpes. A quien mucho se le da, también se le pedirá mucho; a quien mucho se le confía, se le exigirá mucho más.

49 “He venido a encender fuego en el mundo, ¡y cómo querría que ya estuviera ardiendo!

50 Tengo que pasar por una terrible prueba, ¡y cómo he de sufrir hasta que haya terminado!

51 ¿Creéis que he venido a traer paz a la tierra? Pues os digo que no, sino división.

52 Porque, de ahora en adelante, cinco en una familia estarán divididos, tres contra dos y dos contra tres.

53 El padre estará contra su hijo y el hijo contra su padre; la madre contra su hija y la hija contra su madre; la suegra contra su nuera y la nuera contra su suegra.”

54 Jesús dijo también a la gente: “Cuando veis que las nubes aparecen por occidente, decís que va a llover, y así sucede.

55 Y cuando el viento sopla del sur, decís que va a hacer calor, y lo hace.

56 ¡Hipócritas!, si sabéis interpretar tan bien el aspecto del cielo y de la tierra, ¿cómo no sabéis interpretar el tiempo en que vivís?

57 “¿Por qué no juzgas por ti mismo lo que es justo?

58 Si alguien te demanda ante las autoridades, procura llegar a un acuerdo con él mientras aún estés a tiempo, para que no te lleve ante el juez; porque si no, el juez te entregará a los guardias y los guardias te meterán en la cárcel.

59 Te digo que no saldrás de allí hasta que pagues el último céntimo.”

13

1 Por aquel mismo tiempo fueron unos a ver a Jesús, y le contaron lo que Pilato había hecho: sus soldados mataron a unos galileos cuando estaban ofreciendo sacrificios, y la sangre de esos galileos se mezcló con la sangre de los animales que sacrificaban.

2 Jesús les dijo: “¿Pensáis que aquellos galileos murieron así por ser más pecadores que los demás galileos?

3 Os digo que no, y que si vosotros no os volvéis a Dios, también moriréis.

4 ¿O creéis que aquellos dieciocho que murieron cuando la torre de Siloé les cayó encima, eran más culpables que los demás que vivían en Jerusalén?

5 Os digo que no, y que si vosotros no os volvéis a Dios, también moriréis.”

6 Jesús les contó esta parábola: “Un hombre había plantado una higuera en su viña, pero cuando fue a ver si tenía higos no encontró ninguno.

7 Así que dijo al hombre que cuidaba la viña: ‘Mira, hace tres años que vengo a esta higuera en busca de fruto, pero nunca lo encuentro. Córtala. ¿Para qué ha de ocupar terreno inútilmente?’

8 Pero el que cuidaba la viña le contestó: ‘Señor, déjala todavía este año. Cavaré la tierra a su alrededor y le echaré abono.

9 Con eso, tal vez dé fruto; y si no, ya la cortarás.’

10 Un sábado se puso Jesús a enseñar en una sinagoga.

11 Había allí una mujer que estaba enferma desde hacía dieciocho años. Un espíritu maligno la había dejado encorvada, y no podía enderezarse para nada.

12 Cuando Jesús la vio, la llamó y le dijo: –Mujer, ya estás libre de tu enfermedad.

13 Puso las manos sobre ella, y al momento la mujer se enderezó y comenzó a alabar a Dios.

14 Pero el jefe de la sinagoga, enojado porque Jesús la había sanado en sábado, dijo a la gente: –Hay seis días para trabajar: venid cualquiera de ellos a ser sanados, y no el sábado.

15 El Señor le contestó: –Hipócritas, ¿no desata cualquiera de vosotros su buey o su asno en sábado, para llevarlo a beber?

16 Pues a esta mujer, que es descendiente de Abraham y que Satanás tenía atada con esa enfermedad desde hace dieciocho años, ¿acaso no se la debía desatar aunque fuera en sábado?

17 Cuando Jesús dijo esto, sus enemigos quedaron avergonzados; pero toda la gente se alegraba viendo las grandes cosas que él hacía.

18 Jesús decía: “¿A qué se parece el reino de Dios y a qué podré compararlo?

19 Es como una semilla de mostaza que un hombre siembra en su campo, y que crece hasta llegar a ser como un árbol tan grande que las aves anidan entre sus ramas.”

20 También dijo Jesús: “¿A qué podré comparar el reino de Dios?

21 Es como la levadura que una mujer mezcla con tres medidas de harina para que toda la masa fermente.”

22 En su camino a Jerusalén, Jesús enseñaba en los pueblos y aldeas por donde pasaba.

23 Alguien le preguntó: –Señor, ¿son pocos los que se salvan? Él contestó:

24 –Procurad entrar por la puerta estrecha, porque os digo que muchos querrán entrar y no podrán.

25 Después que el dueño de la casa se levante y cierre la puerta, vosotros, los que estáis fuera, llamaréis y diréis: ‘¡Señor, ábrenos!’ Pero él os contestará: ‘No sé de dónde sois.’

26 Entonces comenzaréis a decir: ‘Hemos comido y bebido contigo, y tú enseñaste en nuestras calles.’

27 Pero él os contestará: ‘Ya os digo que no sé de dónde sois. ¡Apartaos de mí, malhechores!’

28 Allí lloraréis y os rechinarán los dientes al ver que Abraham, Isaac, Jacob y todos los profetas están en el reino de Dios, y que vosotros sois echados fuera.

29 Porque vendrá gente del norte, del sur, del este y del oeste, y se sentará a la mesa en el reino de Dios.

30 Y mirad, algunos de los que ahora son los últimos serán los primeros; y algunos que ahora son los primeros serán los últimos.

31 También entonces llegaron algunos fariseos, a decirle a Jesús: –Vete de aquí, porque Herodes te quiere matar.

32 Él les contestó: –Id y decidle a ese zorro: ‘Mira, hoy y mañana expulso a los demonios y sano a los enfermos, y pasado mañana termino.’

33 Pero tengo que seguir mi camino hoy, mañana y al día siguiente, porque no es posible que un profeta muera fuera de Jerusalén.

34 “¡Jerusalén, Jerusalén, que matas a los profetas y apedreas a los mensajeros que Dios te envía! ¡Cuántas veces quise reunir a tus hijos como la gallina reúne a sus polluelos bajo las alas, pero no quisisteis!

35 Pues mirad, vuestro hogar va a quedar desierto. Y os digo que no volveréis a verme hasta que llegue el tiempo en que digáis: ‘¡Bendito el que viene en el nombre del Señor!’

14

1 Sucedió que un sábado fue Jesús a comer a casa de un jefe fariseo, y otros fariseos le estaban espiando.

2 Había allí, delante de él, un hombre enfermo de hidropesía.

3 Jesús preguntó a los maestros de la ley y a los fariseos: –¿Está permitido sanar a un enfermo en sábado, o no?

4 Pero ellos se quedaron callados. Entonces Jesús tomó al enfermo, lo sanó y lo despidió.

5 Y dijo a los fariseos: –¿Quién de vosotros, si su hijo o su buey cae a un pozo, no lo saca en seguida aunque sea sábado?

6 Y no pudieron contestarle nada.

7 Al ver Jesús que los invitados escogían los asientos de honor en la mesa, les dio este consejo:

8 –Cuando alguien te invite a una fiesta de bodas, no te sientes en el lugar principal, no sea que llegue otro invitado más importante que tú,

9 y el que os invitó a los dos venga a decirte: ‘Deja tu sitio a este otro.’ Entonces tendrás que ir con vergüenza a ocupar el último asiento.

10 Al contrario, cuando te inviten, siéntate en el último lugar, para que cuando venga el que te invitó te diga: ‘Amigo, pásate a este sitio de más categoría.’ Así quedarás muy bien delante de los que están sentados contigo a la mesa.

11 Porque el que a sí mismo se engrandece será humillado, y el que se humilla será engrandecido.

12 Dijo también al hombre que le había invitado: –Cuando des una comida o una cena, no invites a tus amigos, a tus hermanos, a tus parientes o a tus vecinos ricos; porque ellos a su vez te invitarán, y quedarás así recompensado.

13 Al contrario, cuando des una fiesta, invita a los pobres, a los inválidos, a los cojos y a los ciegos;

14 así serás feliz, porque ellos no te pueden pagar, pero tú recibirás tu recompensa cuando los justos resuciten.

15 Al oir esto, uno de los que estaban sentados a la mesa dijo a Jesús: –¡Dichoso el que tenga parte en el banquete del reino de Dios!

16 Jesús le dijo: –Un hombre dio una gran cena e invitó a muchos.

17 A la hora de la cena envió a su criado a decir a los invitados: ‘Venid, que ya está todo preparado.’

18 Pero ellos comenzaron a una a excusarse. El primero dijo: ‘Acabo de comprar un campo y tengo que ir a verlo. Te ruego que me disculpes.’

19 Otro dijo: ‘He comprado cinco yuntas de bueyes y he de probarlas. Te ruego que me disculpes.’

20 Y otro dijo: ‘No puedo ir, porque acabo de casarme.’

21 El criado regresó y se lo contó todo a su amo. Entonces el amo, indignado, dijo a su criado: ‘Sal en seguida a las calles y callejas de la ciudad, y trae acá a los pobres, a los inválidos, a los ciegos y a los cojos.’

22 Volvió el criado, diciendo: ‘Señor, he hecho lo que me mandaste y aún queda sitio.’

23 Y el amo le contestó: ‘Ve por los caminos y cercados y obliga a otros a entrar, para que se llene mi casa.

24 Porque os digo que ninguno de aquellos primeros invitados comerá de mi cena.’

25 Jesús iba de camino acompañado por mucha gente. En esto se volvió y dijo:

26 “Si alguno no me ama más que a su padre, a su madre, a su esposa, a sus hijos, a sus hermanos y a sus hermanas, y aun más que a sí mismo, no puede ser mi discípulo.

27 Y el que no toma su propia cruz y me sigue, no puede ser mi discípulo.

28 Si alguno de vosotros quiere construir una torre, ¿acaso no se sentará primero a calcular los gastos y ver si tiene dinero para terminarla?

29 No sea que, una vez puestos los cimientos, si no puede terminarla, todos los que lo vean comiencen a burlarse de él,

30 diciendo: ‘Este hombre empezó a construir, pero no pudo terminar.’

31 O si un rey tiene que ir a la guerra contra otro rey, ¿no se sentará primero a calcular si con diez mil soldados podrá hacer frente a quien va a atacarle con veinte mil?

32 Y si no puede hacerle frente, cuando el otro rey esté todavía lejos le enviará mensajeros a pedirle la paz.

33 Así pues, cualquiera de vosotros que no renuncie a todo lo que tiene no puede ser mi discípulo.

34 “La sal es buena; pero si deja de ser salada, ¿cómo volverá a ser útil?

35 No sirve ya ni para la tierra ni como abono. Simplemente se la tira. Los que tienen oídos, oigan.”

15

1 Todos los que cobraban impuestos para Roma, y otras gentes de mala fama, se acercaban a escuchar a Jesús.

2 Y los fariseos y maestros de la ley le criticaban diciendo: –Este recibe a los pecadores y come con ellos.

3 Entonces Jesús les contó esta parábola:

4 “¿Quién de vosotros, si tiene cien ovejas y pierde una de ellas, no deja las otras noventa y nueve en el campo y va en busca de la oveja perdida, hasta encontrarla?

5 Y cuando la encuentra la pone contento sobre sus hombros,

6 y al llegar a casa junta a sus amigos y vecinos y les dice: ‘¡Felicitadme, porque ya he encontrado la oveja que se me había perdido!’

7 Os digo que hay también más alegría en el cielo por un pecador que se convierte, que por noventa y nueve justos que no necesitan convertirse .

8 “O bien, ¿qué mujer que tiene diez monedas y pierde una, no enciende una lámpara y barre la casa y busca con cuidado hasta encontrarla?

9 Y cuando la encuentra reúne a sus amigas y vecinas y les dice: ‘¡Felicitadme, porque ya he encontrado la moneda que había perdido!’

10 Os digo que así también hay alegría entre los ángeles de Dios por un pecador que se convierte.

11 Contó Jesús esta otra parábola: “Un hombre tenía dos hijos.

12 El más joven le dijo: ‘Padre, dame la parte de la herencia que me corresponde.’ Y el padre repartió los bienes entre ellos.

13 Pocos días después, el hijo menor vendió su parte y se marchó lejos, a otro país, donde todo lo derrochó viviendo de manera desenfrenada.

14 Cuando ya no le quedaba nada, vino sobre aquella tierra una época de hambre terrible y él comenzó a pasar necesidad.

15 Fue a pedirle trabajo a uno del lugar, que le mandó a sus campos a cuidar cerdos.

16 Y él deseaba llenar el estómago de las algarrobas que comían los cerdos, pero nadie se las daba.

17 Al fin se puso a pensar: ‘¡Cuántos trabajadores en la casa de mi padre tienen comida de sobra, mientras que aquí yo me muero de hambre!

18 Volveré a la casa de mi padre y le diré: Padre, he pecado contra Dios y contra ti,

19 y ya no merezco llamarme tu hijo: trátame como a uno de tus trabajadores.’

20 Así que se puso en camino y regresó a casa de su padre. “Todavía estaba lejos, cuando su padre le vio; y sintiendo compasión de él corrió a su encuentro y le recibió con abrazos y besos.

21 El hijo le dijo: ‘Padre, he pecado contra Dios y contra ti, y ya no merezco llamarme tu hijo.’

22 Pero el padre ordenó a sus criados: ‘Sacad en seguida las mejores ropas y vestidlo; ponedle también un anillo en el dedo y sandalias en los pies.

23 Traed el becerro cebado y matadlo. ¡Vamos a comer y a hacer fiesta,

24 porque este hijo mío estaba muerto y ha vuelto a vivir; se había perdido y le hemos encontrado!’ Y comenzaron, pues, a hacer fiesta.

25 “Entre tanto, el hijo mayor se hallaba en el campo. Al regresar, llegando ya cerca de la casa, oyó la música y el baile.

26 Llamó a uno de los criados y le preguntó qué pasaba,

27 y el criado le contestó: ‘Tu hermano ha vuelto, y tu padre ha mandado matar el becerro cebado, porque ha venido sano y salvo.’

28 Tanto irritó esto al hermano mayor, que no quería entrar; así que su padre tuvo que salir a rogarle que lo hiciese.

29 Él respondió a su padre: ‘Tú sabes cuántos años te he servido, sin desobedecerte nunca, y jamás me has dado ni siquiera un cabrito para hacer fiesta con mis amigos.

30 En cambio, llega ahora este hijo tuyo, que ha malgastado tu dinero con prostitutas, y matas para él el becerro cebado.’

31 “El padre le contestó: ‘Hijo, tú siempre estás conmigo y todo lo mío es tuyo.

32 Pero ahora debemos hacer fiesta y alegrarnos, porque tu hermano, que estaba muerto, ha vuelto a vivir; se había perdido y lo hemos encontrado.’ ”

16

1 Jesús contó también esto a sus discípulos: “Un hombre rico tenía un administrador que fue acusado de malversación de bienes.

2 El amo le llamó y le dijo: ‘¿Qué es eso que me dicen de ti? Dame cuenta de tu trabajo porque no puedes seguir siendo mi administrador.’

3 El administrador se puso a pensar: ‘¿Qué haré ahora que el amo me deja sin empleo? No tengo fuerzas para cavar la tierra, y me da vergüenza pedir limosna...

4 Ah, ya sé qué hacer para que haya quienes me reciban en sus casas cuando me quede sin trabajo.’

5 Llamó entonces uno por uno a los que tenían alguna deuda con el amo, y preguntó al primero: ‘¿Cuánto debes a mi amo?’

6 Le contestó: ‘Cien barriles de aceite.’ El administrador le dijo: ‘Aquí está tu recibo. Siéntate en seguida y apunta sólo cincuenta.’

7 Después preguntó a otro: ‘Y tú, ¿cuánto le debes?’ Este le contestó: ‘Cien medidas de trigo.’ Le dijo: ‘Aquí está tu recibo. Apunta sólo ochenta.’

8 El amo reconoció que aquel administrador deshonesto había actuado con astucia. Y es que, tratándose de sus propios negocios, los que pertenecen al mundo son más listos que los que pertenecen a la luz.

9 “Os aconsejo que uséis las riquezas de este mundo malo para ganaros amigos, para que cuando esas riquezas se acaben haya quien os reciba en las moradas eternas.

10 “El que se porta honradamente en lo poco, también se porta honradamente en lo mucho; y el que es deshonesto en lo poco, también es deshonesto en lo mucho.

11 De manera que, si con las riquezas de este mundo malo no os portáis honradamente, ¿quién os confiará las verdaderas riquezas?

12 Y si no os portáis honradamente con lo ajeno, ¿quién os dará lo que os pertenece?

13 “Ningún criado puede servir a dos amos, porque odiará a uno y querrá al otro, o será fiel a uno y despreciará al otro. No se puede servir a Dios y al dinero.”

14 Los fariseos, que eran amigos del dinero, al oir estas cosas se burlaban de Jesús.

15 Él les dijo: “Vosotros pasáis por buenos delante de la gente, pero Dios conoce vuestros corazones; y lo que los hombres tienen por más elevado, Dios lo aborrece.

16 “La ley de Moisés y los escritos de los profetas llegan hasta Juan. Desde entonces se anuncia la buena noticia del reino de Dios, y todos se esfuerzan por entrar en él.

17 “Más fácil es que pasen el cielo y la tierra, que pierda su valor una sola letra de la ley.

18 “Si un hombre se separa de su esposa y se casa con otra, comete adulterio; y el que se casa con una mujer separada, también comete adulterio.

19 “Había una vez un hombre rico, que vestía ropas espléndidas y todos los días celebraba brillantes fiestas.

20 Había también un mendigo llamado Lázaro, el cual, lleno de llagas, se sentaba en el suelo a la puerta del rico.

21 Este mendigo deseaba llenar su estómago de lo que caía de la mesa del rico; y los perros se acercaban a lamerle las llagas.

22 Un día murió el mendigo, y los ángeles lo llevaron junto a Abraham, al paraíso. Y el rico también murió, y lo enterraron.

23 “El rico, padeciendo en el lugar al que van los muertos, levantó los ojos y vio de lejos a Abraham, y a Lázaro con él.

24 Entonces gritó: ‘¡Padre Abraham, ten compasión de mí! Envía a Lázaro, a que moje la punta de su dedo en agua y venga a refrescar mi lengua, porque estoy sufriendo mucho entre estas llamas.’

25 Pero Abraham le contestó: ‘Hijo, recuerda que a ti te fue muy bien en la vida y que a Lázaro le fue muy mal. Ahora él recibe consuelo aquí, y tú en cambio estás sufriendo.

26 Pero además hay un gran abismo abierto entre nosotros y vosotros; de modo que los que quieren pasar de aquí ahí, no pueden, ni los de ahí tampoco pueden pasar aquí.’

27 “El rico dijo: ‘Te suplico entonces, padre Abraham, que envíes a Lázaro a casa de mi padre,

28 donde tengo cinco hermanos. Que les hable, para que no vengan también ellos a este lugar de tormento.’

29 Abraham respondió: ‘Ellos ya tienen lo que escribieron Moisés y los profetas: ¡que les hagan caso!’

30 El rico contestó: ‘No se lo harán, padre Abraham. En cambio, sí que se convertirán si se les aparece alguno de los que ya han muerto.’

31 Pero Abraham le dijo: ‘Si no quieren hacer caso a Moisés y a los profetas, tampoco creerán aunque algún muerto resucite.’ ”

17

1 Jesús dijo a sus discípulos: “Siempre habrá incitaciones al pecado, pero ¡ay de aquel que haga pecar a los demás!

2 Mejor le sería que lo arrojasen al mar con una piedra de molino atada al cuello, que hacer caer en pecado a uno de estos pequeños.

3 ¡Tened cuidado! “Si tu hermano te ofende, repréndele; pero si cambia de actitud, perdónale.

4 Aunque te ofenda siete veces en un día, si siete veces viene a decirte: ‘No volveré a hacerlo’, debes perdonarle.”

5 Los apóstoles pidieron al Señor: –Danos más fe.

6 El Señor les contestó: –Si tuvierais fe, aunque fuera tan pequeña como una semilla de mostaza, podríais decirle a esta morera: ‘Desarráigate de aquí y plántate en el mar’, y el árbol os obedecería.

7 “Si uno de vosotros tiene un criado que regresa del campo después de haber estado arando o cuidando el ganado, ¿acaso le dice: ‘Pasa y siéntate a comer’?

8 No, sino que le dice: ‘Prepárame la cena y estáte atento a servirme mientras como y bebo. Después podrás tú comer y beber.’

9 Y tampoco da las gracias al criado por haber hecho lo que le mandó.

10 Igualmente vosotros, cuando ya hayáis hecho todo lo que Dios os manda deberéis decir: ‘Somos servidores inútiles; no hicimos más que cumplir con nuestra obligación.’

11 En su camino a Jerusalén, pasó Jesús entre las regiones de Samaria y Galilea.

12 Al llegar a cierta aldea le salieron al encuentro diez hombres enfermos de lepra, que desde lejos

13 gritaban: –¡Jesús, Maestro, ten compasión de nosotros!

14 Al verlos, Jesús les dijo: –Id a presentaros a los sacerdotes. Mientras iban, quedaron limpios de su enfermedad.

15 Uno de ellos, al verse sanado, regresó alabando a Dios a grandes voces,

16 y se inclinó hasta el suelo ante Jesús para darle las gracias. Este hombre era de Samaria.

17 Jesús dijo: –¿Acaso no son diez los que quedaron limpios de su enfermedad? ¿Dónde están los otros nueve?

18 ¿Únicamente este extranjero ha vuelto para alabar a Dios?

19 Y dijo al hombre: –Levántate y vete. Por tu fe has sido sanado.

20 Los fariseos preguntaron a Jesús cuándo había de llegar el reino de Dios, y él les contestó: –La venida del reino de Dios no es posible de calcular.

21 No se dirá: ‘Aquí está’ o ‘Allí está’, porque el reino de Dios ya está entre vosotros.

22 Y dijo a sus discípulos: –Vendrán tiempos en que querréis ver siquiera uno de los días del Hijo del hombre, pero no lo veréis.

23 Algunos dirán: ‘Aquí está’, o ‘Allí está’, pero no vayáis ni los sigáis.

24 Porque así como el relámpago, con su resplandor, ilumina el cielo de uno a otro lado, así será el Hijo del hombre el día de su venida.

25 Pero primero tiene que sufrir mucho y ser rechazado por la gente de este tiempo.

26 Como sucedió en tiempos de Noé, sucederá también en los días en que venga el Hijo del hombre.

27 La gente comía y bebía y se casaba, hasta el día en que Noé entró en el arca, cuando llegó el diluvio y todos murieron.

28 Y lo mismo pasó en los tiempos de Lot: la gente comía y bebía, compraba y vendía, sembraba y construía casas;

29 pero cuando Lot salió de la ciudad de Sodoma, llovió del cielo fuego y azufre y todos murieron.

30 Así será el día en que se manifieste el Hijo del hombre.

31 “Aquel día, el que se encuentre en la azotea y tenga sus cosas dentro de la casa, que no baje a sacarlas; y el que esté en el campo, que no regrese a su casa.

32 ¡Acordaos de la mujer de Lot!

33 El que trate de salvar su vida la perderá, pero el que la pierda, vivirá.

34 “Os digo que aquella noche estarán dos en una misma cama: a uno se lo llevarán y al otro lo dejarán.

35 Dos mujeres estarán moliendo juntas: a una se la llevarán y a la otra la dejarán.”

36

37 Le preguntaron entonces: –¿Dónde ocurrirá eso, Señor? Y él les contestó: –Donde esté el cadáver, allí se juntarán los buitres.

18

1 Jesús les contó una parábola para enseñarles que debían orar siempre y no desanimarse.

2 Les dijo: “Había en un pueblo un juez que no temía a Dios ni respetaba a los hombres.

3 Y en el mismo pueblo vivía también una viuda, que tenía planteado un pleito y que fue al juez a pedirle justicia contra su adversario.

4 Durante mucho tiempo el juez no quiso atenderla, pero finalmente pensó: ‘Yo no temo a Dios ni respeto a los hombres.

5 Sin embargo, como esta viuda no deja de molestarme, le haré justicia, para que no siga viniendo y acabe con mi paciencia.’ ”

6 El Señor añadió: “Pues bien, si esto es lo que dijo aquel mal juez,

7 ¿cómo Dios no va a hacer justicia a sus escogidos, que claman a él día y noche? ¿Los hará esperar?

8 Os digo que les hará justicia sin demora. Pero cuando el Hijo del hombre venga, ¿encontrará todavía fe en la tierra?”

9 Jesús contó esta otra parábola para algunos que se consideraban a sí mismos justos y despreciaban a los demás:

10 “Dos hombres fueron al templo a orar: el uno era fariseo, y el otro era uno de esos que cobran impuestos para Roma.

11 El fariseo, de pie, oraba así: ‘Oh Dios, te doy gracias porque no soy como los demás: ladrones, malvados y adúlteros. Ni tampoco soy como ese cobrador de impuestos.

12 Ayuno dos veces por semana y te doy la décima parte de todo lo que gano.’

13 A cierta distancia, el cobrador de impuestos ni siquiera se atrevía a levantar los ojos al cielo, sino que se golpeaba el pecho y decía: ‘¡Oh Dios, ten compasión de mí que soy pecador!’

14 Os digo que este cobrador de impuestos volvió a su casa perdonado por Dios; pero no el fariseo. Porque el que a sí mismo se engrandece será humillado, y el que se humilla será engrandecido.”

15 También llevaban niños a Jesús, para que los tocara; pero los discípulos, al verlo, reprendían a quienes los llevaban.

16 Entonces Jesús los llamó y dijo: –Dejad que los niños vengan a mí y no se lo impidáis, porque el reino de Dios es de quienes son como ellos.

17 Os aseguro que el que no acepta el reino de Dios como un niño, no entrará en él.

18 Uno de los jefes preguntó a Jesús: –Maestro bueno, ¿qué debo hacer para alcanzar la vida eterna?

19 Jesús le contestó: –¿Por qué me llamas bueno? Bueno solamente hay uno: Dios.

20 Ya sabes los mandamientos: ‘No cometas adulterio, no mates, no robes, no mientas en perjuicio de nadie y honra a tu padre y a tu madre.’

21 El hombre le dijo: –Todo eso lo he cumplido desde joven.

22 Al oirlo, Jesús le contestó: –Todavía te falta una cosa: vende todo lo que tienes y dáselo a los pobres. Así tendrás riquezas en el cielo. Luego ven y sígueme.

23 Pero cuando el hombre oyó esto se puso muy triste, porque era muy rico.

24 Jesús, viéndole tan triste, dijo: –¡Qué difícil les va a ser a los ricos entrar en el reino de Dios!

25 Más fácil es para un camello pasar por el ojo de una aguja que para un rico entrar en el reino de Dios.

26 Los que lo oyeron preguntaron: –Entonces, ¿quién podrá salvarse?

27 Jesús les contestó: –Lo que es imposible para los hombres es posible para Dios.

28 Pedro le dijo: –Señor, nosotros hemos dejado todo lo nuestro y te hemos seguido.

29 Él les respondió: –Os aseguro que todo el que por causa del reino de Dios haya dejado casa, esposa, hermanos, padres o hijos,

30 recibirá mucho más en este mundo, y en el mundo venidero recibirá la vida eterna.

31 Jesús llamó aparte a los doce discípulos y les dijo: “Ahora vamos a Jerusalén, donde se ha de cumplir todo lo que los profetas escribieron acerca del Hijo del hombre.

32 Pues lo entregarán a los extranjeros, se burlarán de él, lo insultarán y le escupirán.

33 Le golpearán y lo matarán; pero al tercer día resucitará.”

34 Ellos no entendieron nada de esto ni sabían de qué les hablaba, pues eran cosas que no podían comprender.

35 Se encontraba Jesús ya cerca de Jericó. Un ciego que estaba sentado junto al camino, pidiendo limosna,

36 al oir que pasaba mucha gente preguntó qué sucedía.

37 Le dijeron que Jesús de Nazaret pasaba por allí,

38 y él gritó: –¡Jesús, Hijo de David, ten compasión de mí!

39 Los que iban delante le reprendían para que se callase, pero él gritaba todavía más: –¡Hijo de David, ten compasión de mí!

40 Jesús se detuvo y mandó que se lo trajeran. Cuando lo tuvo cerca le preguntó:

41 –¿Qué quieres que haga por ti? El ciego contestó: –Señor, quiero recobrar la vista.

42 Jesús le dijo: –¡Recóbrala! Por tu fe has sido sanado.

43 En aquel mismo momento recobró el ciego la vista, y siguió a Jesús alabando a Dios. Y toda la gente que vio esto alababa también a Dios.

19

1 Jesús entró en Jericó e iba atravesando la ciudad.

2 Vivía en ella un hombre rico llamado Zaqueo, jefe de los que cobraban impuestos para Roma.

3 Quería conocer a Jesús, pero no conseguía verle, porque había mucha gente y Zaqueo era de baja estatura.

4 Así que, echando a correr, se adelantó, y para alcanzar a verle se subió a un árbol junto al cual tenía que pasar Jesús.

5 Al llegar allí, Jesús miró hacia arriba y le dijo: –Zaqueo, baja en seguida porque hoy he de quedarme en tu casa.

6 Zaqueo bajó aprisa, y con alegría recibió a Jesús.

7 Al ver esto comenzaron todos a criticar a Jesús, diciendo que había ido a quedarse en casa de un pecador.

8 Pero Zaqueo, levantándose entonces, dijo al Señor: –Mira, Señor, voy a dar a los pobres la mitad de mis bienes; y si he robado algo a alguien, le devolveré cuatro veces más.

9 Jesús le dijo: –Hoy ha llegado la salvación a esta casa, porque este hombre también es descendiente de Abraham.

10 Pues el Hijo del hombre ha venido a buscar y salvar lo que se había perdido.

11 La gente escuchaba estas cosas que decía Jesús. Y él les contó una parábola, porque ya se encontraba cerca de Jerusalén y ellos pensaban que el reino de Dios estaba a punto de manifestarse.

12 Les dijo: “Un hombre de la nobleza se fue lejos, a otro país, para ser hecho rey y regresar.

13 Antes de partir llamó a diez de sus criados, entregó a cada uno una gran suma de dinero y les dijo: ‘Negociad con este dinero hasta que yo vuelva.’

14 Pero las gentes de su país le odiaban, y enviaron tras él una comisión con el encargo de decir: ‘No queremos que este hombre sea nuestro rey.’

15 “Pero él fue hecho rey. A su vuelta, mandó llamar a aquellos criados a quienes había entregado el dinero, para saber cuánto había ganado cada uno.

16 El primero se presentó y dijo: ‘Señor, tu dinero ha producido diez veces más.’

17 El rey le contestó: ‘Muy bien, eres un buen administrador. Y como has sido fiel en lo poco, te hago gobernador de diez ciudades.’

18 Se presentó otro y dijo: ‘Señor, tu dinero ha producido cinco veces más.’

19 También a este le contestó: ‘Tú serás gobernador de cinco ciudades.’

20 “Pero se presentó otro, que dijo: ‘Señor, aquí está tu dinero. Lo guardé en un pañuelo,

21 pues tuve miedo de ti, porque eres un hombre duro que recoges lo que no pusiste y cosechas donde no sembraste.’

22 Entonces le dijo el rey: ‘Tú eres un mal administrador, y por tus propias palabras te juzgo. Puesto que sabías que yo soy un hombre duro, que recojo lo que no puse y cosecho donde no sembré,

23 ¿por qué no llevaste mi dinero al banco para, a mi regreso, devolvérmelo junto con los intereses?’

24 Y ordenó a los que estaban allí: ‘Quitadle el dinero y dádselo al que ganó diez veces más.’

25 Ellos le dijeron: ‘Señor, ¡pero si este ya tiene diez veces más!’

26 El rey contestó: ‘Os digo que al que tiene se le dará más; pero al que no tiene, hasta lo poco que tiene se le quitará.

27 Y en cuanto a mis enemigos, a esos que no querían tenerme por rey, traedlos acá y matadlos en mi presencia.’ ”

28 Dicho esto, Jesús siguió su viaje a Jerusalén.

29 Cuando ya estaba cerca de Betfagé y Betania, junto al monte llamado de los Olivos, envió a dos de sus discípulos

30 diciéndoles: –Id a la aldea de enfrente, y al llegar encontraréis un asno atado que nadie ha montado todavía. Desatadlo y traedlo.

31 Si alguien os pregunta por qué lo desatáis, respondedle que el Señor lo necesita.

32 Los discípulos fueron y lo encontraron todo como Jesús se lo había dicho.

33 Mientras desataban el asno, los dueños les preguntaron: –¿Por qué lo desatáis?

34 Ellos contestaron: –Porque el Señor lo necesita.

35 Se lo llevaron a Jesús, cubrieron el asno con sus capas e hicieron que Jesús montara en él.

36 Conforme Jesús avanzaba, la gente tendía sus capas por el camino.

37 Y al acercarse a la bajada del monte de los Olivos, todos sus seguidores comenzaron a gritar de alegría y a alabar a Dios por todos los milagros que habían visto.

38 Decían: –¡Bendito el Rey que viene en el nombre del Señor! ¡Paz en el cielo y gloria en las alturas!

39 Entonces algunos fariseos que se hallaban entre la gente le dijeron: –Maestro, reprende a tus seguidores.

40 Pero Jesús les contestó: –Os digo que si estos callan, las piedras gritarán.

41 Cuando llegó cerca de Jerusalén, al ver la ciudad, lloró por ella

42 y dijo: “¡Si entendieras siquiera en este día lo que puede darte paz!... Pero ahora eso te está oculto y no puedes verlo.

43 Pues van a venir días malos para ti, en los que tus enemigos te cercarán con barricadas, te sitiarán, te atacarán por todas partes

44 y te destruirán por completo. Matarán a tus habitantes y no dejarán en ti piedra sobre piedra, porque no reconociste el momento en que Dios vino a salvarte.”

45 Después de esto, Jesús entró en el templo y comenzó a expulsar a los que allí estaban vendiendo.

46 Les dijo: –En las Escrituras se dice: ‘Mi casa será casa de oración’, pero vosotros la habéis convertido en una cueva de ladrones.

47 Todos los días enseñaba Jesús en el templo, y los jefes de los sacerdotes, los maestros de la ley y también los jefes del pueblo andaban buscando cómo matarlo.

48 Pero no encontraban la manera de hacerlo, porque toda la gente le escuchaba con gran atención.

20

1 Un día, mientras Jesús estaba en el templo enseñando a la gente y anunciando la buena noticia, llegaron los jefes de los sacerdotes y los maestros de la ley, junto con los ancianos,

2 y le preguntaron: –¿Con qué autoridad haces estas cosas? ¿Quién te ha dado esa autoridad?

3 Jesús les contestó: –Yo también os voy a hacer una pregunta. Respondedme:

4 ¿Quién envió a Juan a bautizar: Dios o los hombres?

5 Empezaron a discutir unos con otros: “Si respondemos que lo envió Dios, él nos dirá: ‘¿Por qué no le creísteis?’

6 Y si decimos que fueron los hombres, la gente nos matará a pedradas, porque todos están convencidos de que Juan era un profeta.”

7 Así pues, respondieron que no sabían quién había enviado a Juan a bautizar.

8 Jesús les contestó: –Entonces tampoco yo os digo con qué autoridad hago estas cosas.

9 Luego comenzó Jesús a hablar a la gente contando esta parábola: “Un hombre plantó una viña, la arrendó a unos labradores y emprendió un largo viaje.

10 A su debido tiempo, mandó un criado a pedir a los labradores la parte de cosecha que le correspondía; pero ellos le golpearon y lo enviaron con las manos vacías.

11 Entonces el dueño mandó otro criado; pero también a este lo insultaron, le golpearon y lo enviaron con las manos vacías.

12 Volvió a mandar otro, pero los labradores también le hirieron y lo echaron fuera.

13 “Finalmente, el dueño de la viña dijo: ‘¿Qué haré? Mandaré a mi hijo, que me es tan querido. Seguramente lo respetarán.’

14 Pero cuando los labradores le vieron, se dijeron unos a otros: ‘Este es el heredero: matémoslo y la viña será para nosotros.’

15 Así que lo sacaron de la viña y lo mataron. "¿Qué, pues, creéis que hará con ellos el dueño de la viña?

16 Irá y matará a aquellos labradores, y dará la viña a otros.” Al oirlo, dijeron: –¡Eso, jamás!

17 Pero Jesús los miró y dijo: –Entonces ¿qué significa esto que dicen las Escrituras: ‘La piedra que despreciaron los constructores es ahora la piedra principal'?

18 Cualquiera que caiga sobre esa piedra se hará pedazos, y si la piedra cae sobre alguien, lo aplastará.

19 Los jefes de los sacerdotes y los maestros de la ley quisieron apresar a Jesús en aquel mismo momento, porque sabían que al contar esta parábola se refería a ellos. Pero tenían miedo de la gente.

20 Enviaron unos espías que, aparentando ser hombres de bien, hicieran decir a Jesús algo que les diera pretexto para entregarle al gobernador.

21 Le preguntaron: –Maestro, sabemos que lo que dices y enseñas es correcto, y que no juzgas por las apariencias. Tú enseñas de veras a vivir como Dios ordena.

22 ¿Estamos nosotros obligados a pagar impuestos al césar, o no?

23 Jesús, dándose cuenta de la mala intención que llevaban, les dijo:

24 –Enseñadme un denario. ¿De quién es la imagen y el nombre aquí escrito? Le contestaron: –Del césar.

25 Jesús les dijo: –Pues dad al césar lo que es del césar, y a Dios lo que es de Dios.

26 Y no pudieron sorprenderle en ninguna palabra delante de la gente. Al contrario, admirados de su respuesta, se callaron.

27 Después acudieron algunos saduceos a ver a Jesús. Los saduceos niegan que haya resurrección de los muertos, y por eso le plantearon este caso:

28 –Maestro, Moisés nos dejó escrito que si un hombre casado muere sin haber tenido hijos con su mujer, el hermano del difunto deberá tomar por esposa a la viuda para darle hijos al hermano que murió.

29 Pues bien, había una vez siete hermanos, el primero de los cuales se casó, pero murió sin dejar hijos.

30 El segundo

31 y luego el tercero se casaron con la viuda, y lo mismo hicieron los demás, pero los siete murieron sin dejar hijos.

32 Finalmente murió también la mujer.

33 Así pues, en la resurrección, ¿cuál de ellos la tendrá por esposa, si los siete estuvieron casados con ella?

34 Jesús les contestó: –En este mundo, los hombres y las mujeres se casan;

35 pero los que merezcan llegar a aquel otro mundo y resucitar, sean hombres o mujeres, ya no se casarán,

36 puesto que ya tampoco podrán morir. Serán como los ángeles, y serán hijos de Dios por haber resucitado.

37 Hasta el mismo Moisés, en el pasaje de la zarza ardiendo, nos hace saber que los muertos resucitan. Allí dice que el Señor es el Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob.

38 ¡Y Dios no es Dios de muertos, sino de vivos, pues para él todos están vivos!

39 Algunos maestros de la ley dijeron entonces: –Bien dicho, Maestro.

40 Y ya no se atrevieron a hacerle más preguntas.

41 Jesús les preguntó: –¿Por qué se dice que el Mesías desciende de David?

42 Pues David mismo, en el libro de los Salmos, dice: ‘El Señor dijo a mi Señor: Siéntate a mi derecha

43 hasta que yo haga de tus enemigos el estrado de tus pies.’

44 ¿Cómo puede entonces el Mesías descender de David, si David mismo le llama Señor?

45 Toda la gente estaba escuchando, y Jesús dijo a sus discípulos:

46 “Guardaos de los maestros de la ley, pues les gusta andar con ropas largas y que los saluden con todo respeto en la calle. Buscan los asientos de honor en las sinagogas y los mejores puestos en los banquetes,

47 y so pretexto de hacer largas oraciones devoran las casas de las viudas. ¡Esos recibirán mayor castigo!”

21

1 Jesús estaba viendo cómo los ricos echaban dinero en las arcas de las ofrendas,

2 y vio también a una viuda pobre que echaba dos monedas de cobre.

3 Entonces dijo: –Verdaderamente os digo que esta viuda pobre ha dado más que nadie,

4 pues todos dan sus ofrendas de lo que les sobra, pero ella, en su pobreza, ha dado todo lo que tenía para su sustento.

5 Algunos estaban hablando del templo, de la belleza de sus piedras y de las ofrendas que lo adornaban. Jesús dijo:

6 –Vienen días en que de todo esto que estáis viendo no quedará piedra sobre piedra. ¡Todo será destruido!

7 Preguntaron a Jesús: –Maestro, ¿cuándo ocurrirán esas cosas? ¿Cuál será la señal de que ya están a punto de suceder?

8 Jesús contestó: “Tened cuidado y no os dejéis engañar. Porque vendrán muchos haciéndose pasar por mí y diciendo: ‘Yo soy’ y ‘Ahora es el momento’, pero no los sigáis.

9 Y cuando oigáis alarmas de guerras y revoluciones no os asustéis, pues aunque todo eso tiene que ocurrir primero, aún no habrá llegado el fin.”

10 Siguió diciéndoles: “Una nación peleará contra otra y un país hará guerra contra otro;

11 en diferentes lugares habrá grandes terremotos, hambres y enfermedades, y en el cielo se verán cosas espantosas y grandes señales.

12 “Pero antes de eso os echarán mano y os perseguirán: os llevarán a juicio en las sinagogas, os meterán en la cárcel y os conducirán ante reyes y gobernadores por causa mía.

13 Así tendréis oportunidad de dar testimonio de mí.

14 Haceos el propósito de no preparar de antemano vuestra defensa,

15 porque yo os daré palabras tan llenas de sabiduría que ninguno de vuestros enemigos podrá resistiros ni contradeciros en nada.

16 Pero seréis traicionados incluso por vuestros padres, hermanos, parientes y amigos. Matarán a algunos de vosotros

17 y todo el mundo os odiará por causa mía,

18 pero no se perderá ni un solo cabello de vuestra cabeza.

19 ¡Permaneced firmes y salvaréis vuestra vida!

20 “Cuando veáis a Jerusalén rodeada de ejércitos, sabed que pronto será destruida.

21 Entonces los que estén en Judea, que huyan a las montañas; los que estén en Jerusalén, que salgan de la ciudad; y los que estén en el campo, que no regresen a ella.

22 Porque serán días de castigo en los que se cumplirá cuanto dicen las Escrituras.

23 ¡Pobres de las mujeres que en aquellos días estén embarazadas o tengan niños de pecho!, porque habrá mucho dolor en el país y un castigo terrible contra este pueblo.

24 A unos los matarán a filo de espada, a otros los llevarán prisioneros por todas las naciones, y los paganos pisotearán Jerusalén hasta que se cumpla el tiempo que les ha sido señalado.

25 “Habrá señales en el sol, la luna y las estrellas. En la tierra, las naciones estarán confusas y angustiadas por el ruido terrible del mar y de las olas.

26 La gente se desmayará de espanto pensando en lo que ha de sucederle al mundo, pues hasta las fuerzas celestiales se tambalearán.

27 Entonces verán al Hijo del hombre venir en una nube con gran poder y gloria.

28 Cuando empiecen a suceder estas cosas, animaos y levantad la cabeza, porque muy pronto seréis liberados.”

29 También les propuso Jesús esta comparación: “Mirad la higuera, o cualquier otro árbol:

30 cuando veis que ya brotan sus hojas, comprendéis que el verano está cerca.

31 De la misma manera, cuando veáis que suceden esas cosas, sabed que el reino de Dios ya está cerca.

32 “Os aseguro que todo ello sucederá antes que haya muerto la gente de este tiempo.

33 El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán.

34 “Tened cuidado y no dejéis que vuestro corazón se endurezca por los vicios, las borracheras y las preocupaciones de esta vida, para que aquel día no caiga de pronto sobre vosotros

35 como una trampa; porque así vendrá sobre todos los habitantes de la tierra.

36 Permaneced vigilantes, orando en todo tiempo para que podáis escapar de todas esas cosas que van a suceder, y para que podáis presentaros delante del Hijo del hombre.”

37 Jesús enseñaba de día en el templo, pero de noche se quedaba en el monte llamado de los Olivos.

38 Y toda la gente madrugaba para ir al templo a escucharle.

22

1 Estaba ya cerca la fiesta en que se come el pan sin levadura, o sea, la fiesta de la Pascua.

2 Los jefes de los sacerdotes y los maestros de la ley, que tenían miedo de la gente, buscaban la manera de matar a Jesús.

3 Entonces Satanás entró en Judas, uno de los doce discípulos, al que llamaban Iscariote.

4 Este fue a ver a los jefes de los sacerdotes y a los oficiales del templo, y habló con ellos sobre cómo entregarles a Jesús.

5 Ellos se alegraron y prometieron dinero a Judas.

6 Este aceptó, y empezó a buscar un momento oportuno, cuando no hubiera gente, para entregarles a Jesús.

7 Llegó el día de la fiesta en que se comía el pan sin levadura, cuando se sacrificaba el cordero de Pascua.

8 Jesús envió a Pedro y a Juan, diciendo: –Id a prepararnos la cena de Pascua.

9 Ellos le preguntaron: –¿Dónde quieres que la preparemos?

10 Jesús les contestó: –Al entrar en la ciudad encontraréis a un hombre que lleva un cántaro de agua; seguidle hasta la casa donde entre

11 y decidle al dueño de la casa: ‘El Maestro pregunta: ¿Cuál es la sala donde he de comer con mis discípulos la cena de Pascua?’

12 Él os mostrará en el piso alto una habitación grande y arreglada: preparad allí la cena.

13 Fueron, pues, y lo encontraron todo como Jesús les había dicho, y prepararon la cena de Pascua.

14 Cuando llegó la hora, Jesús y los apóstoles se sentaron a la mesa.

15 Él les dijo: –¡Cuánto he deseado celebrar con vosotros esta cena de Pascua antes de mi muerte!

16 Porque os digo que no volveré a celebrarla hasta que se cumpla en el reino de Dios.

17 Entonces tomó en sus manos una copa, y habiendo dado gracias a Dios dijo: –Tomad esto y repartidlo entre vosotros;

18 porque os digo que no volveré a beber del fruto de la vid hasta que venga el reino de Dios.

19 Después tomó el pan en sus manos, y habiendo dado gracias a Dios lo partió y se lo dio a ellos, diciendo: –Esto es mi cuerpo, entregado a muerte en favor vuestro. Haced esto en memoria de mí.

20 Lo mismo hizo con la copa después de la cena, diciendo: –Esta copa es el nuevo pacto confirmado con mi sangre, la cual es derramada en favor vuestro.

21 Pero mirad, la mano del que me va a traicionar está aquí, con la mía, sobre la mesa.

22 Pues el Hijo del hombre ha de recorrer el camino que se le ha señalado, pero ¡ay de aquel que le traiciona!

23 Entonces comenzaron a preguntarse unos a otros quién sería el traidor.

24 Los discípulos tuvieron una discusión sobre cuál de ellos debía ser considerado el más importante.

25 Jesús les dijo: “Entre los paganos, los reyes gobiernan con tiranía a sus súbditos, y a los jefes se les llama benefactores.

26 Pero vosotros no debéis ser así. Al contrario, el más importante entre vosotros tiene que hacerse como el más joven, y el que manda tiene que hacerse como el que sirve.

27 Pues ¿quién es más importante, el que se sienta a la mesa a comer o el que sirve? ¿No es acaso el que se sienta a la mesa? En cambio yo estoy entre vosotros como el que sirve.

28 “Vosotros habéis estado siempre conmigo en mis pruebas.

29 Por eso yo os asigno un reino, como mi Padre me lo asignó a mí,

30 y comeréis y beberéis a mi mesa en mi reino, y os sentaréis en tronos para juzgar a las doce tribus de Israel.”

31 Dijo también el Señor: –Simón, Simón, mira que Satanás os ha reclamado para zarandearos como a trigo;

32 pero yo he rogado por ti, para que no te falte la fe. Y tú, cuando te hayas vuelto a mí, ayuda a tus hermanos a permanecer firmes.

33 Simón le dijo: –Señor, estoy dispuesto a ir contigo a la cárcel y hasta a morir contigo.

34 Jesús le contestó: –Pedro, te digo que hoy mismo, antes que cante el gallo, negarás tres veces que me conoces.

35 Luego Jesús les preguntó: –Cuando os envié sin bolsa ni provisiones ni sandalias, ¿acaso os faltó algo? Ellos contestaron: –Nada.

36 Entonces les dijo: –Ahora, en cambio, el que tenga bolsa, que la traiga, y también provisiones; y el que no tenga espada, que venda su abrigo y se compre una.

37 Porque os digo que ha de cumplirse en mí lo que dicen las Escrituras: ‘Y fue contado entre los malvados’. Porque todo lo que de mí está escrito ha de cumplirse.

38 Ellos dijeron: –Señor, aquí hay dos espadas. Y él contestó: –Ya basta.

39 Luego salió Jesús y, según su costumbre, se fue al monte de los Olivos. Los discípulos le siguieron.

40 Al llegar al lugar, les dijo: –Orad, para que no caigáis en tentación.

41 Se alejó de ellos como a distancia de un tiro de piedra, y se puso a orar de rodillas,

42 diciendo: –Padre, si quieres, líbrame de esta copa amarga; pero no se haga mi voluntad, sino la tuya.

43 ]En esto se le apareció un ángel del cielo, que le daba fuerzas.

44 En medio de un gran sufrimiento, Jesús oraba aún más intensamente, y el sudor le caía al suelo como grandes gotas de sangre.]

45 Cuando se levantó de la oración fue a donde estaban los discípulos, y los encontró dormidos, vencidos por la tristeza.

46 Les dijo: –¿Por qué dormís? Levantaos y orad, para que no caigáis en tentación.

47 Todavía estaba hablando Jesús, cuando llegó un grupo de gente. El que se llamaba Judas, que era uno de los doce discípulos, iba a la cabeza, y se acercó a besar a Jesús.

48 Jesús le dijo: –Judas, ¿con un beso traicionas al Hijo del hombre?

49 Los que estaban con Jesús, al ver lo que pasaba, le preguntaron: –Señor, ¿atacamos con espada?

50 Y uno de ellos hirió al criado del sumo sacerdote cortándole la oreja derecha.

51 Jesús dijo: –Dejadlo. Ya basta. Y tocando la oreja al criado, se la curó.

52 Luego dijo a los jefes de los sacerdotes, a los oficiales del templo y a los ancianos que habían ido a apresarle: –¿Por qué venís con espadas y palos como si yo fuera un bandido?

53 Todos los días he estado con vosotros en el templo, y ni siquiera me tocasteis. Pero esta es vuestra hora, la del poder de las tinieblas.

54 Arrestaron entonces a Jesús y lo llevaron a la casa del sumo sacerdote. Pedro le seguía de lejos.

55 Allí, en medio del patio, habían hecho fuego, y se sentaron alrededor. Pedro también se sentó entre ellos.

56 En esto, una sirvienta, al verle sentado junto al fuego, se quedó mirándole y dijo: –También este estaba con él.

57 Pero Pedro lo negó, diciendo: –Mujer, yo no le conozco.

58 Poco después le vio otro y dijo: –Tú también eres de ellos. Pedro contestó: –No, hombre, no lo soy.

59 Como una hora más tarde, otro insistió: –Seguro que este estaba con él. Además es de Galilea.

60 Pedro dijo: –¡Hombre, no sé de qué hablas! En el mismo instante, mientras Pedro aún estaba hablando, cantó un gallo.

61 Entonces el Señor se volvió y miró a Pedro, y Pedro se acordó de que el Señor le había dicho: “Hoy, antes que cante el gallo, me negarás tres veces.”

62 Y salió Pedro de allí y lloró amargamente.

63 Los hombres que estaban vigilando a Jesús se burlaban de él y le golpeaban.

64 Le taparon los ojos y le decían: –¡Adivina quién te ha pegado!

65 Y le insultaban de otras muchas maneras.

66 Al hacerse de día se reunieron los ancianos de los judíos, los jefes de los sacerdotes y los maestros de la ley. Condujeron a Jesús ante la Junta Suprema, y allí le preguntaron:

67 – Dinos, ¿eres tú el Mesías? –Si os digo que sí –les contestó–, no me vais a creer;

68 y si os hago preguntas, no me vais a responder.

69 Pero desde ahora el Hijo del hombre estará sentado a la derecha del Dios todopoderoso.

70 Todos le preguntaron: –¿Así que tú eres el Hijo de Dios? –Vosotros decís que lo soy –contestó Jesús.

71 Entonces dijeron ellos: –¿Qué necesidad tenemos de más testigos? ¡Nosotros mismos lo hemos oído de sus propios labios!

23

1 Se levantaron todos y condujeron a Jesús ante Pilato.

2 En presencia de este comenzaron a acusarle, diciendo: –Hemos encontrado a este hombre alborotando a nuestra nación. Dice que no debemos pagar impuestos al césar y afirma que él es el Mesías, el Rey.

3 Pilato le preguntó: –¿Eres tú el Rey de los judíos? –Tú lo dices –contestó Jesús.

4 Entonces Pilato dijo a los jefes de los sacerdotes y a la gente: –No encuentro culpa alguna en este hombre.

5 Pero ellos insistían aún más: –Con sus enseñanzas está alborotando a todo el pueblo. Empezó en Galilea y ahora sigue haciéndolo aquí, en Judea.

6 Al oir esto, Pilato preguntó si Jesús era de Galilea.

7 Y al saber que, en efecto, lo era, se lo envió a Herodes, el gobernador de Galilea, que por aquellos días se encontraba también en Jerusalén.

8 Al ver a Jesús, Herodes se alegró mucho, porque ya hacía bastante tiempo que quería conocerle, pues había oído hablar de él y esperaba verle hacer algún milagro.

9 Le preguntó muchas cosas, pero Jesús no le contestó nada.

10 También estaban allí los jefes de los sacerdotes y los maestros de la ley, que le acusaban con gran insistencia.

11 Entonces Herodes y sus soldados le trataron con desprecio, y para burlarse de él le pusieron un espléndido manto real. Luego Herodes se lo envió nuevamente a Pilato.

12 Aquel día se hicieron amigos Pilato y Herodes, que hasta entonces habían sido enemigos.

13 Pilato reunió a los jefes de los sacerdotes, a las autoridades y al pueblo,

14 y les dijo: –Aquí me habéis traído a este hombre, diciendo que alborota al pueblo, pero le he interrogado delante de vosotros y no le he encontrado culpable de nada de lo que le acusáis.

15 Ni tampoco Herodes, puesto que nos lo ha devuelto. Ya veis que no ha hecho nada que merezca la pena de muerte.

16 Le voy a castigar y luego lo pondré en libertad.

17

18 Pero todos a una comenzaron a gritar: –¡Fuera con ese! ¡Suéltanos a Barrabás!

19 Barrabás era uno que estaba en la cárcel por una rebelión en la ciudad, y por un asesinato.

20 Pilato, que quería poner en libertad a Jesús, les habló otra vez;

21 pero ellos gritaron más aún: –¡Crucifícalo! ¡Crucifícalo!

22 Por tercera vez les dijo Pilato: –Pues ¿qué mal ha hecho? Yo no encuentro en él nada que merezca la pena de muerte. Le voy a castigar y luego lo pondré en libertad.

23 Pero ellos insistían a grandes voces, pidiendo que lo crucificase. Y como sus gritos crecían más y más,

24 Pilato decidió hacer lo que le pedían:

25 puso en libertad al que habían escogido, el que estaba en la cárcel por rebelión y asesinato, y entregó a Jesús a la voluntad de ellos.

26 Cuando llevaban a crucificar a Jesús, echaron mano de un hombre de Cirene llamado Simón, que venía del campo, y le hicieron cargar con la cruz y llevarla detrás de Jesús.

27 Mucha gente y muchas mujeres que lloraban y gritaban de dolor por él, le seguían.

28 Jesús las miró, y les dijo: –Mujeres de Jerusalén, no lloréis por mí, sino por vosotras mismas y por vuestros hijos.

29 Porque vendrán días en que se dirá: ‘¡Dichosas las que no pueden tener hijos, los vientres que nunca concibieron y los pechos que no dieron de mamar!’

30 Y entonces comenzará la gente a decir a los montes: ‘¡Caed sobre nosotros!’, y a las colinas: ‘¡Escondednos!’

31 Porque si con el árbol verde hacen todo esto, ¿qué no harán con el seco?

32 También llevaban a dos malhechores, para matarlos junto con Jesús.

33 Cuando llegaron al sitio llamado de la Calavera, crucificaron a Jesús y a los dos malhechores, uno a su derecha y otro a su izquierda.

34 ]Jesús dijo: “Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen.”] Los soldados echaron suertes para repartirse entre sí la ropa de Jesús.

35 La gente estaba allí mirando; y hasta las autoridades se burlaban de él diciendo: –Salvó a otros; ¡que se salve a sí mismo ahora, si de veras es el Mesías de Dios y su escogido!

36 Los soldados también se burlaban de Jesús. Se acercaban a él y le daban a beber vino agrio,

37 diciéndole: –¡Si eres el Rey de los judíos, sálvate a ti mismo!

38 Y sobre su cabeza había un letrero que decía: “Este es el Rey de los judíos.”

39 Uno de los malhechores allí colgados le insultaba, diciéndole: –¡Si tú eres el Mesías, sálvate a ti mismo y sálvanos a nosotros!

40 Pero el otro reprendió a su compañero diciendo: –¿No temes a Dios, tú que estás sufriendo el mismo castigo?

41 Nosotros padecemos con toda razón, pues recibimos el justo pago de nuestros actos; pero este no ha hecho nada malo.

42 Luego añadió: –Jesús, acuérdate de mí cuando comiences a reinar.

43 Jesús le contestó: –Te aseguro que hoy estarás conmigo en el paraíso.

44 Desde el mediodía y hasta las tres de la tarde, toda aquella tierra quedó en oscuridad.

45 El sol dejó de brillar y el velo del templo se rasgó por la mitad.

46 Jesús, gritando con fuerza, dijo: –¡Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu! Dicho esto, murió.

47 Cuando el centurión vio lo que había sucedido, alabó a Dios diciendo: –¡No hay duda de que este hombre era inocente!

48 Toda la multitud que estaba presente y que vio lo ocurrido regresó a la ciudad golpeándose el pecho.

49 Pero todos los amigos de Jesús, y también las mujeres que le habían seguido desde Galilea, se quedaron allí, mirando de lejos aquellas cosas.

50 Un hombre bueno y justo llamado José, que era miembro de la Junta Suprema de los judíos y que esperaba el reino de Dios, no estuvo de acuerdo con la actuación de la Junta. Este José, natural de Arimatea, un pueblo de Judea,

51

52 fue a ver a Pilato y le pidió el cuerpo de Jesús.

53 Después de bajarlo de la cruz, lo envolvió en una sábana de lino y lo puso en un sepulcro excavado en una peña, donde todavía no habían sepultado a nadie.

54 Era el día de la preparación, y el sábado estaba a punto de comenzar.

55 Las mujeres que habían acompañado a Jesús desde Galilea fueron y vieron el sepulcro, y se fijaron en cómo sepultaban el cuerpo.

56 Cuando volvieron a casa, prepararon perfumes y ungüentos.

24

1 Las mujeres descansaron el sábado, conforme al mandamiento, pero el primer día de la semana volvieron al sepulcro muy temprano, llevando los perfumes que habían preparado.

2 Al llegar, encontraron que la piedra que tapaba el sepulcro no se hallaba en su lugar;

3 y entraron, pero no encontraron el cuerpo del Señor Jesús.

4 Estaban asustadas, sin saber qué hacer, cuando de pronto vieron a dos hombres de pie junto a ellas, vestidos con ropas brillantes.

5 Llenas de miedo se inclinaron hasta el suelo, pero aquellos hombres les dijeron: –¿Por qué buscáis entre los muertos al que está vivo?

6 No está aquí. Ha resucitado. Acordaos de lo que os dijo cuando aún se hallaba en Galilea:

7 que el Hijo del hombre había de ser entregado en manos de pecadores, que lo crucificarían y que al tercer día resucitaría.

8 Entonces recordaron ellas las palabras de Jesús,

9 y al regresar del sepulcro contaron todo esto a los once apóstoles y a los demás.

10 Las que llevaron la noticia a los apóstoles fueron María Magdalena, Juana, María madre de Santiago, y las otras mujeres.

11 Pero a los apóstoles les parecía una locura lo que ellas contaban, y no las creían.

12 Sin embargo, Pedro fue corriendo al sepulcro. Miró dentro, pero no vio más que las sábanas. Entonces volvió a casa admirado de lo que había sucedido.

13 Dos de los discípulos se dirigían aquel mismo día a un pueblo llamado Emaús, a unos once kilómetros de Jerusalén.

14 Iban hablando de todo lo que había pasado.

15 Mientras conversaban y discutían, Jesús mismo se les acercó y se puso a caminar a su lado.

16 Pero, aunque le veían, algo les impedía reconocerle.

17 Jesús les preguntó: –¿De qué venís hablando por el camino? Se detuvieron tristes,

18 y uno de ellos llamado Cleofás contestó: –Seguramente tú eres el único que, habiendo estado en Jerusalén, no sabe lo que allí ha sucedido estos días.

19 Les preguntó: –¿Qué ha sucedido? Le dijeron: –Lo de Jesús de Nazaret, que era un profeta poderoso en hechos y palabras delante de Dios y de todo el pueblo.

20 Los jefes de los sacerdotes y nuestras autoridades lo entregaron para que lo condenaran a muerte y lo crucificaran.

21 Nosotros teníamos la esperanza de que él fuese el libertador de la nación de Israel, pero ya han pasado tres días desde entonces.

22 Sin embargo, algunas de las mujeres que están con nosotros nos han asustado, pues fueron de madrugada al sepulcro

23 y no encontraron el cuerpo; y volvieron a casa contando que unos ángeles se les habían aparecido y les habían dicho que Jesús está vivo.

24 Algunos de nuestros compañeros fueron después al sepulcro y lo encontraron todo como las mujeres habían dicho, pero no vieron a Jesús.

25 Jesús les dijo entonces: –¡Qué faltos de comprensión sois y cuánto os cuesta creer todo lo que dijeron los profetas!

26 ¿Acaso no tenía que sufrir el Mesías estas cosas antes de ser glorificado?

27 Luego se puso a explicarles todos los pasajes de las Escrituras que hablaban de él, comenzando por los libros de Moisés y siguiendo por todos los libros de los profetas.

28 Al llegar al pueblo adonde se dirigían, Jesús hizo como si fuera a seguir adelante;

29 pero ellos le obligaron a quedarse, diciendo: –Quédate con nosotros, porque ya es tarde y se está haciendo de noche. Entró, pues, Jesús, y se quedó con ellos.

30 Cuando estaban sentados a la mesa, tomó en sus manos el pan, y habiendo dado gracias a Dios, lo partió y se lo dio.

31 En ese momento se les abrieron los ojos y reconocieron a Jesús; pero él desapareció.

32 Se dijeron el uno al otro: –¿No es cierto que el corazón nos ardía en el pecho mientras nos venía hablando por el camino y nos explicaba las Escrituras?

33 Sin esperar a más, se pusieron en camino y regresaron a Jerusalén, donde encontraron reunidos a los once apóstoles y a los que estaban con ellos.

34 Estos les dijeron: –Verdaderamente ha resucitado el Señor y se ha aparecido a Simón.

35 Entonces ellos contaron lo que les había pasado en el camino, y cómo reconocieron a Jesús al partir el pan.

36 Todavía estaban hablando de estas cosas, cuando Jesús se puso en medio de ellos y los saludó diciendo: –Paz a vosotros.

37 Ellos, sobresaltados y muy asustados, pensaron que estaban viendo un espíritu.

38 Pero Jesús les dijo: –¿Por qué estáis tan asustados y por qué tenéis esas dudas en vuestro corazón?

39 Ved mis manos y mis pies: ¡soy yo mismo! Tocadme y mirad: un espíritu no tiene carne ni huesos como veis que yo tengo.

40 Al decirles esto, les mostró las manos y los pies.

41 Pero como ellos no acababan de creerlo, a causa de la alegría y el asombro que sentían, Jesús les preguntó: –¿Tenéis aquí algo de comer?

42 Le dieron un trozo de pescado asado,

43 y él lo tomó y lo comió en su presencia.

44 Luego les dijo: –A esto me refería cuando, estando aún con vosotros, os anuncié que todo lo que está escrito acerca de mí en la ley de Moisés, en los libros de los profetas y en los salmos, tenía que cumplirse.

45 Entonces les abrió la mente para que comprendieran las Escrituras,

46 y les dijo: –Está escrito que el Mesías tenía que morir y que resucitaría al tercer día;

47 y que en su nombre, y comenzando desde Jerusalén, hay que anunciar a todas las naciones que se vuelvan a Dios, para que él les perdone sus pecados.

48 Vosotros sois testigos de estas cosas.

49 Y yo enviaré sobre vosotros lo que mi Padre prometió. Pero vosotros quedaos aquí, en Jerusalén, hasta que recibáis el poder que viene de Dios.

50 Luego Jesús los llevó fuera de la ciudad, hasta Betania, y alzando las manos los bendijo.

51 Y mientras los bendecía se apartó de ellos y fue llevado al cielo.

52 Ellos, después de adorarle, volvieron muy contentos a Jerusalén.

53 Y estaban siempre en el templo, alabando a Dios.